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De aquella infausta época rebosante de fantasía y despilfarro y lujuria económica, muchas cosas que luego se revelaron superfluas fueron suprimidas pero quedan otras que todavía siguen, y siguen (como el conejito de Duracel) consolidadas en su futilidad. Entonces nos volvimos locos con megaproyectos e infraestructuras innecesarias, aeropuertos en los que no se ha posado ni siquiera un dron, museos en los que entra un visitante cada año bisiesto, obeliscos, esculturas, miradores, Ciudades de la cultura, de las artes, de la justicia (¡tiene guasa!)... Todo costó una pasta gansa.

Archivado en: Javier Cuesta, Centro de Alto Rendimiento Deportivo, CEARD,

Javier Cuesta
29/7/2016 - 00:01

En nuestro país hay medio centenar de aeropuertos, tantos como provincias y doce más que en Alemania. No queda ciudad sin universidad ni villa sin auditorio ni pueblo sin centro de interpretación de lo que sea, hasta del alcornoque, y no es broma.
Con seis velitas para soplar, desde su inauguración en dos mil diez, alguno se preguntará: ¿y qué es del famoso Centro de Alto Rendimiento ubicado en nuestro Campus? ¿Cuál es su funcionamiento, alguien ha vuelto a tener noticia del mismo, quiénes lo pilotan, a qué dedican el tiempo libre, qué gente trajina allí, qué usuarios tiene, qué hacen y con quién se lo hacen, cuáles son sus magníficos frutos? En tanto que paganos del invento, es legítimo curiosear: ese proyecto, centro especializado dedicado al atletismo y dependiente de la Secretaría del Deporte, ¿tiene algún destino y algún fin? En todo este tiempo, ¿algún atleta formado allí ha explotado deportivamente a nivel internacional, que sepamos? Ese espacio, que dispone por lo visto de zonas de lanzamiento, gimnasio, aulas o servicio de fisioterapia, ¿no tiene siquiera una web como tarjeta de presentación de su actividad? Humm, sospechoso. Hoy, que se intenta vender todo, resulta extraño no conocer ningún nombre, ningún mal récord o resultado. Porque para lugar de entrenamiento de un club de gimnasia rítmica habría otras opciones sin todo ese montaje. Si esa fuese su principal justificación, sugiere el genio que tal vez conviene hacer allí hueco para bailes de la tercera edad, única actividad que garantiza verdaderamente en nuestra provincia el aprovechamiento de cualquier instalación. Veremos si después de Río se puede defender su existencia, veremos. Y veremos si dentro de otros cuantos años no nos hacemos estas mismas preguntas, un suponer, con nuestro flamante Palacio de Congresos.

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