Sales a media mañana y los ves. En las aceras, en las esquinas, como mojones del callejero. A la entrada del súper, desazonando nuestro furor consumista. Con sus reiterativos cartelitos ológrafos: sin recursos, pido para comer. Admitamos casos de pícaros, despreciables en número y conducta. Pero la gran mayoría lo son, no piden por vicio, no pasan frío y vergüenza por gusto. Los pobres de hoy, numerosos y en aumento. Más pobres que nosotros, que ya es decir. Más que nuestros hijos, que hacia allá van.
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Javier Cuesta
09/10/2015 - 03:30
Creemos que los pobres son otros; falso: tampoco tenemos nada, lo debemos. El endeudamiento público y privado nos condena. Simplificación, pero ecuación válida: proletario se cree rico y accede al consumo y a la clase media y (él cree) al estatus de propietario. Crisis, y entonces el ficticio propietario desciende a clase baja y a proletario pobre. Cruel regresión. Así cada vez somos más los insolventes y son más los ricos: por cada mendigo, un nuevo rico o uno que lo es más todavía o un banco que especula o una entidad que se lucra. En la franja media nada queda ya, ni nadie. Asalariados, parados, autónomos, pensionistas... todos cerca de la precariedad. Indigentes, y también desganados; pobres de ánimo. Es la bandera que va dibujando un capitalismo voraz, el neoliberalismo ilimitado que se muestra perverso, destructivo (¿y ahora qué?, pues vuelta a luchar por derechos y dignidad, a recuperar de nuevo idearios viejos; porque hipotecados, no hay ciudadanos, hay siervos)
Me acerco por la Asociación leonesa de Caridad (ya era hora, ¿verdad Félix?) y registro datos. Cada día hacen cola más de cien personas -personas humanas, diría algún famosillo afortunado- para comer por sesenta céntimos. Admirable labor la de esa entidad, laica aunque asistida por monjas y voluntarios, especialmente en su comedor social. Atiende necesidades básicas de alimentación e higiene, de gentes sin recursos, sin techo y transeúntes. Ay, si no estuviera: ¿quién sabe de lo que es capaz un estómago vacío?
Pobres. Cada vez más, ya digo, hasta tres cuento en Renueva, una calle corta; en León, una ciudad pequeña. Se ve que expiran las últimas prestaciones y queda sólo la compasión: no de los ricos sino de los que pronto ingresaremos también en la miseria. Acabada la caridad estatal, turno para la vecinal. Lo clavó Sartre: "los buenos pobres no saben que su oficio consiste en ejercitar nuestra generosidad".
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