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Un amigo de León

¡Mia que Haiga!

Eran tiempos de emigración. Los pueblos perdían habitantes jóvenes a la vez que ganaban parcelas para sembrar pues, ya se sabe, donde comen cuatro mejor comen tres. Había dos clases de emigración.

Archivado en: Maximino Cañón, haiga, emigración, hacer las Américas

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Maximino Cañón
20/9/2013 - 03:30

Una era la del interior dentro de la península y donde el germen había sido plantado por los que se habían anticipado en el asentamiento, generalmente en la hostelería. Después estaba la de más riesgo y la más sentida por la lejanía pero, a su vez, la que desarrollaba al máximo el espíritu aventurero, cual era la emigración a las Américas como vulgarmente se decía, y se materializaba después de muchos días en barco; los aviones estaban reservados para los ricos o para los que volvían al cabo de los años mostrando poderío económico; ‘bolívares o pesos' en gran cantidad. Aquellos a los que les había ido bien la aventura (no todos pudieron regresar para contarlo), unos casados con la novia que habían tenido aquí, la de siempre, y con la que habían formalizado la boda ‘por poder', modalidad muy utilizada en aquellos años entre uno que se encuentra fuera de España y otro en España. Otros volvían en compañía de una mulata, generalmente oriunda del país, lo que causaba sensación entre los amigos del pueblo. Quienes retornaban a su tierra, favorecidos por la fortuna, contaban y no paraban de cómo les había ido la vida, y muchos de ellos sabiendo solo las cuatro reglas, luciendo buena ropa, solitario en el dedo y reloj de oro en la muñeca generando la consiguiente envidia entre los mozos y compañeros en otros tiempos de correrías y, lo que de verdad imponía, pues en España, era sólo reservado para los muy ricos, era el cochazo tan imponente que les acompañaba y que aquí se les llamaba ‘haigas' y que les distinguía de los escasos coches que pululaban por nuestra España por la grandiosidad y suntuosidad que exhibían. Este nombre (dicen) que nació en Madrid en la posguerra basado en una anécdota con la que se quería poner en ridículo a los que enriquecidos por la guerra, cuando aireaban los millones logrados a través del estraperlo y el mercado negro, cuando iban a comprar un coche pedían "el mejor que haiga". Y como aquí no tenemos sentido del humor ni de la ironía, pues con "haiga se quedó".

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