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Un amigo de León

La Primera Comunión, después vendrán las siguientes

En una barra de un bar se comenta lo siguiente. Estoy con la Primera Comunión del niño y casi no me salen las cuentas. Pero qué le vas a hacer; está tan ilusionado. Y de esta guisa en presencia del amigo hace la reserva en un restaurante de la ciudad o de las afueras, qué más da.

Archivado en: Maximino Cañón, Primera Comunión, Juanito Valderrama

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Maximino Cañón
24/5/2013 - 03:30

En días pasados, mi primo Fonsi me muestra una foto en la que un servidor de ustedes aparece hecho un pincel con un traje gris, guantes blancos, crucifijo al cuello, misal de nácar y rosario en mano, con la mirada fijada en la cámara de Foto Fernández, para más señas, posando como era debido para perpetuar el acontecimiento en el tiempo. Dentro de la celebración lo que de verdad nos hacía ilusión era ir de ‘almirantes' con grandes entorchados y hombreras brillantes como si con ello tuvieras sometidos a los demás chavales de barrio. Pero la realidad era que en casa, con un criterio más práctico, lo que de verdad se imponía era ir de gris para que en el futuro pudiera servir de traje de vestir, dándole una utilidad al traje y que no sólo te sirviera para un solo día. A continuación, venían las visitas de rigor a casa de las amistades y familiares cercanos donde, a cambio de un recordatorio, te soltaban una suculenta propina para disfrute en los días posteriores y parte de ella a la hucha. La cosa solía finalizar en casa, tomando un suculento chocolate con pastas o churros, puesto que entes de comulgar no podía ser al tener que ir en ayunas. En fechas posteriores comulgabas son asiduidad, y máxime si estudiabas en un colegio religioso. Para finalizar no puedo menos que mencionar la sobremesa de la comida, todos pendientes de la radio, que entonces no era cualquier cosa, sobre todo los discos dedicados y ese día. ¡Muy por encima de los demás! la canción de Juanito Valderrama ‘Mi Primera Comunión' con dedicatorias que duraban prácticamente toda la tarde. Lo que te ponía los pelos de punta era cuando la locutora o locutor (casi siempre eran dos pues no daban abasto con tantos discos dedicados ese día), después de dar un toque musical con un pequeño xilofón, decían: ¡Atención León! Para el niño o niña (decían tu nombre) con todo cariño de sus padres y hermanos que tanto le quieren. Se te saltaban las lágrimas de emoción sin pensar que la vida, con posterioridad, y sin que tuvieras que asistir a misa con asiduidad, te seguiría dando de comulgar.

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