Como los bailes y la mayoría de las películas eran para mayores, los más jóvenes tuvieron que ingeniarse una alternativa que supliera las prohibiciones existentes en aquellos años. Ignoro quién fue el ideólogo que puso en práctica la alternativa al baile para los jóvenes que no tenían la edad legal para entrar a los locales públicos, pero, desde luego, consiguió el fin que pretendía con la invención o puesta en práctica del llamado ‘guateque'.
Archivado en: Maximino Cañón, guateques
Maximino Cañón
26/4/2013 - 03:30
El ‘guateque' era una fiesta que se celebra, normalmente, en una casa o lugar particular en el que se come, se bebe y se baila, (aunque aquí, mayormente, íbamos comidos), que a lo mejor lo inventó el padre del que puso muchos años después de moda ‘el botellón' aunque en aquellos años se buscara más el roce que el alcohol. La infraestructura necesaria la constituía un local, preferiblemente un sótano o cualquiera otro que cumpliera el requisito de la discreción. Poca luz y, por supuesto, lejos de la autoridad gubernativa. La presencia de chicas garantizaba con creces la asistencia de los chicos los cuales, a un módico precio contribuían a satisfacer los gastos de alquiler del local (en negro por supuesto) y a proporcionar unas pesetas a los organizadores. Existía una dura pugna entre los diversos guateques por ver a cuál iban mejores chicas. Ellas, la mayoría recién iniciadas en el arte del bailoteo arrimado, marcaban la diferencia...y la distancia, utilizando el brazo de parachoque, para que no se pensara que todo el monte era orégano. ¡Faltaría más! Una vez finalizado el mencionado guateque (siempre antes de las diez), la pandilla de amigos que eran los responsables de la organización del evento se juntaban para hacer caja y ver a cuánto tocaba cada uno. Un día, como otros tantos, se le preguntó al responsable del cobro a los chicos (las mujeres no pagaban): ¿Cuánto hemos sacado hoy? Entonces él, haciéndose el extrañado, metió la mano a los bolsillos, y después de hacer sonar la calderilla, mirando al resto, dijo: ¡Anda la leche! ¿A que lo mezcle con lo mío? Así que de esta forma, ante la que no se podía argumentar nada por carecer de elementos probatorios, el reparto fue mermado en la medida que la cantidad argumentada por el cobrador ascendía. Éste seguro que llevaba bien aprendido aquello de que ‘el que parte y bien reparte, se queda con la mejor parte'.
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