Si Dios existe, visitó Stamford Bridge este martes. Se enfundó la elástica azulgrana. La camiseta de Iniesta. Un derechazo suyo en el tiempo de descuento colocó al Barcelona en la final de Roma.
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gentedigital.es/M. Blanco
07/5/2009 - 07:28
El centro de Alvés no tuvo el destino deseado. Sin embargo, Eto´o se encontró con el balón, encontró a Messi y éste, a las puertas de la frontal, buscó el pase adecuado. Con su habitual sangre fría, Iniesta esperaba el esférico. Su preparación para el disparo fue una clase de fútbol. Le pegó con su pierna derecha. Con el ‘empeine exterior' de esa bota bendita. Sin nervios. Con una frialdad extrema. El reloj de arena estaba a punto de consumirse. La pelota describió una parábola inalcanzable para Cech. ¿Un milagro? ¿Justicia futbolística? Simplemente, un detalle extraordinario podía desequilibrar la balanza. El detalle de Iniesta.
En un bar madrileño, ese padre de familia que había estado todo el partido dando puñetazos a la mesa, blasfemando sin control, se subió a una silla minúscula. Levantó los brazos. Victoria. Gesta. Locura. El festival ‘culé' continúa. Guardiola se lo merece. Fue un partido sin Henry, que no superó sus problemas físicos. Busquets le sustituyó, como refuerzo para el mediocampo. Toure suplió a Puyol en el centro de la zaga. Además, Hiddink apostó por Anelka como segundo delantero. A todo esto, no hubo 22 protagonistas sobre el verde inmaculado. Tom Henning quiso convertirse en la estrella de la noche. La actuación arbitral, desastrosa. Varios penaltis dudosos en el área barcelonista. Una expulsión incomprensible de Abidal. Ballack y Drogba casi se comen al árbitro en cuestión. Su frustración e impotencia ante ese trágico final también magnificó el dolor azul.
El Barça no hizo un encuentro extraordinario. Un zurdazo de Essien complicó el futuro azulgrana en la Champions a los pocos minutos de comenzar el choque. Los ‘bleus' llevaban una marcha más en el motor que su rival. Ofrecieron un despliegue físico alucinante. Presionaban a tope. Apenas dejaban espacios en ese campo de cerillas. El Barça desfallecía cuando llegaba al área. No utilizaba las bandas. Andaba espeso en el juego. Pese a todo, su persistencia era encomiable. Incluso, con 10 efectivos durante los últimos 23 minutos. Tan sorprendente como la falta de puntería ofrecida durante todo el partido. Ni un solo tiro a puerta entre los tres palos. Hasta que llegó Iniesta, ‘El Principito de Fuentealbilla'.
Dos propuestas antagónicas se juntaron en Stamford Bridge. Barcelona y Chelsea. Sus propios antídotos, frente a frente. La belleza nos confunde. Sólo importaba el resultado. Como dice Guardiola, quien gana se queda con la razón. Ambos conjuntos merecieron la gloria. Cada uno buscó el éxito a su manera. El Barça tuvo la suerte de los campeones. No perdió la fe. Ni la belleza. Ganó el fútbol. Ganó el Barça.
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