El tenista suizo, actual ganador del torneo y número 1 del mundo, superó en dos sets a Benjamin Becker, verdugo de Moyá y número 46 del mundo. Federer hizo una primera manga sensacional, que incluyó dos 'breaks' (6-2). Sufrió más en el segundo (7-6), pero decidió durante el 'tie break' (7-4). El vencedor del duelo entre Leonardo Mayer y Stanislas Wawrinka se medirá a Roger el jueves.
Archivado en: tenis, Mutua Madrileña Madrid Open 2010, Roger Federer, Benjamin Becker, Caja Mágica, Madrid
gentedigital.es/Marcos Blanco
11/5/2010 - 19:33
La insuperable elegancia y esa depurada técnica que manifiesta Roger Federer en cada acción durante sus partidos le definen en la lejanía, desde cualquier rincón en la pista central que domina la Caja Mágica. Apenas un par de acciones o tres gestos suyos permiten la concreción del sujeto que levita sobre la tierra batida madrileña. Deporte de silencios, protocolos repetitivos y marcado por el final de los juegos impares para que la gente pueda entrar y salir de los encuentros, el tenis se adhiere a Federer como una segunda piel, que el número uno del mundo ejercita como si el espectáculo que produce fuese un mero formalismo en cada jugada, una pincelada para configurar, finalmente, un cuadro ganador. El tenista suizo pintó durante 81 minutos una obra satisfactoria para sí mismo y para los aficionados que, a golpe de martes, le dieron color a la pista desde las cuatro de la tarde. Ahora, creará otra en octavos de final, ante el ganador del Leonardo Mayer-Stanislas Wawrinka que se celebra este miércoles.
Antes de que pusiera en práctica su arte durante su debut oficial en la competición, Federer apareció con su bonita vestimenta deportiva en el lugar de los hechos y saludó al gentío como los toreros, aunque aquí no hace falta matar a nadie. Al otro lado del juez de silla, le esperaba Benjamín Becker, de 28 años y número 46 del mundo. El alemán se había cargado a Moyá en la jornada del lunes. Becker fue incapaz de arrebatarle el triunfo a Federer, quien le endosó un 6-2 en la primera manga. El segundo set fue mucho más disputado y, de hecho, se decidio en el ‘tie break' (7-4), después de que Benjamin Becker salvase una bola de partido.
En el primer juego del partido, Federer sólo cedió punto para poner el 1-0 en el marcador. Posteriormente, le rompió el servicio a Becker, circunstancia que celebró con un mínimo pero reconocible gesto al estilo del clásico ‘¡Vamos!' promovido por Rafa Nadal. El alemán no se estrenó hasta el 3-1 y sólo habían transcurrido 19 minutos de juego cuando Roger hizo el 4-1. Becker colocó dos derechas cruzadas de aúpa en sendas subidas a la red del suizo y daba la impresión de haberse venido arriba. Sin embargo, la fortaleza en el saque de Federer colocó el 5-2. "Es muy completo. Por eso es el número 1 del mundo", afirmaba un señor mayor ante la atenta mirada de un joven, sentado a su lado. El mismo espectador convertía a Becker en un tenista que está empezando, a la vez que confundía su nombre con el del gran Boris Becker, inconfundible si recuerdan aquel balanceo característico en su servicio. Federer consiguió su segundo 'break' con el 6-2. Fin de la primera batalla en 29 minutos.
COMPLICACIONES EN LA SEGUNDA MANGA
El ganador del Mutua Madrileña Madrid Open 2009 estaba jugando un gran tenis. Una dejada sensacional desde la línea de fondo, esas voleas tan aparentemente fáciles con la que finiquita los puntos y un globo brutal calentaron a la grada. Durante las pausas, menciones de ánimo para los dos contendientes. Vamos, Roger. Venga, Becker. Que si guapo, que si esto, que si lo otro. El suizo arrancó el segundo set ganando el juego con su servicio y ésta fue la dinámica constante hasta el 6-6, que Becker consiguió después de evitar un pelota de partido. Un error no forzado de Federer y un saque directo de Becker colocaron la igualdad máxima en el electrónicos. El alemán mostraba una gran confianza en estos instantes del partido, salió con fuerza en el ‘tie break' remontando el 1-0 inicial con tres puntos propios, fruto de un saque demoledor. Sin embargo, Federer se puso las pilas y metió la directa hasta el 7-4 definitivo. Había necesitado 52 minutos para salvar el set. Como si no hubiese roto un plato, sonriente, el suizo mandó cuatro bolas firmadas a las gradas, enloquecidas, y se marchó por donde había venido.
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