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MADRID ENLOQUECE CON COLDPLAY

Una inyección de vida

El cuarteto británico liderado por Chris Martin ofreció un enérgico e inolvidable recital en el Palacio de Deportes de Madrid ante 15.000 almas, que recitaban los temas de la banda como si fueran suyos. Con un sonido inmaculado, la emotiva velada tuvo como punto más algido el eterno estribillo de ‘Viva la Vida'.

Archivado en: Coldplay, viva la vida

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gentedigital.es/Marcos Blanco
08/9/2008 - 14:33

Minutos antes de que comenzase la fiesta, un joven atrevido mostraba una pancarta con el lema ‘compro entradas' frente a la entrada del recinto. Otro señor, con unos tirantes graciosísimos repetía de un lado para otro ‘compro, compro'. No eran los únicos. Muchos mirones aguardan un milagro: conseguir un pase para verles. Rubén lo consiguió. Entró corriendo a los 20 minutos del show tras desembolsar 80 euros. En ocasiones, las emociones nublan los precios. Quienes navegaron por Internet para hacerse con el ansiado pase tuvieron más suerte.

Desde el segundo ‘piso', las vibraciones eran extraordinarias. El instrumental ‘Live in Technicolor' levantó el telón, con el mítico cuadro de Delacroix al fondo. Según Martin, luz y oscuridad se conjugan, a modo de contraste, en esta obra, que titula el primer single de la banda. Luz y oscuridad. Felicidad y tristeza. Esa es la particular mezcla que tiñe las canciones de Coldplay, con un trasfondo tan esperanzador y menos introspectivo en ese reciente álbum multicolor llamado ‘Viva la vida'. ‘Violet Hill' dio paso a ‘Clocks', ese piano frenético con aires épicos que Chris susurra como si le estuviesen pinchando con una aguja. Primer gran momento de la noche.

 

 

 

Cada tema era un clamor. No había distinción entre los grandes clásicos y las composiciones más recientes. Los fans de Coldplay tienen buena memoria. Gracioso, con múltiples comentarios en español y algún ‘gallito' que otro, Martin parecía una marioneta entre los rayos que atravesaban el palacio, varias bolas gigantes deformaban los movimientos del grupo sobre el estrado y una enorme pantalla servía para quedarse con ciertos detalles. ‘Cementeries of London', ‘Chinese Sleep Chant' y ‘42', con un fantástico cambio de ritmo, manifestaban la calidad estilística de los británicos, autores de himnos universales del siglo XXI como ‘Fix You'. Dedicada a los padres de Chris, que bailaba como si estuviese poseído, la melodía celestial desató la locura.

 

 

 

Decidimos colocarnos en un lateral del escenario, en el primer ‘piso'. Bien cerca de los protagonistas. Sonaba ‘Strawberry Swing' y daba gusto estar ante estos fenómenos tras tres años de espera. Guy Berryman, Johnny Auckland y Will Champion ejercían con maestría su papel de secundarios. Pegaditos a Martin, en el extremo de una de las pasarelas laterales, interpretaron ‘God put a smile upon your face' y ‘Talk' en un estilo un tanto techno. Simpática apuesta. La estrella volvió a quedarse sola en este mismo espacio e interpretó ‘The Hardest Part' con un intimismo sobrecogedor. Después, se puso un poco instrumental, antes del gran subidón nocturno. Los primeros acordes de ‘Viva la Vida' elevaron los decibelios hasta un máximo inalcanzable y el precioso ‘oh oh oh' del público desbordó al cantante, que simuló una saturación emocional tirándose al suelo tras tambalearse.

 

 

‘Lost' relajó a la muchedumbre, que continuaba con el ‘oh oh oh' durante la desaparición de la banda. De repente, aparecieron en las gradas, en una de las esquinas del recinto, y pusieron la nota acústica con ‘The Scientist'. Con el buen rollo que les caracteriza, el cantante comunicó al respetable la siguiente pieza. Entonces, Will puso voz a ‘Death will never conquer'. La angustia sonora de ‘Politik' o el piano pegadizo de ‘Lovers in Japan' nos acercaban al final. Ya fuese un típico comentario o un acto de sinceridad, Martín aseguró estar viviendo una noche única. Amagaron la despedida con ‘Death and all his friends' pero no podía faltar la luminosidad de ‘Yellow' antes de bajar el telón. De regreso a casa, la gente coreaba el ‘oh oh oh' de ‘Viva la vida'. Sentado en el metro, uno tiene la sensación de haber recibido una inyección de vida.

 

 

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