La periodista y escritora repasa algunas de las características de su novela ‘Las hijas de la criada'. La trama la ideó a partir de una historia real, el intercambio de unas niñas en la cuna de un hospital.
Archivado en: entrevistas, cultura, literatura, Sonsoles Ónega
Francisco Quirós Soriano
17/11/2023 - 00:19
Pasadas unas semanas de la gala, ¿tiene ya asimilado que es la ganadora del Planeta?
Al 100%, no. Me sigue sorprendiendo todo lo que está pasando, me sigue llamando la atención el cariño de la gente, ahora que estamos empezando a salir de promoción y de gira. Llámame ingenua, pero me sorprende la dimensión y la potencia que tiene el Premio Planeta. Sigo sin aterrizar.
La trama de la novela arranca en 1900. Parece una fecha muy redonda. ¿Quería abordar el siglo XX desde el kilómetro cero?
Un poco sí. Para hacer mis cálculos era una fecha muy redonda. Sí quería recorrer el siglo XX, casi lo hago de forma completa, los sucesos más importantes están en esta novela, son el marco de los personajes que viven aquí.
Galicia es uno de los escenarios donde se desarrolla 'Las hijas de la criada'. ¿Ha influido en esta decisión sus propios orígenes?
Sí. Cuando pienso en escribir esta novela, que parte de una historia real, un intercambio de unas niñas en unas cunas de un hospital de Logroño, luego decido dónde. Recurrir a Galicia me resulta bastante sencillo porque es una tentación en la que me gustaría caer en todas las novelas. Voy a pasar tanto tiempo viviendo en las páginas en blanco del ordenador que mejor hacerlo en un sitio en el que me guste vivir. Volver a Galicia es siempre un gran placer y, para mí, un gran regalo, más que para los lectores.
Cuba es otro de los lugares que aparecen, un destino al que ya recurrió en 'Calle Habana, esquina Obispo'. ¿Qué significa este país para usted?
Cuba me produjo una fascinación adolescente cuando la visité en los años 90, en un viaje universitario, por lo que supuso de hallazgo y descubrimiento de un fracaso de un régimen como el comunista y de una figura como la de Fidel Castro. Eso motivó mi primera novela, 'Calle Habana, esquina Obispo', una historia corta. Ahora volver ha sido un capricho literario. Lo abordo casi 100 años antes del tiempo en el que está escrito esa primera novela porque me interesaba también lo que había sucedido a finales del siglo XIX, la pérdida de las colonias, el gran trauma de España. Todo eso está en la novela casi por interés personal.
Sobre los personajes, Clara y Catalina son las niñas intercambiadas. ¿Todos los destinos están escritos?
Un poco sí. Los destinos se pueden torcer, Clara lo hace, sin ninguna duda, pero para eso hay que observar mucho lo que pasa a tu alrededor. En el caso de estas niñas, y creo que es perfectamente extrapolable a nuestras vidas, hay una circunstancia que cambia las suyas, esa venganza de la criada condiciona su vida y la de la familia para siempre. Si debo responde con un monosílabo, diría que sí.
Otra pata de esta historia la representa Doña Inés. ¿Se puede hablar de un ejemplo de sororidad, un término tan de actualidad?
Si lo fue ella no lo sabía. Hemos empezado a encontrar palabras para lo que hacen las mujeres en pleno siglo XXI, antes se expresaba de otra manera. Doña Inés es una mujer no programada para hacer todo lo que hizo, ni siquiera formada para poder llevarlo a cabo todo, incluso los industriales de la zona dudan de sus capacidades para poner en marcha la conservera cuando decide vender el aserradero. Si tuviéramos que trasladar a Doña Inés al siglo XXI sí que sería un ejemplo de sororidad, sin hacer distinciones de clase.
Los sentimientos de venganza y envidia están muy presentes en la novela. ¿Cuál es, a su juicio, más poderoso?
La envidia es un mal muy profundo, probablemente paralizante porque cuando estás pensando en el otro no estás pensando en lo que puedes hacer por ti. Las venganzas también pueden condicionar el designio de un país, incluso. Los dos son sentimientos muy poderosos.
¿Cuál cree que está más presente en nuestros días?
Creo que estamos más contaminados por la envidia, por el momento en el que estamos inmersos de tantísima exhibición de lo que no siempre no somos, de nuestro perfil bueno todo el rato, y eso puede provocar envidias, pero, sobre todo, puede provocar insatisfacciones, y éstas pueden desencadenar en grandes traumas y dramas.
En 2017 ya ganó el Premio Fernando Lara. ¿Por qué cree que no se generó tanto ruido como ahora?
Porque quizás yo era menos conocida, era una redactora de Informativos Telecinco que hacía información parlamentaria, sin más. Ahora, presentar un programa en Antena 3 me expone a más horas de televisión, que sigue siendo un medio muy poderoso. Creo que esa es la diferencia sustancial entre uno y otro premio. Luego está la propia envergadura. Aunque el Fernando Lara sea el segundo premio de este grupo editorial, no tiene la resonancia del Planeta, ni siquiera su historia.
Durante el proceso de creación de 'Las hijas de la criada', ¿pudo leerlo alguien? En ese caso, ¿qué feedback le dieron?
No, pero lo cierto es que de esta novela he hablado con mucha gente, con muchos compañeros que me han rodeado durante estos años, casi todos están en Telecinco más que en Antena 3, compañeros con los que hacía los dos programas del último año en el que estuve en esa casa, 'Ya es mediodía' y 'Ya son las ocho'. Con ellos he compartido incluso problemas de trama, haciéndoles lectores, sin serlo propiamente, nunca dejo leer mis textos a nadie, nadie cree que mi padre ha terminado de leer la novela la semana pasada. Ahora entiende algunas preguntas que le hacía, sobre todo de traducción al gallego, le he usado de traductor.
A título personal, ejerce como presentadora, una labor profesional que conlleva muchas horas de dedicación. Sumando su faceta familiar, ¿de dónde saca tiempo para escribir?
No lo sé, es la pregunta que más contesto y siempre digo lo mismo, quizás deba empezar a inventarme las respuestas (entre risas) para hacer una épica en relación a mi falta de tiempo, pero tampoco sé mentir. Siempre que puedo escribo, rescato periodos más largos en verano, cuando mis hijos no están conmigo, que son los verdaderos momentos de calidad literaria. Esta novela tiene mucho de pandemia, tuve un covid larguísimo, casi diez días donde no daba negativo, así que ahí también aproveché para escribir mucho. Eso sí, no se escribe en diez días, que todo se malinterpreta. Cuando estás escribiendo llevas la novela todo el rato contigo y, si encuentras un momento de tranquilidad, relees lo que has escrito la noche anterior o esa misma mañana. No me cuesta sentarme a escribir, esa es, quizás, mi única suerte, mi única virtud es que soy muy disciplinada. En ese sentido, no requiere un gran esfuerzo ni sufrimiento, más allá de la renuncia. Disfruto tanto que no me cuesta.
En una de las entrevistas que ha dado estos días comentaba que le interesan mucho las historias de perdedores. ¿Hay alguna que tenga pendiente y que un día le gustaría abordar?
Lo siguiente que estoy escribiendo, empecé este verano y, a lo tonto, llevo unas 80 páginas, que puede ser casi un tercio de la novela. Hay todavía historias de perdedores y de perdedoras que convertiré seguro en novela y que no he tratado todavía. Me da miedo repetirme, cuando te encuentras cómoda en un tipo de novelas, las río, con un narrador tan poderoso que va dirigiendo al lector, me da miedo repetirme con la siguiente. A la vez creo que también es bueno que el lector te reconozca, que seas capaz de crear un universo para ellos. La siguiente novela será distinta.
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