El escritor y periodista valenciano hace un viaje intimista a su infancia y universo familiar en ‘Adiós, pequeño'. Asegura que le ha llevado "50 años" escribir esta novela "aunque delante del ordenador hayan sido solo dos".
Archivado en: entrevistas, cultura, literatura, Máximo Huerta
Francisco Quirós Soriano
22/7/2022 - 00:11
Pocas veces un libro tuvo un comienzo tan desgarrador. "Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido. Esa es la única verdad de mi vida". Máximo Huerta realiza un viaje vital y familiar en ‘Adiós, pequeño' (editorial Planeta).
Nada más recibir el Premio Fernando Lara decía que era la novela de su vida, que siempre la iba a recordar. ¿También ayuda a esa valoración el hecho de que sea una novela tan personal?
Yo valoro todo, valoro el premio, de hecho, para mí, recibir el Fernando Lara con todo lo que significa es como reconectar otra vez con la parte que más me gusta de mí, la de contador de historias, conectar con el Máximo que escribe y disfruta del proceso de creación. Eso es fundamentalmente lo que más valoro.
Hablando de ese proceso de creación de 'Adiós, pequeño'. ¿Cómo ha sido, ha habido un punto terapéutico?
No. Para mí terapia es leer a Landero, a Muñoz Molina, a Elvira Matas... leer a autores que me gustan, ellos sí que son una buena terapia. Producto de todo lo que he leído nace esta novela.
En ese viaje hacia el pasado que supone esta novela, ¿ha habido algún episodio especialmente doloroso?
Es como la novela de Proust, 'En busca del tiempo perdido', que va viajando por sus lugares, más allá de lo que todo el mundo habla, la magdalena, hay mucho recorrido. Embotellar todos esos fragmentos de la vida y convertirlos en novela me parece un ejercicio literario muy satisfactorio.
En ese ejercicio de evocar el pasado. ¿Se ve releyendo esta novela dentro de unos años?
¡Uy! La estoy releyendo ya gracias al audiolibro y estoy disfrutando mucho de la lectura. Si los libros sirven para algo es para hacer de máquina del tiempo. Cuando pasen muchos años podré entrar en esta novela para viajar por lugares que ya no existen, y con personas de la mano que ya no existen. Eso el lector también puede hacerlo, cuando entre en 'Adiós, pequeño' volverá a pasear com su abuela, regresará a la infancia y a recuperar todos esos secretos y silencios de la niñez.
¿Cuánto tiempo le ha llevado escribir esta novela, aproximadamente?
Diría que 50 años, pero lo que es frente al ordenador, dos años y pico, trabajando y siendo muy observador de la vida en proceso lento, que me gusta mucho más. La vida lenta y tranquila se saborea mucho más, parece que frenas, la mejor manera de frenar esta vida tan rápida que llevamos es empezar a mirar los detalles, las pequeñas cosas, ilusionarte por los nuevos paseos. Eso me reconforta.
Su madre es una de las grandes protagonistas de la novela. ¿Le ha comentado algo al respecto?
Sí. He estado sentado preguntándole, para hacer esta novela necesitaba datos y antes que irme a la Biblioteca Nacional a buscar qué pasó con muchos abuelos y con muchos padres la mejor información la tenía cerca. Escuchar y preguntar ha sido fundamental para escribir esta novela.
Los silencios son uno de los grandes ingredientes de la novela. Se suele decir que de lo que no se habla no existe, pero en este caso quizás no sirva como bálsamo.
El silencio es un protector, un maquillaje o, como dicen ahora, es un filtro maravilloso para disfrazar la vida, para acallar, para protegerse. El silencio es un arma maravillosa que intento practicar cada día más.
En este viaje que propone en 'Adiós, pequeño' se puede ver a Máximo siendo niño en los años 70. ¿Cree que habría sido muy diferente en la actualidad?
Ahora los niños van muy rápidos, muy veloces, hay muchos impactos para la dispersión. La infancia de la que hablo es rural, campesina, de pueblo, sin tecnología, y eso hace que la vida fuera eterna. La vida de aquella generación discurría a otro tempo, a otra temperatura. Yo pretendo ahora recuperarla, tener esa sorpresa hacia las cosas, que es algo que los niños tienen y que vamos perdiendo, la capacidad de sorpresa la perdemos con la edad. Hay que entrenarlo como si fuera un gimnasio, hay que volver a interesarse por la sorpresa, por las novedades, por las pequeñas cosas del día a día.
Hay también una lectura psicológica en la novela, el legado que dejan los padres en los hijos.
Los padres no son solo padres, han sido un hombre y una mujer, un niño y una niña. Tendemos a mirar a los padres como personas que son solo padres, y no. Desde 'Adiós, pequeño' yo miro a los padres y a los abuelos como seres independientes, más allá de los matrimonios, las bodas y el círculo de la familia. Los padres y madres han sido antes jóvenes independientes. Ese secreto, que es el que nunca conoceremos, es el que más me atrae.
Muchas veces se habla de los amores no correspondidos, hay infinidad de ejemplos en la historia de la Literatura. En cambio, no se habla de ese aspecto en la relación padres-hijos. ¿A qué cree que se debe?
No hay instrucciones para la vida, no hay instrucciones para la familia, te dan un Libro de Familia pero no pone nada. Cada uno gestiona su vida, su pareja y su familia como puede, algunos de una manera terrible y otros de una manera más amable. Simplemente, la vida no tiene instrucciones de uso.
Hay un pasaje en el libro en el que se asoma al balcón y despide al Máximo niño que se va hacia los árboles. ¿Tiene cerrado ese ejercicio de despedida de forma definitiva?
'Adiós, pequeño' es un libro de despedidas, de todas las despedidas que tenemos que hacer, pero al niño no hay que despedirle nunca, porque si no perderíamos la frescura, la capacidad de enfado, de sorpresa, de berrinche, de alucinación. Esa capacidad de ilusión no hay que apagarla nunca, sino entrenarla.
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