En función de múltiples factores, como las condiciones meteorológicas, la estructura del combustible y su grado de humedad, la orografía del terreno, etc., los incendios son unos u otros: más o menos previsibles en su evolución, más o menos peligrosos en su devastador avance, más o menos atacables por parte de los diferentes tipos de medios de extinción.
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Antonio Silván / Consejero de Fomento y Medio Ambiente
27/8/2012 - 10:03
En algunas ocasiones, por suerte muy pocas, el incendio se vuelve descomunal e imprevisible. Sucede cuando se dan condiciones muy extremas de sequedad del combustible y de calor en las capas altas de la atmósfera, en montes con una alta carga de arbolado, con vientos cambiantes que transforman a cada paso la cabeza en flanco y el flanco en cabeza, desbaratando a cada momento las estrategias previstas y llegando a intensidades de llama fuera del alcance de cualquier tipo de medio de extinción. En estas condiciones se desarrollan los denominados técnicamente "incendios convectivos". En ellos, el incendio va creando sus propias condiciones locales: lanza pavesas a alturas brutales, salta de foco secundario en foco secundario, engulle, devora, se convierte en "incendio hambriento"... Su imagen no es la de un monstruo atacable de contornos nítidos, sino la de una criatura terrible e inestable guiada por designios propios. Una criatura que crea su propio viento y se alimenta por sí mismo. En extensos macizos forestales, con varias poblaciones en el área y cientos de personas trabajando denodadamente en su extinción, estos eventos suelen ser desgraciado sinónimo de trágicas pérdidas, no sólo ecológicas y económicas, sino también de vidas humanas.
El incendio que durante estos días pasados ha asolado los extensos bosques que se extendían desde Castrocontrigo hasta Tabuyo del Monte, de Nogarejas a Destriana, poseía las características de este tipo de incendios. Finalmente ha sido controlado, y es hora de muchas cosas: de identificar al culpable de todo este desastre y aplicarle implacablemente la ley, de hacer balance de las pérdidas, de empezar a diseñar los trabajos de restauración y de avanzar en la búsqueda de paliativos a la pérdida de rentas y de puestos de trabajo. Un trabajo íntimamente ligado al monte, en una comarca donde la resina, las setas, la caza, la apicultura, la leña y la madera eran el sustento de muchas familias, mantenían un empleo cualificado y joven y constituían la base del aprecio y la íntima relación entre los pueblos y sus montes. No hay que olvidar que la comarca de Tabuyo y sus gentes constituyen un símbolo forestal equiparable a zonas como Urbión o Guadarrama. Pero sobre todo es momento de dos cosas: de felicitarse por que no haya habido ni un solo muerto, ni un solo herido, ni una sola vivienda asolada por las llamas; y de felicitar y agradecer, sin límites y sin demora, el impresionante trabajo desarrollado por el más de un millar de personas que se han jugado la vida luchando contra un enemigo tan dispar.
He podido estar allí, contemplando el incendio y a la gente que luchaba contra él. El incendio me ha sobrecogido y la entrega de la gente me ha impresionado. Como responsable de esta Consejería y, en última instancia, de este operativo de lucha contra incendios forestales, no puedo sino sentirme profundamente orgulloso y satisfecho de haber constatado la profesionalidad, la valentía, el rigor, el saber hacer y la incondicionalidad con que se han desenvuelto todos sus miembros. Peones, brigadas especializadas, capataces forestales, maquinistas, conductores y encargados de autobombas, tripulaciones de helicópteros y aviones, agentes medioambientales, técnicos especialistas en extinción, en protección civil y emergencias, con la colaboración inestimable de los medios del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, de la Unidad Militar de Emergencias, de la Guardia Civil, Ayuntamientos y Diputación, de los propios vecinos de los pueblos afectados, de sus alcaldes y pedáneos, todos a una, todos trabajando hasta el límite, superando con mucho lo exigible, de día y de noche, sin mirar el reloj, sin estridencias, con el amparo silencioso e invisible del otro personal, el que desde los centros de mando, bases aéreas o puestos de vigilancia se ocupa de que todo funcione, de tomar decisiones, de canalizar una información veraz y transparente, de asumir responsabilidades y de movilizar los medios. Personal funcionario y laboral de las administraciones públicas, personal de empresas privadas, gentes cuyo único objetivo y preocupación estos días ha sido detener el aterrador avance de las llamas.
No quiero alargar esta reflexión sin hacer expreso este reconocimiento que creo debe hacerse público y que, en definitiva, es lo que me ha motivado a escribir. Y sí me gustaría terminar con otra certeza: la base de nuestro operativo regional radica en gentes ligadas a los montes. Peones que trabajan durante otros meses del año en labores selvícolas, agentes medioambientales que viven el monte y sus problemas cada día, ingenieros que diseñan las plantaciones, las redes de pistas y los cortafuegos, que planifican el aprovechamiento y la defensa de los montes, en muchos casos hombres y mujeres de esos mismos pueblos tan ligados a su entorno y tan dependientes de él. Cuando esos bosques se queman, también se quema algo muy suyo, algo que sienten como propio, se quema su vida y se quema algo que conocen a la perfección, cada camino, cada arroyo y cada bosquete de pinos o de robles. Por eso mismo el tesón que ponen en su defensa es inigualable, y por eso mismo no hay mejor garantía de seguridad y de eficacia que el conocimiento del terreno que pisan.
Todo mi agradecimiento a los vecinos de los pueblos afectados, a los trabajadores de esta Consejería y de las otras Administraciones que nos han apoyado, por su entrega y trabajo. Sé que no servirá para aliviar el desconsuelo ante la catástrofe, pero espero que contribuya a mantener la ilusión por el trabajo bien hecho y a que la sociedad sepa reconocer su esfuerzo. A todos vosotros y de corazón: gracias, muchas gracias.
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