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JUICIO POR EL CRIMEN DE ISABEL CARRASCO / la hora de la 'verdad' del jurado

Misterios y cabos sueltos antes de la sentencia

Han quedado muchos cabos sueltos en la investigación por el asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación Provincial de León, el 12 de mayo de 2014. Incógnitas que ya no podrán ser analizadas por las cuatro mujeres y cinco hombres que componen el Jurado y que están reunidos desde mediodía del pasado miércoles en una sala de la Audiencia Provincial en busca de un veredicto sobre las tres acusadas: Monserrat González, la autora confesa; Triana Martínez, la hija; y Raquel Gago, la amiga y policía local.

Martínez Carrión
19/2/2016 - 08:29

Fiscalía y acusaciones particulares acusan a las tres de tres delitos: asesinato con alevosía, atentado mortal contra la autoridad y tenencia ilícita de armas. Para Monserrat, Triana y Raquel solicitan, como primera opción, la pena máxima, 22 años; pero para Triana y Raquel ofrecen otra alternativa: 12 años por complicidad y encubrimiento; y para Raquel, una alternativa más, 3 años por encubridora. Las defensas tan sólo piden 4 años, 4 meses y un día para Monserrat y la libre absolución para Triana y Monserrat.
El juez presidente del tribunal lo ha dejado claro a los miembros del Jurado: sólo podrán analizar y debatir sobre las pruebas, testimonios y documentos que se hayan aceptado durante el juicio. Nada más. Lo plasmado en la instrucción ya no tiene validez legal, salvo las incorporaciones de algunas declaraciones solicitadas exprofeso por las partes y aceptadas por el juez para los casos que haya habido algún tipo de contradicción.
Por todo ello, van quedar sin esclarecer algunos aspectos importantes de la trama criminal, como, por ejemplo:
1) Dónde y cómo se compró el arma del crimen, el famoso revólver Taurus. Monserrat siempre ha defendido que lo adquirió en el mercado negro de Gijón, que buscó el arma por internet, que contactó con una persona en un mercadillo de Gijón y que ésta le puso en contacto con un tal Armando, fallecido por temas de drogas, con quien hizo prácticas de tiro a las afueras de la ciudad asturiana. Sin embargo, tras la compra del arma, Monserrat sigue haciendo búsquedas en internet. La policía dio siempre por buena la explicación de Monserrat y nunca investigó la procedencia del arma. Uno de los acusadores particulares dejó bien claro en el juicio que nadie cree esta versión y que en el banquillo de los acusados debería haber estado sentada una cuarta persona, la que de verdad vendió el arma a Monserrat.
2) El comisario de Astorga. El marido de Monserrat y padre de Triana ha preferido pasar a la historia de este juicio como un "calzonazos", que no se enteraba de nada de lo que hacían su mujer e hijas en León o en la casa de la abuela, donde cultivaban marihuana. Aunque conocía la obsesión contra Isabel Carrasco, nunca le preocupó en exceso. Él pagaba todos los gastos de las dos mujeres, excepto la hipoteca de la casa de León de su hija, que la abonaba un amigo secreto y que el padre dice desconocer. Madre e hija no tenían desde hacía años ingresos estables, ¿cómo podían mantener el alto nivel de vida que llevaban? ¿la marihuana es la única explicación? Es extraño que todo un comisario de policía, veterano y con gran experiencia, no sospechara nada durante tantos años.
3) El novio secreto de Triana. La acusada Trina Martínez ha justificado el uso de un móvil prepago, comprado también por un amigo, para que su padre, el comisario de policía, no se enterase de la existencia de un amigo secreto, con quien se quedaba en León los fines de semana, mientras su madre regresaba a Astorga. Nada se sabe de este extraño novio, que no ha sido localizado por la policía y tampoco ha podido declarar en el juicio. La existencia de este novio sirve también a Triana para rebatir la tesis de que mantenía con Raquel una relación íntima y no sólo de amistad. Este aspecto es importante porque una simple amistad no es suficiente motivo para que Raquel se implicase en esta conspiración.
4) Policías de Burgos. La extraña y, quizás, ilegal actuación de los policías de Burgos sigue siendo el gran misterio de este caso. Ocultaron sus actuaciones en el atestado policial y mintieron ante la jueza de instrucción, aunque luego se retractaron para evitar ser acusados de un delito de perjurio. Todo hace indicar que estos policías vinieron a ayudar a Monserrat y a Triana, con el objetivo de rebajar la implicación de Monserrat y exculpar a Triana, aplicando el artículo del Código Penal que exculpa como encubridora a un familiar directo de una asesina. Se ganaron la confianza de madre e hija hasta el punto de que éstas se despiden de los policías tras el primer interrogatorio con sendos besos en las mejillas. ¿Qué acusadas se despiden en plena comisaria con besos a unos policías que las interrogan si no han llegado a algún tipo de pacto? Esta extraña actuación no ha sido ni será investigada por Asuntos Internos de la Policía. Los policías de Burgos recibían órdenes directas del comisario jefe de Castilla y León, amigo del comisario de Astorga.
5) Carpetazo rápido. Una vez que Monserrat confesó ser autora del crimen y que el arma apareció de la forma tan rocambolesca como lo hizo, alguien dio la orden de dar carpetazo al caso y que éste no derivase en un asesinato político, dada la relevancia de la víctima. Se trataba de demostrar la eficacia policial. La jueza de instrucción se sumó a la prisa por cerrar cuanto antes del caso y se olvidó de algo fundamental: practicar la reconstrucción de los hechos, lo que, a la larga, provocó que las acusadas cambiasen algunas versiones, como, por ejemplo, si Monserrat entregó el bolso con el arma del crimen a su hija en el pasadizo de Colón, como confesó al principio; o lo arrojó a un garaje de Lucas de Tuy, donde su hija lo recogió por casualidad, como confesó meses después. Estas contradicciones se hubieran evitado con una oportuna reconstrucción puntual de los hechos.
6) No se pidieron los listados de llamadas al 112. Las llamadas telefónicas al servicio de emergencias del 112 fueron decisivas en este caso para la rápida llegada de las ambulancias y de los policías al lugar del crimen. Pero también para localizar a la asesina. Estas llamadas deberían haber servido para fijar sin contradicciones la hora exacta del crimen y, sobre todo, para evitar desacreditar al policía jubilado, Pedro Mielgo, convertido en el héroe del día el asesinato al seguir a la asesina, identificarla y lograr su detención. Sin embargo, en el juicio no reconoció su propia voz en una llamada al 112, cuando hasta su mujer sí la había identificado. Una comprobación con el listado de llamadas al 112 habría bastado y Pedro Mielgo se habría librado del ridículo y, sobre todo, de pasar de héroe a villano.
Hay más, pero estas son algunas de las chapuzas policiales, judiciales y profesionales que han rodeado este juicio. Afortunadamente no serán trascendentales para el esclarecimiento del asesinato, pero sí para aplicar el grado de culpa a cada una de las tres acusadas. De algunas de estas chapuzas o mal ejercicio profesional se derivan dudas más que razonables sobre la actuación de las acusadas. Y ya se sabe que las dudas razonables siempre benefician a las acusadas.

 

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