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tribuna de opinión

Líneas valientes

Es un lugar común en el debate político intentar desacreditar una postura al señalar una creencia impopular de la persona que la sostiene. Esta forma muy clásica de argumentar, consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién lo emite, y no lo que se dice. Abusando de este recurso hemos escuchado últimamente cómo algunos dirigentes socialistas tildaban de «chantaje» la propuesta de gobierno que hizo Pablo Iglesias en la Zarzuela.

Ana Marcello / Diputada de Podemos por León
01/2/2016 - 21:17

Esta forma de argumentar permite practicar un desconcertante juego de traducciones que explica por qué cuando hemos buscado bases para un entendimiento algunos nos han acusado de intransigentes y, asimismo, explica también por qué cuando hemos tomado la iniciativa para ofrecer un gobierno de cambio y progreso hemos sido tachados de chantajistas. Siguiendo esta cadena de equivalencias hemos visto cómo el hecho de plantear políticas de emergencia social se traducía -de manera interesada por parte de algunos- en cuestiones como el referéndum de Cataluña o en supuestas líneas rojas. Nada nuevo bajo el sol. Estamos acostumbradas a que las afirmaciones de Piketty y Krugman sobre la desigualdad sean para algunos pura ciencia mientras que plantear medidas para atajarla suponga sencillamente un caso flagrante de populismo. Ya lo decía el obispo brasileño Hélder Câmara: «Cuando alimento a los pobres me llaman santo, pero cuando pregunto por qué hay pobres me llaman comunista».
Extraña forma de entender el chantaje y las buenas formas la que tienen algunos dirigentes del PSOE. Seamos claros: fallar en las formas no es plantearle al jefe del Estado una alternativa de gobierno, sino reformar de forma expedita y sin consultar a la ciudadanía el artículo 135 de la Constitución española. Chantaje no es proponer un gobierno de progreso y de cambio, sino lo que hicieron los mercados financieros a España durante el verano de 2011. La historia reciente de nuestro país y de Europa nos proporcionan suficientes asideros para clarificar las palabras y no confundir los términos. Muchos votantes socialistas se deben revolver al escuchar a dirigentes del PSOE atribuir las causas del padecimiento de Grecia no al chantaje alemán, sino a la defensa de los griegos de su soberanía, democracia y dignidad. Chantaje también es lo que experimentan millones de trabajadores y trabajadoras cuando no pueden ejercer sus derechos fundamentales por miedo a ser despedidas o enjuiciados por practicar el derecho a huelga (como los 8 de Airbus por los que se piden 66 años de cárcel).
El Partido Socialista tiene toda la legitimidad para explorar posibilidades de gobierno con el PP y con Ciudadanos, pero no para calificar de chantajista el ofrecimiento de Podemos de formar un gobierno de progreso que garantice la aplicación de un programa de rescate ciudadano durante los 100 primeros días, tal y como propone la Ley 25 de Emergencia Social. Tampoco tiene derecho a mirar hacia otro lado a la hora de encontrar las causas de su retroceso electoral. Los votantes socialistas no entenderían que no nos dejáramos la piel por hacer realidad un gobierno de cambio y de progreso. La provincia de León, donde 1 de cada 4 familias está en riesgo de pobreza, no se puede permitir un gobierno que no garantice un acceso universal y gratuito a la salud, así como el final de los desahucios sin alternativa habitacional y el de la pobreza energética.
Quizás sea cierto que hay que conceder cierta verosimilitud a la afirmación de que en política no solo importa lo que se dice, sino también quién lo dice. La experiencia nos demuestra que el PSOE muchas veces ha dicho una cosa y, sin embargo, ha hecho la contraria. Por eso desde Podemos no queremos promesas sino garantías, y eso pasa no solo por acordar la políticas sino también porque los mejores estén al frente de los ministerios (sean o no de Podemos). Hechos son amores y no buenas razones. Los Ayuntamientos del Cambio, como los de Madrid, Barcelona, Cádiz o Valencia, han mejorardo la situación de aquellos que habían quedado atrás debido a las políticas antipopulares, al tiempo que han impulsado una necesaria regeneración democrática. En ninguna de estas ciudades gobierna el caos. No tendría que costarnos mucho imaginar un gobierno en España que abra las puertas al cambio que ha rejuvenecido muchas grandes ciudades de nuestro país; aunque por lo visto algunos prefieren imaginarse líneas rojas mientras otros ocupan su imaginación con extravagancias como la del «leninismo 3.0».

 

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