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Nuestra conciencia secuestrada

Tres fotoperiodistas, uno de ellos leonés, José Manuel López, llevan varios días desaparecidos en el frente de guerra sirio de la ciudad de Alepo. Todo hace indicar que han sido secuestrados por algunos de los muchos grupos armados que están devastando el país árabe. López, Ángel Sastre y Antonio Pampliega habían viajado a Siria a hacer su trabajo, el trabajo que más les gusta, que no es otro que informar, a través de imágenes, al resto del mundo del conflicto sirio e iraquí. Me quedo con una frase con la que López trataba hace tiempo de justificar su profesión: "Mi trabajo puede ayudar a mejorar la vida de las personas que fotografío".

Martínez Carrión
23/7/2015 - 21:12

López, acuciado por la crisis de la prensa local y regional, abandonó un día su trabajo de reportero en un diario local y se decidió a cumplir su sueño, que no era otro que viajar a las zonas de conflicto, ya fuese Guatemala, México, Irak, Afganistán, Kosovo, Haití o Venezuela en busca de los rostros que reflejaban las miserias y contradicciones humanas. Está bien fotografiar los estragos de la guerra en ruinas humeantes, pero lo más auténtico es reflejar en una instantánea los ojos sin esperanza de un niño en una calle recién bombardeada de, por ejemplo, Alepo, en el norte de Siria, donde se ha perdido la pista de López.
Goya pintó los desastres de la guerra de la independencia española y ahí han quedado esos grabados como una obra maestra de la protesta universal a la guerra y a la violencia en general. Hoy, los goyas del siglo XXI son los fotógrafos como López, que, sin ningún tipo de red ni cobertura, es decir de forma voluntaria y con categoría de freelance, sin contrato laboral de ningún tipo, viajan a los lugares más peligrosos del mundo para tratar de agitar con sus imágenes las conciencias de los acomodados lectores y televidentes que en el mundo occidental verán esas fotografías, quizás, sin apenas arrancarles una expresión de horror o una mínima reacción de condena.
La misión del fotógrafo de prensa o del periodista es contar lo que no se quiere que se sepa. Eso es la noticia. Y por eso han ido a Siria López y sus dos compañeros. Son los ojos de Occidente en esa guerra brutal que asola Oriente Medio y que ha engendrado el monstruo del Estado Islámico. Los radicales no entienden ni quieren entender cuál es el papel de la prensa en una democracia. No son demócratas ni lo quieren ser. Muchos de ellos viven como si estuviesen en la Edad Media. Y actúan así. Silencian a los que cuentan la verdad de los acontecimientos, a los que fotografían las consecuencias de la guerra. Ya lo hicieron, por ejemplo, en Vietnam y no eran radicales islamistas sino civilizados norteamericanos. Y gracias a fotógrafos como López todos tuvimos la oportunidad de aprender la lección. Nunca más un caso como Vietnam, aunque luego hubo muchos más. Pero las fotos de aquella guerra sirvieron para movilizar conciencias, agitar derechos olvidados y recuperar prácticas lo más parecidas a la justicia.
En Occidente conocemos el valor de la libertad de expresión, aunque la estemos conculcando casi a diario. El trabajo del periodista no es fácil ni en España ni en ningún otro lugar de Europa, pero en zonas como en Oriente Medio, el ejercicio de la libertad de expresión se conjuga muchas veces con el verbo morir. Las oligarquías de esos países -cuántas veces alentadas por Occidente- no quieren que se sepa lo que está pasando de verdad allí, no quieren testigos incómodos ni reporteros de ningún tipo. Por eso tenemos que exigir el pronto regreso de López, Sastre y Pampliega. Ellos son nuestra conciencia.

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