Impasible, como siempre, Monserrat ha recibido la noticia de su declaración de culpabilidad por parte del Jurado con absoluta impasibilidad. Sin pestañear un ojo. En su trono de terciopelo rojo, con las manos entrelazadas en el regazo. Vestida de negro. Con los ojos perdidos en un imaginario horizonte. La pena que le puede caer es la máxima, es de decir 22 años. El Jurado, por unanimidad, la ha considerado culpable de los tres delitos de los que se la acusaba: asesinato, con alevosía y mediante disfraz, atentado (contra una autoridad) y tenencia ilícita de armas. Ella fue el arma ejecutora del asesinato el 12 de mayo de 2014 de la presidenta del PP de León y de la Diputación Provincia, Isabel Carrasco.
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Martínez Carrión
20/2/2016 - 21:28
Al Jurado no le ha temblado el pulso para determinar su culpabilidad y rechazar la tesis de defensor de que actuó bajo una especie de locura transitoria. Por unanimidad, los nueve miembros del Jurado han dicho que no estaba loca, que Monserrat actuó sabiendo perfectamente lo que hacía, que era consciente cuando le dio el primer tiro por la espalda y, sobre todo, cuando la remató, ya en el suelo, con una sangre fría propia más de un sicario, con otros dos disparos, esta vez en la cabeza.
Con Monserrat, el Jurado ha actuado sin piedad, sin atender a alguna de las dudas razonables que su abogado planteó durante todo el Juicio. El Jurado no ha caído en la trampa del juego dialéctico que el abogado planteó sobre la hora de la muerte, la entrega del bolso con el arma y, sobre todo, la polémica actuación de los policías de Burgos. Tampoco ha considerado el Jurado creíble la excelente puesta en escena y dramatización del psiquiatra, a propuesta del abogado, que defendió la tesis, en un alarde de autoridad y de carácter didáctico, de la patología de una paranoia que habría degenerado en un trastorno de ideas delirantes con carácter persistente. Buen intento, pero no. El Jurado asegura que cuando Monserrat apretó el gatillo del revólver contra Isabel Carrasco lo hacía descargando todo el odio que sentía contra ella. Ya lo dijo en su declaración en el juicio: "Era ella o mi hija". Y lo ratificó con una sangre fría pasmosa: "No me arrepiento".
El Jurado, pues, lo ha tenido muy claro: culpable de todo. Sin excusas, sin atenuantes, sin locuras transitorias.
En el caso de su hija, Triana, sorprende la unanimidad con la que el Jurado la ha considerado culpable, como a su madre, de los tres delitos: asesinato, atentado y tenencia ilícita de armas. Considera el Jurado que ella fue parte fundamental del plan para asesinar a Carrasco: hizo seguimientos a la víctima, colaboró en la búsqueda del arma, decidieron conjuntamente la fecha y el desarrollo el crimen, recogió el bolso con el revólver de manos de su madre, le entregó el bolso a Raquel, que la esperaba en la calle Lucas de Tuy, y trataban de huir conjuntamente, como Telma y Louise, cuando fueron detenidas. Sólo le faltó disparar el arma, pero no hizo falta porque su madre le echó más arrestos. Ella fue el cerebro del plan. Un plan imperfecto. No tuvieron en cuenta la colaboración ciudadana. La aparición casi providencial del famoso policía jubilado, Pedro Mielgo, quien fue testigo del asesinato, siguió a la asesina y logró su localización y detención. Allí se acabó todo. La venganza se les volvió en contra.
Triana se convierte así en una especie de juguete roto. La niña bien que lo tuvo todo en sus manos: un empleo con proyección, amistades importantes e influencias y lo echó todo a perder por una actitud de mera soberbia. El Jurado no se ha creído el cuento del acoso sexual de la víctima y con ello desmonta la tesis de la posterior persecución. Triana no estudió la famosa oposición porque la iban a dar las preguntas. Demasiada soberbia y alto concepto de su propia autoestima. Mucho ego contenido en tan frágil cuerpo. Y el juguete se rompió. Todo eso no le podía estar pasando a ella, a la hija del comisario de Astorga, a una joven promesa profesional, inteligente ingeniera de telecomunicaciones, a una concejala del PP de Astorga, a la amiga de Isabel Carrasco, a una funcionaria interina de la élite de la Diputación. Como el cuento de la lechera, en un brinco, el cántaro se vino al suelo y se rompió. Y la madre no supo o no quiso ayudarla a recomponerlo sino todo lo contrario. Dirigió toda la frustración hacia un enemigo exterior, hacia Isabel Carrasco. Y el padre, ausente, en sus cosas, mirando hacia otro lado. Ese día comenzó el fin de la presidenta de la Diputación.
Por su parte, Raquel Gago, la agente de policía local, no podía creer lo que estaba oyendo de la boca del portavoz del Jurado: culpable de asesinato, atentado y tenencia ilícita de armas en grado de cooperadora necesaria. Una leve atenuante que le rebajará la pena en varios años, pero que la devolverá a la cárcel. Su abogado fantasma, el que desapareció durante todo un día sin justificación, no pudo, al final, sembrar en el Jurado la duda razonable sobre el bloqueo o la pérdida de memoria durante las fatídicas treinta horas en las que Raquel no le dijo nada a nadie, ni a sus padres ni amigos, que minutos antes del asesinato ella había estado tomando el té en casa de Triana y de Monserrat y que, luego, al poco rato, se encontró con Triana en la calle Lucas de Tuy y le abrió el coche para que dejase algo en su interior, el bolso con el arma del crimen. Triana alegó que todo eran casualidades y que el azar le destrozó la vida aquella tarde.
Dos miembros del Jurado han creído a Triana, pero la mayoría, siete jurados, se han alineado con la tesis del fiscal y han declarado culpable a Raquel. Una mujer, joven que lo tenía todo: un buen empleo, aunque éste no fuese vocacional, casa, dinero, amistades y hasta un novio secreto desde hacía quince años, algo que parece ser muy normal en León. Lo tenía todo, hasta una amiga con un Mercedes deportivo, que la llevaba y traía a tomar vinos. Mucho glamour. Raquel se dejó envolver en el ambiente de aire de grandeza que envolvía a Monserrat y a Triana y perdió el sentido de la realidad al inmiscuirse en un plan que a ella ni le iba ni le venía. La amistad no era suficiente causa para involucrarse en un crimen. Pero, el Jurado, por siete votos contra dos, ha considerado decisiva su participación en el plan del asesinato y atentado.
La dureza del veredicto contra Raquel ha sido la gran sorpresa de la decisión del Jurado. Tanto, que ella misma se ha derrumbado, se ha deshecho en un mar de lágrimas y no ha contenido su frustración. Su abogado, tampoco. No la ha podido consolar. ¿Hasta qué punto la actuación polémica del abogado ha perjudicado los intereses de Raquel? Nunca se sabrá.
Ahora hay que esperar a que el veredicto se convierta en sentencia y lo que pide el fiscal para Raquel es una pena muy dura: 12 años por asesinato y atentado y 3 años más por tenencia ilícita de armas. 15 años de cárcel hasta que el Tribunal Supremo estudie la apelación. Un futuro muy sombrío para la introvertida, callada, eficaz y reservada policía local de León, a la que sus compañeros han tratado de proteger con unas declaraciones juradas, muy edulcoradas, en un gesto inútil de corporativismo mal entendido.
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