"Si no voy al servicio, sufro cólicos de riñón terribles"
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Jose Luis Mora estudia segundo de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, carrera que compagina con el tercer curso de la Escuela Oficial de Idiomas y con su afición a la pintura. A eso de las diez de la mañana, Begoña, una compañera de clase, le espera a las puertas de la facultad. Hasta aquí, todo normal en un joven de 21 años, risueño y con ilusiones.
Entre otras de sus hazañas, "conduzco desde los tres años", bromea. Lo hace tumbado, a bordo de una silla eléctrica que maneja únicamente con la barbilla, a través de un mando y de varios botones. Desde que nació, en La Paz por cierto, sufre artrogriposis múltiple congénita, una enfermedad que mantiene rígidas sus articulaciones y que le impide generar músculo.
Pero, gracias a sus compañeros, que le ayudan a subir en el ascensor, que la abren la puerta, que le dan el desayuno o que le pasan los apuntes y, sobre todo, gracias a sus ganas, su vida académica se parece mucho a la de cualquier otro joven de su edad. En cuanto al estudio propiamente dicho, "como no puedo pasar las hojas con la mano ni subrayar, lo esquematizo todo en la memoria y se me tiene que quedar sí o sí. Y los exámenes los hago orales, aunque viene un becario de la oficina de integración para rellenarlos, en el mismo aula que el resto. Por lo demás, soy un alumno normal", reconoce sin perder la sonrisa ni un solo segundo.
Y como cualquier estudiante, como cualquier persona, tiene una serie de necesidades fisiológicas que hasta ahora podía cubrir gracias al servicio de apoyo sociosanitario que prestaba la Universidad Complutense, a través del cual, una persona le acompañaba al baño a media mañana. Aquí comienza la desigualdad, las odiosas diferencias. Porque el servicio ya no existe. Los recortes le han hecho desaparecer, aunque apenas supone "unos 600 euros al mes, que es lo que cobra una persona contratada para atender a Jose Luis y a otros seis jóvenes con discapacidad que estudian en esta universidad", explica Javier Font, presidente de FAMMA-Cocemfe.
Como consecuencia, aparte de la cuestión higiénica, el sufrimiento de Jose Luis se incrementa. "Si no voy al baño me dan cólicos de riñón terribles, y tengo que beber agua para que se me pase. Además, me fastidia el esfuerzo extra que tienen que hacer mis padres", confiesa.
Desde septiembre, cuando se eliminó la atención a este estudiante, Isabel y Jorge, sus progenitores, se las tienen que apañar para trasladarse a la facultad a media mañana y suplir así la atención recortada. "Para mí supone un trato vejatorio. Jose controla esfínteres, pero hay muchos que no, que van con pañal, y sus compañeros les excluyen porque huelen mal", opina la madre.
Por su parte, la Universidad, afirma Font, "ha mostrado una falta de sensibilidad total. El rector no ha sido capaz de recibirnos para buscar una alternativa, y desde el gabinete de Comunicación nos han dicho que cuando alguien se rompe una pierna tiene que buscarse la vida para ir a la facultad. Vamos a denunciarlo y preparamos una movilización para el 12 de diciembre". Como Jose Luis, otros 300 alumnos con discapacidad estudian en la Complutense.
Publicado el 30 de noviembre de 2012 a las 09:00.