Hombre, de unos 40 años, español, con un perfil cultural medio-bajo, condenado por violencia machista a una pena inferior a dos años. Así se presenta, a grandes rasgos, parte del problema social que nos ocupa: el agresor. Al menos, si echamos un vistazo a los que han pasado ya por el programa CUPID ('Con Un Pie Dentro') de reeducación contra el maltrato. Dirigido a hombres condenados por un delito leve de violencia entre convivientes, que se encuentran bajo suspensión de condena, este proyecto de intervención terapéutica ha sido desarrollado por la Asociación CUPIF ('Con Un Pie Fuera'), atendiendo a las líneas establecidas por Instituciones Penitenciarias.
Hace apenas un par de semanas, Jon todavía acudía a las sesiones en el Centro de Inserción Social Victoria Kent de Madrid, donde los psicólogos voluntarios de CUPIF llevan a cabo su trabajo. Es de nacionalidad extranjera, aunque lleva 18 años en España, estaba casado en el momento de cometer el delito y tiene tres hijos. Menos reciente lo tiene Ángel, madrileño, que hasta hace 2 años se sometía al tratamiento. Ahora, orgulloso, muestra en el móvil una imagen de su segundo hijo, de 9 meses, fruto de una nueva relación.
Sesión de seguimiento
Llegan juntos para reunirse en una sesión de seguimiento con María Socorro Gómez, coordinadora del programa CUPID, y con Joaquín García, psicólogo voluntario. "¿Recordáis la fase de dominio de la ira? Cuando uno se enfada mucho hay ciertas señales que puede registrar -tensiones musculares o subida de temperatura, por ejemplo- para controlar esa escalada. Pensad en alguna situación reciente en la que os hayáis sentido así", explica la terapeuta.
Le observan atentamente, repasando los apuntes que ha traído y que ha colocado sobre la mesa. Parecen relajados, al menos bastante más que cuando se conocieron. "No sabía que me encontraría. Vas un poco retraído, con miedo, a la defensiva. Me costó un par de meses encajar todo", confiesa Ángel. Con él coincide Jon: "Estaba asustado, pensaba que me meterían en la cárcel, pero me encontré con más personas como yo. Entonces, me tranquilicé. Desde el primer día, me convencieron de que era importante lo que estaba haciendo, que sólo querían evitar que sufriese más problemas".
Escépticos, asustados, reactivos, doloridos. Así llegan la mayoría al programa, apunta Socorro. Porque se consideran maltratados por el juez, la policía, por la sociedad entera, convencidos, incluso, de que no han hecho nada malo. "Traen ansiedad, dudas y tienen poca asunción de la responsabilidad", añade Joaquín. Profundizando sobre su perfil, Gómez aclara que han atendido a penados "de entre 18 y 73 años. La edad media se sitúa en los 40, los grupos son de 12 personas y suele haber unos 8 españoles y 4 extranjeros de diferentes nacionalidades. El perfil cultural lo definiría como medio-bajo y su situación económica, digamos, media".
Como punto en común, todos ellos mantendrán el haber sido condenados -por delitos de violencia machista- a una pena inferior a dos años. "El juez, valorando ciertas características, puede darles el beneficio de la suspensión de condena. A partir de ahí, no entrarán en prisión, pero tendrán que cumplir ciertos requisitos obligatorios, como asistir a estas terapias o no salir del territorio nacional", comenta Socorro. "Son personas que como se descuiden entran en la cárcel, y nuestro objetivo es que no ocurra eso, que no haya más víctimas, que no reincidan".
De seis a nueve meses
Las terapias suelen durar entre 6 y 9 meses aunque, reconocen, en ocasiones se necesitaría más tiempo y sesiones individuales. En los primeros encuentros se establecen las normas que van a funcionar (respeto en el turno de palabra o a las opiniones de los demás, por ejemplo), y se les dota de herramientas que precisarán a lo largo del tratamiento: habilidades para comunicar, expresión emocional o distorsiones de pensamiento. Ya en la segunda fase, se les explicará cuáles son los mecanismos de defensa y se les hablará de la violencia psicológica y emocional como precursoras de la física. Otra cuestión que se impartirá será el significado de género, prejuicios, estereotipos o igualdad, temas que la mayoría desconocen. Con cada uno de estos pasos se pretende tratar al agresor para que, al seguir su vida, no repita los modelos de pareja vigentes hasta entonces.
"La erradicación de la violencia pasa por tratar a la víctima, al agresor, y también a los niños que asisten como espectadores. Si no se aplican programas como CUPID, y no se rehabilita al agresor, una condena por delito leve puede transformarse en otra más grave", advierte la psicóloga, al tiempo que hace hincapié en la necesidad de prevenir "centrándonos en jóvenes, adolescentes y mujeres. Con los primeros porque las viejas formas de violencia aparecen ahora vía móvil o redes sociales, y en cuanto a ellas porque deben averiguar las trampas culturales que pueden convertirlas en víctimas algún día". En cualquier caso, nadie ha dicho que ayudar a víctima y agresor -la otra víctima, al fin al cabo- sean conceptos incompatibles.
"Te enseñan que se podía haber evitado"
"Si me hubiese sometido a este curso antes del matrimonio, hubiese evitado muchos problemas. Porque entonces hubiese sabido que tiene que haber empatía en la pareja, y que uno siempre debe saber ponerse en el lugar del otro. Eso es lo que he aprendido en estos meses. Me han enseñado que podía haberlo evitado", explica Jon ante la alegre mirada de Socorro: "Estamos muy satisfechos con lo que hacemos, aunque hay casos que necesitan un mayor seguimiento".
Ardua búsqueda de motivaciones y de un nuevo planteamiento de vida
Después de someterse a terapias de estas características, uno termina grabando en su mente para siempre una serie de frases, de conceptos, tal y como cuenta Jon. "Cuando pasan cosas malas tengo que buscar la salida, no seguir autocastigándome, porque siempre hay solución, y por eso he asistido al programa, para ver qué he hecho mal y cuál ha sido mi responsabilidad". Con él coincide Ángel. "Consiguen que te veas de otra manera y que tires hacia adelante, gracias también a la paciencia que tienen con nosotros", reconoce.
A mitad de reunión, Ángel, que concluyó su terapia hace un par de años, nos habla de su nueva vida. "Tengo una pareja y un crío de nueve meses. La convivencia ahora está bastante bien, algo ayuda todo lo que nos explican, te superas a ti mismo, vives tranquilo… No afronté aquel matrimonio de la misma forma, la verdad". Jon, por el contrario, todavía no ha empezado de nuevo, aunque se muestra seguro de que "en el futuro me ayudará con las parejas, no volveré a ir a la Policía ni al juzgado".
A pesar de que sus sesiones con los psicólogos han finalizado, Ángel asegura que cada vez que surge un problema "me leo los apuntes para recordar lo que me enseñaron, y eso te evita salir a la jungla de la calle y volver otra vez a donde estabas antes".
El seguimiento finaliza, y Socorro les recuerda la pregunta que les formuló minutos atrás: "¿Cuándo os habéis enfadado por última vez?". "Hace mucho que no me enfado, pero si lo hago pienso siempre en algo positivo para calmarme", responde Jon. "Fue antes de nacer mi hijo. Tuve un pequeño conflicto con mi mujer, me di la vuelta, noté que la escalada empezaba a subir, busqué los truquillos que nos enseñan y todo salió bien. Las cosas se calmaron, hablamos y no fue a mayores", continúa Ángel. "¿Qué truquillos?", le pregunto. "Eso forma parte de nuestro programa y cada uno sabe los suyos".
"La mujer necesita herramientas para no volver a situarse en una pareja con un maltratador"
Las primeras terapias dirigidas a agresores surgieron en España a mediados de los 90. Fue Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, el coordinador de aquellos primeros proyectos. ¿El motivo? Muchas de las víctimas de violencia machista no abandonaban a su agresor, y había que ayudarles. Desde entonces, muchas han sido las teorías vertidas acerca de la eficacia o ineficacia de los intentos de reeducación. "Los hombres somos víctimas de otra manera y también deben ayudarnos. Hay muchos compañeros sin trabajo, que no tienen ni para el autobús", comenta Jon, poniendo sobre la mesa una cuestión más que interesante.
"Las mujeres necesitan también estos cursos, hay que enseñarles a comunicar, a hablar sin insultar, a controlar su ira, su enfado". Socorro Gómez asiente. "Es necesario dotar a la mujer de herramientas para que no vuelva a situarse en una pareja con un maltratador. Pero antes de esa dotación de herramientas hay que reparar todo el daño causado en una mujer que lleva tiempo aguantando esa situación de maltrato".
"Tendría que haber algo más, también somos víctimas, te quitan tu casa, tus hijos… No es plato de buen gusto", completa Ángel, aún asumiendo su culpa.
Gracias al programa CUPID de reeducación, reconoce que ha logrado cambiar su actitud. "No sabía la mitad de las cosas, no me autocontrolaba, no veía más allá de mi nariz. Ahora me pienso más las cosas, sales con las ideas claras: no quieres hacer daño a nadie, sólo miras por ti, por tus hijos". Dolido, pero con un rostro cargado de optimismo y esperanza, Jon recuerda que "no todo es la guerra, siempre hay un hueco de amor para querer a alguien y seguir adelante en la vida. No vale la pena condenarse a uno mismo. La vida sigue y hay muchas salidas ante un problema. Uno no puede quedarse sentado culpándose y castigándose".
LA VIOLENCIA MACHISTA EN CIFRAS
14.000 agresores
Fueron condenados en 2010 a asistir a este tipo de programas de rehabilitación, tras haber cometido delitos leves de violencia machista
Desde 2005
Instituciones Penintenciarias aplica estas terapias
2.300 condenados
Han asistido desde entonces a estos programas, y a principios de año lo hacían 420
134.105 denuncias
Se presentaron en 2010 por malos tratos en los 103 Juzgados de Violencia sobre la Mujer que existen en España, así como en los 358 juzgados con competencias compartidas, según los datos del Consejo General del Poder Judicial
15 cada hora
Se presentaron un total de 368 denuncias diarias por violencia machista, es decir, una media de 15,3 denuncias cada hora.
21.368 agresores
En el pasado ejercicio, 21.368 agresores fueron enjuiciados en los juzgados especializados
El 71%, españoles
De esa cifra, el 71% era de nacionalidad española, frente a un 29% de extranjeros
El 76%, condenados
El 76% de los agresores fueron condenados. Sólo un 24% resultó absuelto
Publicado el 15 de abril de 2011 a las 10:15.