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Mis padres, gallegos, de Ourense para ser exactos, decidieron un buen día mudarse a Suiza en busca de un futuro mejor, allá por los 60. Mi madre tenía sólo 17 años, mi padre 24. Bajo el brazo no llevaban ni siquiera unos estudios primarios. Aún así, no tuvieron dificultad alguna a la hora de aprender nuevos idiomas para poder desenvolverse, y trabajar posteriormente en París y Hannover. A su regreso adquirieron su primera vivienda y formaron una familia a la que nunca le ha faltado de nada en todos estos años. Buscaron un futuro mejor, lo consiguieron, pero a veces se arrepienten de haber vuelto a casa.
Su retorno se produjo cuando mi hermana mayor tenía seis años y llegaba el momento de escolarizarla. Nunca se separaron de ella, pero sí que muchos tíos míos, emigrantes también en aquella época, dejaron a sus hijos primero con mi abuela y luego con otros familiares. Incluso, mi madre cuidó a una prima mía desde recién nacida y hasta los 4 o 5 años, cuando sus padres pusieron punto y final al periplo europeo.
Ahora, esta historia me viene a la cabeza cuando charlo con Cristina Manzanedo, responsable del informe 'Madurar sin padres' (Entreculturas), que analiza las consecuencias académicas en torno a los niños y adolescentes bolivianos que viven lejos de sus progenitores. 360.000 personas de esta nacionalidad han recalado en España (más de tres millones de bolivianos viven fuera de su territorio), y la mayoría son mujeres. Inevitablemente, recuerdo la historia de mi familia. "Esta situación es diferente. La emigración de madres solas no se dio en España, emigraban más los padres. Por otro lado, los niños se quedaban donde la estabilidad familiar era mayor a la que se da ahora en las familias latinoamericanas, que tienen que soportar además un contexto de pobreza grande. Por otro lado, fueron emigraciones a más corto plazo. En el caso de Bolivia, todos tienen la idea de un pronto retorno que no se produce. Además, la vuelta era más fácil, ahora hay miedo a no conseguir los papeles", explica Cristina.
El estudio revela que el rendimiento escolar de los alumnos con padres emigrados es sólo un 1% inferior al promedio de la clase, y que son las niñas las que registran mejores resultados, a pesar de asumir la responsabilidad del hogar.
Al lado de Cristina se sienta Leonor, una madre de familia boliviana que un día emigró en busca de una mayor calidad de vida, dejando atrás, aunque temporalmente, lo que más quería. Leonor Fernández lleva cinco años en España, y en La Paz se quedaron sus tres hijos: Maribel, Jorge -Coco- y Fabiola, de 22, 15 y 9 años.
¿Con quién les dejaste?
Al principio con mi madre, pero se cansó porque está mayor. Luego con mi hermana, y ahora viven solos. Mi niña mayor hace de madre, mi hijo de padre y la pequeña de hija. Así llenan los huecos que sus papas hemos dejado.
¿Cómo les explicas tu marcha?
Esa parte es muy dura (se emociona).
¿Cada cuánto hablas con ellos?
Constantemente. Me comunico por Internet, pero para algunas cosas que tengo que solucionar rápidamente utilizo el teléfono. Siempre estoy en los cumpleaños y en las pequeñas cosas que para ellos son grandes, como el Día del Niño.
¿Cuánto tiempo hace que no les ves?
Todo el tiempo que llevo aquí, cinco años. He estado esperando a que me saliesen los papeles.
Ahora que los años han pasado, ¿qué te dicen?
Cuándo vamos a volver, si vamos a traerlos... Pero el problema es que no tenemos un trabajo fijo, sino mucha inseguridad, por eso no lo hemos podido hacer aún.
Vista la historia de Leonor, le pregunto a Cristina:
¿Es posible madurar sin padres?
Por necesidad, por la fuerza de los hechos. El informe constata que la emigración de los padres supone en los niños asumir nuevas responsabilidades, sobre ellos mismos y sobre su entorno. Ello supone una maduración precoz, que a veces es positiva y a veces no. Las niñas absorben responsabilidades domésticas y familiares y, a pesar de ello, incluso sacan mejores notas. Son mujeres heroínas que poco tienen que ver con nuestras niñas, mucho más protegidas: llevan la casa, administran el dinero que les envían sus padres... Pero madurar sin padres puede tener en algunos casos consecuencias negativas, sobre todo en lo que se refiere a los niños. Al conllevar libertad, autonomía, los pequeños se vuelven autónomos pero más rebeldes, sobre todo cuando llega la adolescencia, y necesitarían un mayor control.
¿Existe alguna diferencia dependiendo de si emigra el padre o la madre?
Sí. La estabilidad familiar es mayor cuando la madre permanece. En la muestra de los 300 niños, cuando había emigrado el padre la mayoría permanecían con su madre. Cuando emigra la madre, al cabo del tiempo, sólo la mitad de los niños permanecen en el núcleo familiar. El padre, además, busca ayuda de amigos, familiares, mientras que la madre asume todas las responsabilidades.
¿Podemos hablar de desigualdad de género a la hora de asumir el hueco que dejan ambos progenitores?
Sí. Las niñas son auténticas heroínas por la desigualdad de género tan fuerte que hay. La educación debe promover la equidad de género y el reparto equitativo de las tareas domésticas y familiares cuando se produce la emigración.
¿Qué supone esa espera para los hijos?
No hay un perfil único de hijo de emigrantes. La emigración supone una reconfiguración del hogar familiar, y ese nuevo hogar puede ser de acogida o de vulneración de sus derechos. Todos expresan tres sentimientos: la tristeza, por la ausencia de sus progenitores; un cierto temor a que se olviden de ellos; y, cuando emigra la madre, se une un sentimiento de preocupación por como estará, más acusado que cuando se va el padre.
El rendimiento escolar es ligeramenre inferior al promedio del curso, pero, por sexos, el de los varones es muy inferior, y el de las niñas, a pesar de la carga familiar, es muy superior. La emigración a veces es un estímulo muy fuerte, porque saben el esfuerzo que sus padres están haciendo para darles un futuro mejor. En otros casos también se genera el abandono, porque nadie les controla.
Mientras habló con Cristina, Leonor, no deja de asentir.
¿Ves reflejada tu situación Leonor?
Es verdad, las chicas maduran más rápido. Mi niña mayor es muy responsable, no va ni a fiestas. Hace su papel a raja tabla, y la pequeña es muy buena alumna. A mí niño el año pasado le fue bien, pero no en los anteriores. La pequeña también tuvo problemas, necesitó una psicóloga, pero lo pasó y ya está recuperada.
En otro punto de Madrid charlo con Lilian, otra madre boliviana que llegó a España hace ocho años, y que sólo aguantó un año y medio lejos de sus hijos, Ronald que en ese corto periodo se quedó solo en La Paz, y Yasmine, que se fue a Argentina con su padre (están divorciados). Tenían 18 y 19 años.
¿Cómo viviste aquella despedida?
Fue un poco difícil. Me dio mucha pena dejarles, sobre todo a mi hijo. Tuvo que pasar peripecias, se quedó solo, triste, le pasaron muchas cosas, pero lo superó. Mi hija no dejaba de decirme que le hacía falta como madre, que sabía valorar mi ausencia y que se había dado cuenta de lo que era una madre.
¿Manteníais el contacto?
Cuando llegué lo primero que hacía era ir a un locutorio, todos los días, para hablar con ellos. Les extrañaba mucho, y así por lo menos podía alentarles y me daban fuerzas para seguir. Me decían que algún día nos íbamos a reunir, y deseaban que les mandase cosas: ropa, calzado...
Ahora vives en Madrid con tu hijo, ¿cómo fue ese reencuentro?
Para mí es una alegría estar respaldada por él, es mi guardaespaldas, me protege, voy con él a todas partes, y vivo tranquila porque tengo un familiar a mi lado.
¿Qué deseas para tus hijos?
Que tengan una buena profesión y poder dejarles una herencia, que vayan por buen camino y sean algo en la vida.
¿Y cuál es tu sueño Leonor?
Estar con ellos. Cuando estás acá valoras muchas cosas de tu país. A tu familia, tus hijos. Mi mayor anhelo, y el de todas las madres, es volver a ver a tus hijos, abrazarles, darle todo ese cariño que no les das en tantos años.
Publicado el 6 de mayo de 2010 a las 13:15.