La calle, lugar de todos y para todos
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2012 pasará a la historia por sus recortes, huelgas generales, desahucios, cinco millones de parados, un panorama hiriente que nos ha hecho gritar en demasiadas ocasiones eso de "la calle es nuestra", con más de 3.000 manifestaciones convocadas en Madrid. Hemos utilizado la calle para ejercer uno de los derechos fundamentales, pero también para perder parte de ellos, porque muchos de esos manifestantes no volvieron a casa una vez expresada su rabia, aunque su indigencia pasase desapercibida. El último recuento de personas sin hogar elaborado por el Ayuntamiento nos dice, por ejemplo, que el 23,6% tiene estudios superiores; y que de las 2.041 personas sin techo en la capital, un 66% permanece alojado en recursos sociales de la red pública y privada.
En esa red abrimos la puerta del Centro Santa María de la Paz (Hortaleza) y nos encontramos a Víctor, perito industrial de 58 años. No tiene barba, ni huele a alcohol. "Hay mucha gente con estudios, empresarios, personas que han vivido bastante bien, y que ahora, como yo, están en la calle", explica. En su caso, después de dirigir un almacén de hierros comerciales que facturaba al año más de tres millones de euros, lo perdió todo tras una expropiación. "El justiprecio que me dieron me arruinó. Las cosas pegaron un giro total, y ahora no tengo ni derecho a una paga", añade, sin dejar de nombrar a su mujer, que ha cruzado el charco en busca de nuevas oportunidades. Porque la calle también destruye familias.
Entre las 114 personas a las que este centro da acogida, la mayoría hombres de entre 45 y 60 años, vemos también a Pedro Pablo, de 44. Tras ocho meses de estancia, espera ahora el acceso a un piso de autogestión que le permita levantarse de nuevo. "Hace menos de dos años mantenía una vida normal, en Valencia, con mi trabajo de logística, mi pareja, el régimen de visitas con mi hijo, porque me separé... Todo comenzó cuando perdí un trabajo fijo y empecé a dar vueltas de un empleo a otro. Y cuando llevaba aquí tres o cuatro meses todavía no lo asumía", afirma.
Como él, Miguel Ángel, de 56 años, veía a la gente de la calle desde lejos, como "personas de mal vivir, sin ilusión por nada, pero me encontré otra cosa. A cualquiera le puede pasar esto", señala este ex empresario hostelero "con mala cabeza", que lleva un año y medio en la residencia.
Esta es la historia de tres manifestantes que un día salieron a la calle y nunca regresaron. Tres ciudadanos del mundo que lo han perdido todo menos lo imprescindible: las ganas. "Lo que tenía ya no lo tendré jamás, me voy a perder muchos años de mi hijo, por ejemplo, pero tengo ilusión", confiesa Pedro Pablo. "Yo sólo pido trabajar, y que la juventud tome conciencia de que no debe dejar de estudiar. Estar preparado en la vida sigue siendo lo más importante", concluye Víctor.
"No pueden quedarse aparcados"
En este albergue residencia gestionado por los Hermanos de San Juan de Dios desde hace 30 años, proporcionan habitación, cuatro comidas al día, asistencia psicológica, asesoramiento... "Se integran además en las actividades cotidianas como la limpieza, la cocina, la descarga de donaciones, la biblioteca... Y organizamos talleres de manualidades, teatro, informática, jardinería, habilidades sociales, yoga... para que durante el tiempo que estén aquí no se queden aparcados, que es un problema de este colectivo", explica Juan Antonio, uno de los Hermanos.
Publicado el 8 de marzo de 2013 a las 09:00.