Encarna, criadora de cabras en peligro de extinción: "Me falta agua, pastos, y gano sólo 1.200 euros al mes"
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Encarna, en su ordeñadora, en Navas del Rey (Madrid)
07:00 horas. Navas de Rey. Encarna, de 41 años y madre de cuatro hijos (de 21, 20, 18 y 8 años), empieza su día, una jornada que se repite de lunes a viernes, los 365 días del año, sin descanso, sin puentes, sin festivos, sin vacaciones. Por delante quedan 400 cabras a las que ordeñar, con la ayuda de dos de sus vástagos.
La vida de Encarna y la de su familia depende de estos animales, y de los pastos y el agua necesarios para mantenerles. Pero, poco a poco, la tierra responde y los recursos escasean, aunque nos encontremos a sólo unos 52 kilómetros de Madrid, y no en un país en vías de desarrollo.
Cada vez se le hace más difícil sacar adelante un negocio con el que apenas llega a los mil euros mensuales, con demasiado sacrificio y dedicación. Aún así, y a pesar de la escasa formación de la que dispone, su vocación por este trabajo, por la naturaleza, por los animales, le prohíbe cambiar de gremio. Estamos hablando de la empresa familiar, de un oficio que conoce desde los nueve años, "cuando empezaba a ordeñar a mano con mis padres. Luego iba a la escuela. Y desde que me casé, hace ya 22 años, así es mi vida", explica Encarna.
Haciendo cuentas
"Gano muy poquito, unos 1.200 euros al mes, por ahí, porque hay que pagar pienso, pastos, medicinas... Las tres personas que estamos aquí no cobramos más de 400 euros cada uno", me comenta.
Comprensible, teniendo en cuenta que le pagan 35 céntimos por litro de leche, y debe pagar el pienso a 24. Y luego añadir alfalfa, paja para los animales...
Solamente para sostener la maquinaria, la ordeñadora, "se gastan unos 600 litros de gasoil al mes, lo que supone unos 450 o 500 euros mensuales".
Y hay más. Cada día los animales comen 400 kilos de pienso, "que cuestan unos 2.000 euros al mes". También están las medicinas, el detergente necesario para limpiar la ordeñadora, "cuando llamamos a la máquina para sacar el estiércol, el alquiler de los pastos, que son 4.000 euros al año...".
Mientras charla conmigo, cura la herida a una de las cabras, echándole un spray azul, y me confiesa que también hace de veterinaria, asistiendo incluso a los animales en los partos, para ahorrar y evitar la llamada al profesional. Tampoco le importa levantar los 40 kilos que pesa cada saco de pienso.
Seguimos ordeñando, en tandadas de 24 cabras. La leche que recoge cada una de las ocho tetinas se va a un tanque que está en el exterior de la granja y que enfría la leche que va saliendo. Una cisterna la recoge cada día, porque Encarna forma parte de una cooperativa que luego le vende la materia prima a una empresa para fabricar quesos y otros productos lácteos.
Cabras en peligro de extinción, falta de agua y pastos
Sus cabras, de la raza del Guadarrama, están en peligro de extinción "porque aquí no se gana lo que se tiene que ganar y la gente las ha quitado y han quedado muy poquitas", afirma Encarna. "Parece mentira, porque ahora es todo más fácil. Cuando era joven hacíamos todo a mano, y había que bajar la leche al pueblo en cántaros, en los caballos, para entregársela a los lecheros. Lo malo es que ahora no hay ni agua, no hay embalses, me falta agua para el ganado, y en verano tengo que traerla, hasta 5.000 litros, de junio a casi octubre". También le faltan pastos.
Las ventajas del "yo me lo guiso, yo me lo como"
Terminamos, friega la ordeñadora, son las 11:10, hemos ordeñado a 400 cabras, le hemos echado de comer a los cerdos y nos subimos al cerro para supervisar a las cabras, que están pastando. Se fuma el cigarro en su particular hora del bocadillo, y me confiesa que "la tranquilidad y que nadie me manda", son los aspectos que más valora de su profesión.
Cabrera y ama de casa
Nos vamos a casa, y me invita a café y chorizo. Antes de ducharse y mientras lo hacen sus hijos, aprovecha los segundos, vaciando el lavavajillas, arreglando la cocina... Aquí está su otra realidad, levantar un hogar.
Bajamos al pueblo, dejamos a uno de los hijos en el médico y hacemos la compra en la tienda de Conchi: dos barras de pan, tomate frito, donuts, Coca-Cola y espaghetis, por unos 7 euros. "Ya lo ves cómo está la vida de cara. Y luego la leche no vale nada", bromea con Juanito, el tendero. Pasamos por la carnicería donde despacha su hijo de 18 años, el único que en estos momentos no le ayuda con las cabras.
Volvemos a la cocina, hacemos la comida, subimos a uno de los hijos a la finca y recogemos a la niña en el colegio. Comemos, fregamos los platos y aquí no termina todo. Por delante queda una tarde repleta de tareas domésticas: lavadora, plancha... Son las 15:15. A esta hora recibimos la llamada de uno de los hijos y acudimos en su ayuda para cruzar a las cabras en la 501, que se han escapado de la finca.
Más tarde, a las 20:10, nos trasladamos de nuevo a la ordeñadora, "para apartarlas, echarles el pienso y cerrar a las chivas. Luego, nos iremos a casa a hacer la cena", dice Encarna. El esperado final llega. Son las 21.40. "No estoy cansada porque estoy acostumbrada. Es más, me iría de juerga ahora mismo", exclama entre risas.
"¿Te quedarías con este trabajo?", le pregunto. "Sí, sinceramente, sí. Me gusta estar en el campo, tranquila, cuidar a los animales, estar con mis hijos...". Respuesta admirable, allá donde las haya. Y la entiendo. Porque pasar el día con ella me ha traído el recuerdo de muchos fines de semana en Galicia, en A Manchica (Ourense), en la granja de vacas de mi abuela y de mi tía Lourdes, dando de comer a los animales, viendo como algunos de ellos venían al mundo... Luego recuerdo también el momento en el que todo eso se acabó, con la crisis de precios de la leche.
También -no lo puedo evitar- me vienen a la mente otros miles de mujeres que se dedican a producir alimentos en el mundo, y que ahora se mueren de hambre porque nadie les ha explicado que es la sostenibilidad ambiental, porque no cuidamos la tierra. De los más de mil millones de pobres que hay en el planeta, el 70% son mujeres. Recibimos salarios menores que el hombre desempeñando el mismo trabajo, y en nuestra propiedad se encuentra tan sólo el 1% de la tierra. Pero nos erigimos como las principales productoras de alimentos, llegando incluso a porcentajes del 70-80% en lugares como África subsahariana, el 65% en Asia, o el 45% en América Latina.
Asunto pendiente: Erradicar la pobreza extrema, el hambre, y garantizar la sostenibilidad ambiental.
Publicado el 27 de mayo de 2010 a las 13:15.