Teresa, enfermera: "Me he sentido desprotegida después de las agresiones"
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Teresa Mateos es enfermera desde hace 24 años. Ha trabajado siempre en servicios especiales y en los últimos 12 o 14 años en Urgencias. Ahora desempeña su profesión en un centro de salud, en una consulta de enfermería, en Madrid.
Sufrió su primera agresión hace once años. "Estábamos en Urgencias intentando pinchar a un señor con signos de embriaguez. Era un hospital universitario, teníamos alumno, y como el alumno no pudo, lo iba a hacer yo. Cuando le intenté coger la vía me dio un golpe, tire del cuello hacia atrás y me hice un gatillazo. Padezco un problema cervical por aquella agresión. Estuve más de cuatro meses sin trabajar, con cinco collarines, ingresada en el hospital... y todavía tengo secuelas", explica Teresa.
Lo peor de todo es que no interpuso denuncia alguna. "Figura como accidente laboral. En esos años no había las posibilidades de actuación que hay ahora, pero creo que sirven sólo para cumplir el papel", aclara.
Su segunda agresión ocurrió también en Urgencias, en el 12 de Octubre, en la puerta. "Venía un chico, con una crisis, con sujeción mecánica, pero no venía bien hecha. El médico me estaba pasando la guardia, se soltó y me llevé un buen bofetón. Me fui a Salud Laboral, hice un escrito... Fue hace cinco o seis años y lo hice un poco más en regla, pero me sirvió de poco".
En esta ocasión tampoco tomó medidas judiciales, "porque creo que la obligación es de la institución, mi empresa. Debe defenderme, protegerme...".
Intentando buscar explicaciones a estas agresiones en nuestro sistema sanitario, Teresa opina que "la primera es la falta de civismo, de urbanidad, todo tiene que ser inmediato. Nunca nos ponemos en el lugar del otro. Cuando el paciente llega, se cree que lo más importante es lo suyo, no mira al resto. Hay falta de respeto y conocimiento. Además, desde hace una década se está viviendo una situación caótica, de falta de presupuesto humano, sitio físico, se quedan camas en los pasillos, hay mucha saturación, demasiado conflicto, deterioro, y claro, la gente se cansa, y nosotros también. Muchas veces no eres todo lo correcto que debieras. La gente se impacienta, tiene malos modales, dicen frases que te hieren...", confiesa.
Y estas malas palabras y actitudes violentas las lidian todos, médicos, celadores, enfermeros... "Tengo sobre todo compañeras. Aunque suena a tópico, la mujer es más accesible a esas situaciones, es más vulnerable. Pero bueno, también tengo un compañero al que le rompieron las gafas. Fue un caballero de etnia gitana. Creo que culturalmente ven las cosas de otra manera, y con la inmigración se ve que la preparación y la educación sanitaria no es la misma. Las circunstancias culturales agravan o mejoran el problema", dice Teresa.
Tema aparte son los problemas internos entre el propio personal. "Mi última agresión vino de un compañero médico. Intentas explicarlo, y la respuesta es que todos estamos saturados y en una situación emocional límite, porque de tu trabajo depende la vida de esa persona, y pasa factura. No lo disculpo, pero intento entenderle. Yo tenía siete pasillos, treces boxes, diez enfermos... El médico tenía también un día complicado... Sí que se dan situaciones de conflicto, sí que influye. Es lo que más me pesa en mi vida laboral".
Aún así, está claro que por número y por trato, los enfermeros y enfermeras son los más perjudicados. "Estamos más en contacto con el enfermo y con el familiar, el contacto es más duradero. Por otro lado, se le tiene poco respeto, en cambio el médico es el médico. Enfermero es cualquiera. Pero todos somos importantes, desde el que te lleva en la silla al que te pincha".
¿Y los agresores? ¿Hay pacientes más proclives? "Enfermos con alcoholismo, nivel social bajo, con cultura con otros valores. Luego están los enfermos psiquiátricos... Habría que distinguir entre el paciente y el familiar. Con este último hay que ser más exigente, el enfermo es el enfermo".
¿Y el lugar? ¿Dónde se producen estas situaciones con mayor frecuencia? "Urgencias, por lo que conlleva, hay más riesgo. Luego están los centros de salud, pero es menos frecuente la agresión física aunque mayor la verbal. Además, estás menos arropado, tienes más miedo".
Como consecuencia de estos episodios en su carrera profesional, Teresa ha perdido la ilusión por su profesión y procura crear más barrera con el paciente. "Esta situaciones pasan factura en tu manera de llegar a las personas y dejas de confiar en las instituciones", afirma.
"Soy enfermera de base. Creo que los directivos -la gente preparadísima en la gestión-, deberían actuar, no se pueden quedar las cosas en el papel, deben tomar medidas, ir más allá de timbres y guardias de seguridad...Tiene que haber otro tipo de apoyo como profesional y persona, que es lo que más echo en falta. Yo me sentí muy desprotegida. Ni siquiera Salud Laboral hizo un esfuerzo para hacerme un cambio de servicio, aunque fuese de manera provisional, y tenía que ver cada día al médico que me había agredido", añade Mateos.
Cada día, al vestirse la bata blanca, Teresa sólo piensa "a ver qué me toca hoy. La última vez me dijeron que en su raza emparedaban a las mujeres como yo, simplemente por hacerle esperar. No sé, pienso que no me pase nada, porque en el centro de salud se montan unos cacaos... Y a veces te asustas. Lo bueno es que existe mucho compañerismo. En cuanto se escucha algo se abre la puerta pensando en la asistencia inmediata", concluye.
*MÁS INFORMACIÓN: El caso de Eva María Palos.
Publicado el 18 de junio de 2009 a las 13:00.