La mayoría de los colegas de profesión, a los periodistas me refiero, que tengo en Facebook colgaron ayer un fantástico ‘post' de David Jiménez que lleva por título ‘Putas y periodistas'. El escrito de Jiménez resulta tan verdadero, que duele en el alma porque expresa a la perfección el sentimiento de la inmensa mayoría de personas que nos dedicamos a esto, al periodismo.
La crisis no ha transformado la situación del periodista medio, ese que no dirige periódicos ni tiene un programa de televisión. Simplemente, la ha agravado un poco más, como si no fuese suficiente con estar golpeado en el suelo y tuviesen que pisotearnos a todos antes de que nos levantemos. Llevo casi una década metido en este mundo, desde que acabé la facultad, y lo único que he visto ha sido un deterioro progresivo, un de mal en peor. Vivimos en unas condiciones lamentables. Hablo del salario (escasean los ‘mileuristas'), del número de horas trabajadas, de la organización del trabajo y la calidad del mismo.
Nuestros jefes, alejados de los ciudadanos y muy próximos a toda clase de poder, han conseguido que la sociedad, representada por gente como el vecino del quinto que está en paro, nos vea como un ente extraño. Se ha perdido la humanidad en el tratamiento y quienes toman las decisiones forman parte de un juego estúpido, el de creerse los reyes de un mundo en el que sus súbditos ya no dependen de ellos. Las redes sociales (Twitter, Facebook) y los blogs les han dado una lección porque han demostrado que los medios precisan una metamorfosis radical en su análisis de la realidad, hasta el punto de que muchos ciudadanos realizan una labor más periodística (igual no el el fondo, pero sí en las formas) que la ejercida en los sitios donde trabajamos debido a la falta de censura y a un atrevimiento difícil de encontrar en las redacciones. No se confundan. Esto sucede por miedo (si me apuran por cierta frustración) y no por apatía.
Así nos mira la gente de la calle, preocupada por cosas más importantes como encontrar trabajo o sobrevivir con el escaso dinero que entra en casa. ¿Y nosotros? Nosotros también tenemos las mismas preocupaciones que el vecino del quinto que está en paro, con una gran diferencia: aguantamos en silencio las vejaciones a las que nos vemos sometidos. La educación o la sanidad convocan manifestaciones, pero el periodista se queda en casa porque, como decía Gonzo, a ver quién es el listo que se juega la hipoteca. Jamás hemos funcionado como un ‘gremio' porque uno no sabe si comparte mesa con un ‘compañero' o con el mismísimo diablo.
Nos pagan menos (si no surgen esas colaboraciones gratuitas con posible remuneración en no se sabe cuánto tiempo), cuando les da la gana y la carga de trabajo es tan grande que no hay tiempo para cocinar buenas noticias o reportajes, limitándonos al famoso ‘copia y pega' que procede de las agencias o de cualquier fuente informativa interesada. No describimos nuestro mundo porque ya nos dicen cómo vamos a hacerlo. Estamos en la era del ‘periodismo de segunda mano' (tercera si me apuran). De chiste. Evidentemente, cunde el desánimo, baja la producción y, en ocasiones, uno no sabe ante quién se encuentra cuando mira al espejo. Sólo nos queda el orgullo personal, el deseo de crecer e inesperadas alegrías, como la que aparece cuando el vecino del quinto que está en paro te felicita por lo que has hecho.
Publicado el 2 de diciembre de 2011 a las 12:15.