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Los libertarios del grafiti

Entre la libertad y el libertinaje media un abismo. Y entre la crítica y las palabras que ahora llaman gruesas, otro tanto. Sin embargo, en este país donde se está llegando -o se ha llegado ya- al ‘todo vale' los límites de lo correcto se han desintegrado. Apenas si se perciben. La denominada ‘libertad de expresión' -qué gran invento del albedrío imperante- se ha convertido en un cajón de sastre. Para lo que le venga en gana a cada cual, ahí tiene un huequecito y su colchón omnívoro.

Archivado en: Julio Cayón, Camilo José Cela, grafit, grafiteros, iglesia de Puente Castro

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Julio Cayón
06/3/2020 - 03:30

El controvertido y brillante premio Nobel Camilo José Cela, que, aparte de ser un escritor de alto rango, no se distinguió precisamente por un lenguaje apropiado en ocasiones puntuales -gustaba de crear encendidas polémicas por un quítame allá esas pajas- acuñó, entre muchísimas más, una frase irrefutable: "Lo malo de los que se creen en posesión de la verdad es que cuando tienen que demostrarlo no dan ni una". Y este es el caso.
Días atrás, algún desaprensivo -o alguna, vaya usted a saber el género dado que en la actualidad, dicho con la mayor consideración, existen varios de forma paralela- se echó a la mano un aerosol de esos que se utilizan para emborronar paredes ajenas -seguro que en las propias no lo usa-, y en la iglesia de Puente Castro dejó la siguiente gilipollez: "la iglesia es un comercio / los curas los comerciantes /y al ‘repike' de campanas / acuden los ignorantes". Y menos mal que no se cagó en Dios, en la Virgen o en los santos, algo muy de moda, muy guay, por parte de quienes no respetan nada ni a nadie. Son los ‘progres'. Los mismos que, por goleada, vienen convirtiendo la convivencia en una peligrosa selva urbana las veinticuatro horas del día.
Y es muy posible, también, que el ignorante de facto sea el propio autor de la repudiable y vulgar composición en verso -más mala que la quina-, que, además de ser una guarrada en toda regla, contiene faltas de ortografía: ‘repike'. Cabría poner en duda si el ‘artista' urbano de pulverizador gordo conoce o no lo que es la heterografía, y si el ‘palabro' lo escribió por ahorro de pintura o por zote. Ahí queda el reparo.
Porque lo deseable sería que, simultaneo a la mamarrachada léxica -hasta podría calificarse de atentado contra un bien privado- el sujeto o ‘sujeta' en cuestión debería limpiar con la lengua la piedra que utilizó de encerado. A lametazos. Más que nada para que la próxima vez que pensara en cometer tamaña cochinada se metiera el espray por el pandero. Sería un sitio aceptable. Y muy seguro. Muy calentito.

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