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Servido el caballero

El título tiene como finalidad recordar profesiones o gremios que, aunque de otra manera que hoy se mantienen. Cuando, en una edad temprana, te mandaban a cortarte el pelo lo más corto posible para que te durara más tiempo, ibas de mala gana porque decíamos que picaba y que se nos metían los pelos por los ojos. También nos picaban los jerséis hechos a mano en casa con pura lana de oveja, pero que calentaban de lo lindo.

Archivado en: Maximino Cañón, barberos

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Maximino Cañón
10/3/2017 - 02:20

La actividad del peluquero se completaba con la de barbero, por lo menos, una vez a la semana se solía acudir a rasurarte la cara dejándotela como ‘el culo de un niño'. Es decir, sin un solo pelo. Las barberías o peluquerías eran como las casas de cultura, sólo que con mucha más actividad. Los peluqueros eran portadores de una gran cultura del pueblo, posiblemente adquirida en los ratos en que no había clientes y se distraían leyendo los periódicos y revistas a disposición de la clientela. El servicio de afeitado finalizaba con unos masajes de loción de la marca Floid cuando el oficial te decía lo de ‘Servido el señor', momento en el que el chico te ayudaba a poner la prenda de abrigo si era en invierno, dándote un cepillado para eliminar los restos del pelo expandidos por la ropa a la espera de unas monedas que llevarse al bolsillo. Después del corte de pelo y el afeitado salían de la peluquería hechos unos pimpollos además de impregnados de una cultura general, sobre todo deportiva, que era en lo que menos incidía la censura. De política ni pío, porque nunca se sabía quién escuchaba. Después como con tantas cosas llegaron las máquinas de afeitar eléctricas y ya sólo se afeitaba uno en la barbería en el día de la boda por aquello de no picar ni raspar a la novia en un día y una noche tan señalados.
En el pasar de los años se reflexiona y, sin renegar del presente, te vienen continuamente a la memoria parte de aquellas vivencias de juventud, sobre todo cuando pasas por esos lugares en los que antes tuvieron lugar, pero que ahora ya no están.
Hoy quiero dedicar esta columna a mi amigo Julián Alonso, como referente de una generación que potenció el corte de pelo a navaja en nuestra ciudad, así como a todos aquellos peluqueros quienes, además de arreglarnos y entretenernos, nos hacían sentir importantes al decirnos aquello de ‘Servido el caballero'.

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