Educación clasista

Burro

Nuevo pacto educativo a la vista. La Lomce a la papelera y empezamos de nuevo. Todo va a cambiar para que todo siga igual, ¿qué nos apostamos?  El arco parlamentario español quiere que la educación gratuita y universal sea financiada por el Estado del bienestar, pero lo que de hecho financia es un modelo desacreditado por el fracaso y el malestar.

Solo se salvan de la quema los ciudadanos que pueden pagar centros donde la educación se aleja del modelo estatal y prepara a los alumnos para un mundo competitivo, donde el éxito profesional exige más esfuerzo que el de las horas lectivas; centros con exámenes estresantes que curten para la sucesión de reválidas que conforman la vida misma; centros con los mejores resultados académicos del país, libres de la castrante tutela del Estado.

Por la torpeza y contumacia de nuestros políticos de izquierdas, de centro y de derechas, con el modelo educativo imperante siempre habrá clases.

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Dorothy Canfield

DorothyÉl trabaja a disgusto en una empresa. A ella, perfeccionista, le supera la casa. Sus tres niños sufren la frustración de ambos. Hasta que un trágico accidente obliga al marido a quedarse en casa, y a su esposa a ganar dinero fuera. Entonces, al invertirse los papeles, desaparece el desencanto. Él empieza a conocer realmente a sus hijos y se revela como un magnífico padre. Ella puede desplegar sus muchas cualidades en su nuevo trabajo, hasta duplicar el antiguo sueldo de su esposo. Para los niños se abre también una nueva vida, en la que disfrutan realmente de sus padres. En pocos meses, cinco seres insatisfechos durante años han logrado que florezca su auténtica personalidad, en un clima de servicio mutuo, cariño y confianza.

No estamos ante una historia dulzona, sino dramática, inteligente y muy entretenida, que pone de manifiesto la importancia de las segundas oportunidades, la dificultad de entender cabalmente a los demás, el peligro de juzgar y encasillar a las personas, así como la poesía del trabajo en casa. Dorothy Canfield nos da –sin pretenderlo- una simpática lección de psicología y pedagogía, ilumina el arte de las relaciones familiares y laborales, y aborda problemáticas tan actuales como la conciliación y la responsabilidad social de la empresa. Por eso sorprende que Dulce hogar, The Home-Make, fuera publicada por primera vez en 1924. Un nuevo acierto esta elección de Ediciones Palabra, y una gran traducción.

Dulce hogar, Dorothy Canfield, Palabra, 2016.

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Sophie como Antígona

Sophie PortadaHay personas que con su vida mejoran el mundo, y este libro habla de unas pocas. La adolescencia y juventud de los cinco hermanos Scholl transcurrió en Ulm, con Hitler en el poder, en un ambiente de entusiasmo popular y apoyo masivo al nuevo líder. Sus padres, Robert y Magdalene, cristianos evangélicos, fueron siempre muy críticos con el nazismo, pero no consiguieron impedir que sus hijos ingresaran en las Juventudes Hitlerianas. Hans, el mayor de los varones, amaba el entrenamiento físico, la vida en tienda de campaña y el manejo de armas. Cuando Sophie se afilió, se tomó muy en serio la invitación de Hitler a endurecer el cuerpo, y en pleno invierno iba al colegio en bicicleta, sin medias ni abrigo, sin guantes ni gorro.

El desencanto no tardó en llegar. En un congreso anual del partido Nacionalsocialista, Hans encontró un ambiente sofocante de vulgaridad y descontrol sexual, muy diferente al deporte, la instrucción y la amistad que reinaban en los campamentos de Ulm. Sophie, por su parte, advirtió pronto la hostilidad de sus superioras hacia el Cristianismo, y la sistemática  intoxicación de las cabezas juveniles con el militarismo, el racismo y la obediencia ciega a las autoridades.

Los Scholl pertenecían a una burguesía cultural muy propia de Alemania. En casa nunca sobró el dinero, pero los cinco hermanos y sus amigos salían al extranjero en vacaciones, solían esquiar, frecuentaban restaurantes italianos, tenían teléfono en casa, usaban coches de alquiler y podían estudiar en la Universidad.  Su amplio grupo era conocido en Ulm como la “Alianza Scholl”. A veces hablaban y debatían durante toda la noche. Su fuerte inquietud intelectual se alimentaba de clásicos antiguos y modernos, en su mayoría alemanes y franceses. Conocían a Platón y a San Agustín, leían los Pensamientos de Pascal, los versos de Rilke y Heine, los ensayos de Maritain y Bloy, las novelas de Bernanos, Stefan Zweig, Thomas Mann, Franz Werfel… Todos autores y libros prohibidos, por los que se podía ir a la cárcel. Les encantaba el swing y otros bailes americanos, muy populares en la Alemania de los años 30, calificados por Hitler como “bailes degenerados” y “para negros”. Una tarde, un amigo de Hans se puso a bailar y cantar jazz. Era cadete de la Academia Militar y se llamaba Fritz Hartnagel. Sophie se enamoró de él.

A finales de 1938, durante la triste Noche de los Cristales Rotos, varios judíos buscaron refugio en casa de los Scholl. Abrirles la puerta era una decisión muy arriesgada, pero Robert tenía absolutamente claro cuál era su deber. Un año más tarde, Alemania invadía Polonia y desencadenaba la segunda guerra mundial. Hans había comenzado a estudiar Medicina en Múnich. Los futuros médicos estaban obligados a incorporarse a los batallones de Sanidad durante las vacaciones de Navidad y verano. Así conocieron, de primera mano, algo que no sabían sus compatriotas civiles: las barbaridades del ejército alemán.

Una noche, en casa de uno de sus profesores, Hans y sus amigos tomaron la decisión de pasar a la acción. Había que crear un movimiento dedicado a difundir esos hechos. Les pareció factible multicopiar hojas que resumieran los crímenes nazis y las derrotas cuidadosamente silenciadas. Despertarían las conciencias y lograrían la adhesión de muchos alemanes que solo esperaban una señal para empezar a actuar. Así nació la Rosa Blanca. A mediados de julio de 1942, su primer panfleto comenzaba con estas palabras: “Para un pueblo culto, nada es más indigno que dejarse gobernar por una camarilla irresponsable guiada por oscuros instintos. ¿No es verdad que todo alemán honesto se avergüenza actualmente de su gobierno?”.

Sophie fue la única chica del grupo clandestino, después de vencer la resistencia de unos muchachos que no querían comprometer a sus novias y hermanas. Tenía 21 años cuando fue detenida, juzgada y ejecutada. Desde entonces, las películas y libros sobre su figura, igual que su nombre en plazas, calles y centros escolares, no dejan de atestiguar su rotunda victoria. Este libro cuenta la hermosa historia de esos amigos, envueltos en una tragedia más diabólica que griega. Historia de unos hechos terribles trenzados con la asombrosa evolución interior de los protagonistas. Historia que recuerda la sentencia de Viktor Frankl sobre el misterioso ser que ha inventado las cámaras de gas y al mismo tiempo ha entrado en ellas, con paso firme, musitando una oración.

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Privilegios LGTBI

LGTBI

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Se debe legislar contra la discriminación injusta? Por supuesto. ¿Debe haber leyes particulares para cada tipo de discriminación, cuando ya existe una ley general que abarca todos los supuestos? Si se responde afirmativamente, además de promulgar leyes innecesarias, el legislador se enfrenta a la imposibilidad de contemplar todas las posibles formas de discriminación, y entonces la propia legislación se convierte en discriminatoria. Es lo que sucede en las Comunidades Autónomas españolas que han legislado contra la discriminación por orientación sexual, y no contra las demás formas de discriminación.

Además de la orientación sexual, los ciudadanos tienen orientaciones políticas, musicales, deportivas, religiosas, gastronómicas… El Estado está obligado a respetarlas, pero no deberá imponer como verdadera ninguna en particular, y mucho menos privilegiarla en los planes de educación. Si lo hace, si dicta a los ciudadanos lo que deben hacer o pensar, abusa de su poder.

Respetar a un cristiano, a un budista o a un musulmán no significa creer que sus doctrinas son verdaderas, y ese respeto es compatible con no sentir aprecio por ellas. Cualquiera sabe que respetar no significa aplaudir. Por eso, cuando el colectivo LGTBI exige adhesión a su postura, atenta contra una libertad básica y pide un trato de privilegio incompatible con la democracia.

En democracia no solo existe el derecho a discrepar, sino que el ejercicio de la discrepancia protege la libertad de todos. Por fortuna, en las sociedades libres nadie está obligado a considerar correcta cada una de las opciones vitales de los demás, y todo el mundo puede pensar que hay formas de conducta positivas y negativas, morales e inmorales, inofensivas y condenables. Por lo mismo, cualquiera está en su derecho de procurar que las formas de vida que considera inmorales no se expliquen en la escuela a sus hijos, y que tampoco se “visibilicen” en la calle por imperativo legal y con dinero del contribuyente. Lejos de formar parte de los derechos humanos, la imposición pública de una opción sexual va contra ellos.

Por si fuera poco, las leyes autonómicas que privilegian al colectivo LGTBI suelen dedicar un último capítulo a las sanciones por homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. ¿Qué interés mueve al legislador que confunde discrepar con odiar? Esa injustificada equiparación inventa una realidad que no existe, imagina homófobos a la vuelta de cada esquina, y eso sí nos parece irresponsable incitación al odio y manipulación.

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Sophie Scholl contra Hitler

Sophie recuadro

Quienes sufren una tragedia o se enfrentan a una situación límite pueden dejarse aplastar o, por el contrario, pueden aprovechar la adversidad para dar lo mejor de sí mismos.

Esa oportunidad la tuvieron varios estudiantes de la Universidad de Múnich, comprometidos en el boicot al régimen nazi. Su grupo clandestino se llamó la Rosa Blanca.

Sophie Scholl era la única chica. Tenía 21 años cuando fue detenida, juzgada y ejecutada. Desde entonces, las películas y libros sobre su figura, igual que su nombre en plazas, calles y centros escolares, atestiguan su rotunda victoria.

 

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Huevo de pascua

Fam Num

 

Enrique García-Máiquez | Diario de Cádiz, 18.09.2016

EN la última de Woody Allen, una glamurosa pareja es preguntada por el secreto de su felicidad. Contestan, entre las risas admirativas de todos: “Nos encantan los niños… de los demás”. Se ve que es un clima de opinión, porque hace poco El Mundo titulaba un reportaje: “¿Por qué sin hijos serás más feliz?” El trabajo científico que le daba pie lo firmaban Blackstone y Stewart, sociólogos americanos, que entrevistaron a 21 mujeres y 10 hombres que habían decidido no tener hijos. El campo de estudio se parece mucho a una tertulia de amigotes después de una cena y, como se ciñe a quienes habían decidido no tener hijos, el resultado era previsible.

Pero lo cierto es que la cuestión está aquí, y tenemos los datos de las ex pirámides de población, que mejor llamaríamos “huevos de pascua de población”, por la forma que ya tienen y por la pascua que nos terminarán haciendo con las pensiones, la sanidad y hasta con la paz de las relaciones intergeneracionales. Sin embargo, insistir en la pascua es contraproducente. Estoy encantado con mis hijos, pero me entristece verlos como los solitarios sostenedores del futuro estado del bienestar. Si fuera para pagar pensiones, no los tendría. En Italia han hecho una polémica campaña que insta a las mujeres a no dormirse en los laureles: “La belleza no tiene edad, la fertilidad sí”. Recordar el reloj biológico tampoco parece muy motivador. Los partidarios de la infertilidad aciertan al poner el punto de mira de su propaganda en la felicidad.

Aunque una cosa es apuntar, y otra, dar en el blanco. Hablar de la felicidad, mientras no se invente un felicímetro (que iluminaría graves problemas filosóficos y existenciales) no deja de ser algo bastante subjetivo y presuntuoso. Yo no quiero presumir de mi felicidad ni echarla a pelear con la de nadie, pero desde que leí el articulo me obsesiona una idea. No se cuenta en esa felicidad que se propone la de los hijos, que yo sumaría. Quiero decir, la pareja sin hijos puede contar la suya, y me parece genial, y se la deseo inmensa. Lo justo es que a la de mi mujer y a la mía, que no son mancas, se sumen las de nuestros niños, que corretean alrededor de mi mesa mientras escribo esto, y, si ellos tienen hijos, que se sigan sumando felicidades, y, si no los tienen y son muy felices, que recuerden que lo son porque sus padres sí los tuvimos. La felicidad no es sólo la que se tiene, sino la que se da.

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