Cervantes & Shakespeare

Cervantes & Shakespeare

Arte y política

Paco Sánchez

La Voz de Galicia

14 mayo 2016

 

 

Nos vendría bien leer a los clásicos para entender mejor nuestro barullo político, pero no los leemos o los leemos cada vez menos. Los festejamos como mucho y no cuanto debiéramos. El mes pasado se cumplió el cuarto centenario de dos gigantes: Cervantes y Shakespeare. Por diversas circunstancias, también políticas e industriales en las que ahora no puedo pararme, Cervantes está siendo peor recordado que Shakespeare. Ambos nos ayudarían a entender qué nos pasa, precisamente porque ninguno de los dos quiso ser partidista.

Es clásico, por definición, alguien cuya obra habla a la cabeza y al corazón de cualquier persona en cualquier tiempo y de cualquier lugar. La marca del clásico se resume en la palabra universalidad. Adquieren tal condición porque no se apegan a lo pasajero, a lo que está de moda, ni ponen su arte al servicio de ninguna ideología. Llegan a la universalidad porque tocan el fondo de la naturaleza humana, esa que es anterior a cualquier clase de construcción cultural y que, como consecuencia, comparece siempre y en todo lugar. Son expertos en humanidad y, precisamente por eso, resulta imposible catalogarlos en la derecha o en la izquierda, se resisten a los simplificadores profesionales. Y no porque se atengan a una especie de antigua corrección política -de hecho, ambos parecen hoy muy incorrectos, aunque nadie se atreva a decirlo-, sino porque hurgan en nuestra alma preideológica.

Por eso Ben Bradlee, legendario director del Washington Post en los tiempos del Watergate, cuando unos profesores de periodismo le pidieron consejo para formar mejor a sus alumnos, les dio solo uno que he repetido mucho: «Que lean todo Shakespeare». Y a Cervantes, añado.

@pacosanchez

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Ideas en los jóvenes

CoristancoUn amigo gallego me pregunta qué hago en Coristanco. Vengo a hablar a profesores -le digo- sobre “ideas e ideologías en los jóvenes”; o sea, qué ideas tienen los alumnos en la cabeza. Entonces la sesión será muy breve, me responde a bote pronto. Pero la charla no fue breve, porque los españolitos están sometidos a un incesante bombardeo mediático, y se trataba de analizar esas “bombas”, y a ser posible desactivarlas. Así que estuvimos muy entretenidos hasta la hora de comer, mientras fuera del aula llovía miudiño.

 

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Una monja y un poeta

La amarga portadaAna Catalina Emmerich y Clemens Brentano hicieron posible La Amarga Pasión de Cristo, uno de los libros más hermosos sobre unos hechos que aclaran los enigmas esenciales de la condición humana. Él, célebre escritor del Romanticismo alemán. Ella, humilde granjera, después costurera y sirvienta, monja a los 28 años en un convento agustino cercano a Múnich, beatificada por Juan Pablo II en 2004. Las visiones de Ana Catalina, anotadas minuciosamente por Brentano durante años, son revelaciones privadas que nadie está obligado a creer, pero esclarecen poderosamente nuestra comprensión de los hechos y conquistan el corazón del lector.

Más no se puede decir de un libro. En su día lo publicó Planeta Booket, y desde 2010 VOZDEPAPEL, en una magnífica edición.

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Reyes Calderón gana el Azorín

Reyes azorín

 

Las venganzas te matan dos veces y la amistad perdura, aseguró Reyes Calderón el pasado jueves. Es una lección aprendida al escribir su última novela, con la que ha ganado el Premio Azorín 2016. El título Dispara a la luna traduce la expresión Shoot for the Moon, que para los ingleses alude al deber de aspirar a lo mejor. Se trata, además, de la sexta entrega de una serie protagonizada por la juez Lola MacHor, que colabora en la investigación del secuestro de un amigo, policía de la Interpol y especialista en terrorismo. Eslava Galán, presidente del jurado, subrayó que “es una novela espléndida”, donde los personajes están perfectamente construidos.

Reyes dice de sí misma que nació en Valladolid. “Allí estudié, trabajé algunos años, y me casé, con notable éxito, por cierto: llevamos 28 años juntos y tenemos 9 hijos (también juntos). Después, me trasladé a Navarra y me quedé. Hace veinte años que aprendo más que enseño de mis estudiantes de UNAV, y tengo la suerte de vivir en un pueblecito en pleno Camino de Santiago, flanqueado por dos iglesias medievales y con los gorriones por despertador. Estudié Economía porque me lo aconsejaron y Filosofía porque quise. Devoro los tratados de Derecho y Política para situarme en el mundo y escribir con algo (un poco, al menos) de sentido”.

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UPC, Lima

UPC Lima

 

Congreso Internacional de Innovación Pedagógica, abierto por el ministro de educación. En la Universidad más tecnológica de Perú, los expertos no ven mejor innovación que la lectura, la escritura y el esfuerzo personal, como ya se sabía en la Bolonia, la Salamanca y el París del siglo XIII. Un 10 a la organización, bajo la batuta de Manuel Rodríguez.

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Eco visto por Prada

EcoTras su fallecimiento, el coro unánime de los medios apenas arroja luz sobre Umberto Eco. En cambio, la valoración crítica de Juan Manuel de Prada –quizá desenfadada en exceso- aporta claves esenciales para entender su figura. Tres párrafos forman su columna ECOS DE ECO, publicada el 22 feb. 2016 en ABC.

“Umberto Eco, que luego perpetraría novelas farragosas o directamente ilegibles (desde la mazorral «El péndulo de Foucault» hasta sus birrias postrimeras), logró con «El nombre de la rosa» un habilísimo pastiche en el que una intriga policíaca que repetía la fórmula de «Diez negritos» servía al autor para mostrarnos la gran crisis del pensamiento medieval, que fue la crisis de la idea unitaria y coherente del mundo (según la filosofía aristotélico-tomista), asediada por los franciscanos Guillermo de Ockham y Roger Bacon, padres del nominalismo y el empirismo. No hace falta añadir que Eco toma partido por la «modernidad» (de otro modo, su novela ni siquiera habría hallado editor), envolviendo sus tesis con un vasto cúmulo de erudiciones, tan vasto que sólo los espíritus más perspicaces lograron penetrarlo. Claro que, mientras Eco halagaba a los espíritus perspicaces con su repertorio erudito, a los espíritus más lerdos les permitía disfrutar con una trama detectivesca muy truculenta en la que el protagonista, fray Guillermo de Baskerville, aplicaba los métodos deductivos de Sherlock Holmes.

“En el corazón de «El nombre de la rosa» había un homenaje a Borges, a su concepción de la biblioteca como emblema del universo, que se hacía explícito en la figura del fanático Jorge de Burgos, el fraile ciego que enviaba a la muerte a quienes osaban consultar un tratado aristotélico sobre la risa que consideraba herético. Como Borges, Eco era un exquisito sofista y un hábil mistificador, un teólogo diletante, un simulacro de filósofo, un retórico agudo y un erudito despampanante; pero le faltaba la inspiración, el numen, el estro que a Borges le permitía sublimar estéticamente los retales y abalorios librescos que robaba aquí y allá, transmutándolos en poesía y fulguración verbal. Claro que a Eco no le interesaban tanto los refinamientos del estilo como las mañas del best-sellerista; y hay que reconocer que en «El nombre de la rosa» logró disfrazar con los perifollos de la intriga lo que no era sino una refutación panfletaria del orden cósmico y humano postulado por el cristianismo, así como una caracterización de la historia de la Iglesia como una conspiración de villanos que, a lo largo de los siglos, han mantenido a los hombres en las tinieblas de la ignorancia.

Prada“No se nos esconde que Umberto Eco, aunque carente de auténtico genio literario, fue hombre de plurales talentos, desde la facundia insomne (¿por qué a nadie se le ocurrió ponerlo a debatir con Hugo Chávez o Fidel Castro?) a la erudición de hormiga. Pero nunca le podremos perdonar que con «El nombre de la rosa» incendiase la imaginación de una patulea de plumíferos ignaros que, en su afán de emularlo, se pusieron a escribir como descosidos y entregaron a la imprenta (y siguen en ello) bodrios de apariencia histórica o detectivesca, aderezados con todo tipo de paparruchas patafísicas, que repiten en versión casposa la refutación del cristianismo probada por Eco, sin preocuparse ya de halagar a los espíritus perspicaces, sino tan sólo de brindar refociles plebeyos a los espíritus lerdos. Tales plumíferos son de todos conocidos (Dan Brown tal vez sea su epítome internacional, pero no faltan sarnosos exponentes autóctonos): por sus bodrios pululan templarios, sábanas santas y santos griales, con la infalible aparición estelar de una María Magdalena apócrifa, más puta que las gallinas y sin embargo (lo cortés no quita lo valiente) papisa inpectore (¡qué digo inpectore!, ¡inpectoribus!). Sólo por haber dado alas a tan malhadada progenie, Eco merece, si no la condena eterna, una larga estancia en el purgatorio, donde las llamas purificadoras tal vez hagan con su memoria lo mismo que él hizo con el tratado de la risa de Aristóteles”.
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