Porco Rosso

Hayao Miyazaki. Después de la Primera Guerra Mundial, algunos pilotos italianos de hidroaviones formaron bandas de piratas del aire. Porco -figura legendaria entre los pilotos y viejo amigo de muchos- combate por su cuenta a los piratas. Es un tipo duro, algo solitario y escéptico, que recuerda al Bogart de Casablanca. Y es también un personaje entrañable, del que se enamoran sin mucha esperanza Gina y Fío. Quien no conozca a Miyazaki -maestro indiscutible de la animación japonesa, creador de series televisivas como Heidi o Marco, y de películas como La princesa Mononoke y El viaje de Chichiro- quizá no imagine que unos dibujos animados puedan superar a la fotografía, y es posible que jamás haya visto un Mediterráneo más hermoso, envuelto en melodías italianas tan bellas y soleadas como el mar.

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Matar un ruiseñor

Robert Mulligan, 1962. Las buenas novelas no suelen ser superadas por sus versiones cinematográficas. En este caso, la historia con la que Harper Lee gana el premio Pulitzer sirve a Gregory Peck para logar el Óscar al mejor actor, y para que Átticus Finch -el personaje que encarna- sea en su país el preferido entre los héroes de Hollywood. Se trata de un abogado joven y viudo, con una hija de 6 años y un hijo de 12. Vive en una ciudad con fuertes prejuicios racistas, marcada por la depresión de 1929, y acepta la defensa de un chico negro, acusado de violar a una joven blanca. Átticus es para sus hijos un ejemplo de integridad y valentía, pero sobre todo es un padre excelente. Harper Lee y Gregory Peck no han podido refejar mejor lo que significa educar y ser padre: esa delicada mezcla de autoridad y cariño, de exigencia razonable y confianza, de respeto a la libertad y apelación a la responsabilidad, de preocupación por los demás y ejemplaridad amable.

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Los gritos del silencio

Roland Joffé, 1984. La traducción literal de su título, “Campos asesinos”, responde mejor a la historia contada: los horrores que sufre Camboya bajo la dictadura comunista del Khmer Rojo, en los años ochenta del siglo XX. Sydney Chamberg, reportero del New York Times Magazine, consigue algunas primicias con la ayuda de Dith Pran, un camboyano que se siente periodista. Chamberg, expulsado del país junto a los demás corresponsales extranjeros, gana el premio Pulitzer por sus reportajes camboyanos. Pran es apresado y conducido a un campo de exterminio, pero conseguirá escapar y huir a Tailandia. La historia es durísima y hermosa, porque nos muestra al mismo tiempo la violencia despiadada contra todo un pueblo, y la categoría de dos hombres que se juegan la vida por contar la verdad y mantener su amistad. El final es una escena inolvidable, envuelta en Imagine, la canción en la que John Lenon te pide que imagines un mundo sin países ni fronteras, donde no haya nada por lo que matar o morir, ni posesiones, ni codicia, ni hambre…

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Gandhi

Richard Attenboroug, 1983. Protagonizada por un magnífico Ben Kingsley y rodada en escenarios naturales de Inglaterra y la India, Gandhi fue ganadora de ocho Oscars. Junto a sus cualidades cinematográficas y a sus tres horas de metraje, la película es casi un curso de ética y filosofía política, donde se tratan cuestiones como la legitimidad de la desobediencia civil y de la sedición contra el gobierno colonial, así como el derecho de autodeterminación del pueblo indio, la prudencia política y los límites de la tolerancia. En su lucha denodada por la independencia de su país, Gandhi buscará siempre la justicia y la solución pacífica. Éstos son sus argumentos: “Dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenernos de toda violencia”; “Si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”; “Si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país lleno de ciegos”.

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Descubriendo a Forrester

Gus Van Sant, 2001. Lo último que se sabe de William Forrester es que escribió una novela galardonada con el premio Pulitzer hace cuatro décadas. Pero las cosas van a cambiar el día que Jamal Wallace, un adolescente con afición al básket y vocación de escritor, se tropieza con el solitario viejo. Inesperadamente, comienza para ambos un enriquecimiento mutuo. Jamal no solo va a encontrar un cualificado admirador, sino un mentor que le retará a cambiar su vida para siempre. Forrester descubrirá la primera razón, en muchos años, para salir de la soledad que se había autoimpuesto.

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Deliciosa Martha

Sandra Nettelbeck, 2001. Martha tiene más de treinta años y la vemos en la cocina de uno de los mejores restaurantes de Hamburgo, entre una docena de hombres y mujeres de blanco, que cocinan o sirven a los clientes. Todos se dirigen a ella porque es el chef, y ella responde, ordena, coordina. Es meticulosa y perfeccionista, celosa del secreto de sus recetas exquisitas, halagada por una clientela que se deshace en elogios. Pero Martha está sola y vive sola. No tiene amigos ni familia. Y todo lo que sabe de cocina lo desconoce del corazón humano: por eso es inflexible y cortante, desconfiada y suspicaz. En su dolorosa inmadurez, en su torpeza en el manejo de los sentimientos propios y ajenos, en su papel de mujer independiente, que ha cambiado su corazón por un manual de cocina, tan fuerte y tan frágil a la vez, Martha nos resulta conmovedora. Al final, lo que necesita es darse de bruces con alguien tan bueno en la cocina como ella, pero alegre y humano, sencillo y locuaz, que sepa cantar y contar un chiste, hablar de fútbol y de música, escuchar y comprender. Martha necesita la alegría y el amor de Mario, y eso es lo que también nos regala la guionista y directora de esta deliciosa película.

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