Joseph Pearce por sí mismo

Pearce fotoUn joven inglés está siendo juzgado. Se llama Joseph Pearce. Es líder de un grupo nacionalista radical y director de una revista que incita al odio racial. Alega que su racismo no es odio a los inmigrantes de color, sino amor a Inglaterra. Pero en esa precisión ve el juez un claro paralelismo con Bruto y Casio, que quisieron justificar su magnicidio por amor a Roma. Y envía al acusado a la cárcel, a una celda de aislamiento en el ala de máxima seguridad. El joven no puede hablar con nadie, pero en los autores de los libros que devora encuentra animada conversación y grata compañía. Se trata de Lewis, Tolkien, Belloc, y de un gigante llamado Chesterton.

Al salir de la cárcel comienza a llevar una doble vida. “Durante el día escribía propaganda llena de odio, y por las noches leía las páginas llenas de amor de Chesterton y Lewis”. Intentaba encajar la cuadratura de sus lecturas cristianas en el círculo de su ideología racista, pero era imposible. Por fin, abandona los senderos del nacionalismo radical y pide el bautismo en la Iglesia Católica. Entonces concibe el proyecto de escribir una ambiciosa biografía del escritor que ha dado la vuelta a su vida, con el deseo de difundir a los cuatro vientos su portentosa figura. Trabaja en ese libro de 1991 a 1995, después de su jornada laboral, entre las seis y media de la tarde y la media noche. “Tenía la sincera esperanza de que aquel libro repararía en cierta medida el daño que mi vida pasada había causado”. Y así fue. El resultado provocó en miles de lectores de todo el mundo la fascinación por Chesterton, y al mismo tiempo nuestra deuda impagable con Joseph Pearce.

Después vinieron las biografías de Tolkien, Óscar Wilde y Solzhenitsin. Y de nuevo un proyecto audaz, que se plasma en Escritores conversos, otro libro de lectura amenísima, trenzado con los itinerarios vitales de los mejores escritores ingleses de la primera mitad del siglo XX: Newman, Eliot, Hopkins, Knox, Baring, Evelyn Waugh, Lewis, Graham Greene… Todo esto lo cuenta Pearce al final de Mi carrera con el diablo, su recién publicada autobiografía. Antes, a lo largo de doscientas páginas intensas, con un envidiable nervio narrativo, nos relata sus años de activista violento. Dudo que algún lector no llegue al final del libro después de empezarlo, y a ello contribuirá, sin duda, la admirable traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos.

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