, archivado en Hannibal

Hannibal es una serie que no solo se ve, también se mastica. Su magnética -irresistible- segunda temporada la confirma como uno de los platos más apetitosos (y especiados) de la serialidad contemporánea.

Simplemente: no hay nada que se le parezca.

Hannibal-Season-2-Teaser-Image

Se trata, como explicamos el año pasado, de una propuesta radical, que obliga al espectador a habitar una pesadilla. Lo retorcidamente fascinante es que la pesadilla siempre exhibe una textura de sofisticación operística, sueño dulce y manjar Adrià. Desde el adiós de Breaking Bad y el desplome de American Horror Story, no hay serie visualmente más atrevida que ésta. La hemorragia de encuadres abigarrados, escenas sabrosas, transiciones intrépidas y motivos barrocos que cada capítulo regala al espectador hacen de Hannibal una chuchería para todos los sentidos.

La segunda temporada, que concluyó el viernes pasado en USA, ha ahondado en la estetización de lo macabro. Su expresionismo violento y preciosista (“porno culinario“, lo retuercen en Vulture) zambulle al espectador en un universo de locura, permitiendo una asombrosa simbiosis entre forma y fondo. La insania no se relata; se palpa, se huele, se siente. Se mastica.

Ahí, la mayor voltereta de Bryan Fuller consiste en crear belleza del mal, en hacer arte del gore, neutralizando así -por elevación artística- cualquier acusación de morbo o inmoralidad. La violencia no se banaliza, sino que se estiliza para ubicarla en el campo de juego donde se mueve el Dr. Lecter en su lunática partida de ajedrez con Will, Jack y cía. Un jaque-mate envenenado, perverso, saturado de símbolos, surrealista en su imposible lógica de serial-killer. Porque en Hannibal cada asesinato no es solo una muerte, sino también un mensaje. En definitiva, con Hannibal la exhibición de la muerte, lejos de convertirse en un carrusel sin sentido y gratuito, adopta un propósito firme. La estilización es la que modela ese propósito y rellena ese mensaje.

(Espoilers de la segunda temporada) Como ocurre desde la propia concepción de la serie -este Dr. Lecter comparte algunos rasgos del original de Hopkins mientras que se distancia en otros-, Hannibal ha seguido jugando con los referentes que el público ya conoce, generando continuidades (la desfiguración de Mason Verger), haciendo resonar ecos (la huida a Europa, los cerdos hambrientos) o abriendo sorpresas (la agonía del Dr. Chilton, ¿la muerte de Jack?). Como ocurre ahora con la espléndida Fargo, Hannibal conjuga muy astutamente la tradición con la novedad, es decir, se mueve con familiaridad por unas coordenadas narrativas sobre las que va aplicando sangrantes vueltas de tuerca.

Estos trece capítulos, además, han corregido algunas de las fallas del primer año. El avance más notable ha sido, sin duda, la densidad que ha ganado un Jack Crawford. El jefe de policía interpretado por Laurence Fishburne ha trascendido su calidad de mero dispositivo narrativo (el año pasado era una especie de pivote necesario para mantener a Will enganchado a todos los asesinatos) para ganar peso dramático y batallar contra la insoportable ambigüedad que desprende la serie. Desde el punto de vista narrativo – aunque parezca extraño dada la constante adopción del punto de vista de Will por parte del relato-, los espectadores hemos estado este año siempre más cerca de Jack que de cualquier otro. Hemos compartido sus dudas y sus sospechas. Aún más: es el único personaje tan cuerdo como nosotros. Y es el bueno de la película… algo que no siempre se puede decir de Will Graham.

HannibalStaffel2Trailer

El brutal -casi animal- enfrentamiento entre Jack y Hannibal que prologa esta segunda temporada remarcaba explícitamente la importancia del policía en la trama. De hecho, esa inquietante secuencia -tan táctil- ha servido como aviso para todo el año. Como si fuera un letrero que advirtiera: “¡eh, amigos, esto va en serio!”. Muuuy en serio.

Ahí ha brotado el segundo gran avance de Hannibal: esta temporada ha resultado mucho más audaz desde el punto de vista narrativo. Los trece capítulos han exhibido, en efecto, un descenso a tumba abierta, sin caracoleos ni áreas de descanso. Un relato atestado de decisiones de guión irreversibles (la “deconstrucción” de Beverly Katz, el autodespiece caníbal de Mason Verger), de modo que cada capítulo se convertía en un latigazo (*) que conducía continuamente la trama a lugares de no-retorno. Esta pulsión alcanza su cenit en la espectacular season finale, un episodio que compensa ver un par de veces, para paladear toda su potencia visual y, sí, su tristeza. En él, más que un látigo, Fuller apuesta por la “sutilidad” del planchazo en la cara.

(*) Solo citaría un par de excepciones, un par de capítulos flojos: el del juicio (“Hassun“, 2.3.), donde la trama pierde ese grosor enfermizo que siempre tenía con Will en el psiquiátrico; y el del chalado del museo que se dedica a ejercer de bestia  en el 2.9. (exagerado, incluso, para los estándares de iluminados que pululan Hannibal). En todo caso, este último capítulo, aunque fallido como caso de la semana, sí resulta capital en la estrategia de Will para ganarse de nuevo el “cariño” de Hannibal, demostrándole, tras la muerte de Randall Tier, que puede ser su “hermano de sangre”. 

Si el primer año titulaba cada capítulo con referencias de la cuisine française, esta vez han girado hacia la delicia japonesa del kaiseki. “Mizumono” (2.13.) es un postre de temporada y, como el capítulo final, supone un cambio de tercio con el resto del menú. La primera consideración: es un capítulo que, en efecto, clausura el banquete. Intuyo que el miedo a la cancelación -y la renovación de Hannibal en un canal en abierto no deja de ser una anomalía, que habla maravillas de la vitalidad incesante de la reciente televisión americana– les animó tanto a diseñar una temporada con un avance narrativo tan suicida como a ofrecer un cierre tan nítido. Si no hubiera habido tercera temporada, “Mizumono” habría funcionado de lujo como final de serie (**).

(**) Y, sin embargo, eso deja la trama en un punto tan apasionante como imposible. La tercera temporada habrá de ser necesariamente muy diferente a las dos anteriores, puesto que ahora el objetivo de la trama será la caza y captura de un asesino tan eficaz y perverso… como conocido por el FBI. Así que el año que viene se perderán la sospecha constante, la cotidianidad siniestra y las óperas culinarias con el enemigo. 

“Mizumono” es un capítulo cardíaco, no solo porque ya conocemos cómo la estabilidad del universo narrativo explota (no puede haber una puerta de atrás para redimir al personaje de Hannibal tras sus navajazos a muerte con Jack), sino por la potencia emocional que despliega. Se habla de amistad, de amor, de verdad, de confianza, de decepción, de perdón… Para alcanzar esa madurez dramática sin que chirríe, es necesario recordar cómo las relaciones entre los personajes han ido creciendo a base de cenas y confidencias en esa misma casa, al abrigo de un buen chianti y unos manjares cocinados con primor y horror. Parece extraño, pero Hannibal ha exhibido algunas de las conversaciones más intimistas de esta temporada televisiva. Will, Jack, Alana y Hannibal han llegado a hablar hasta de la existencia de Dios. Ahora que están decididos a “llegar a la verdad con todas sus consecuencias” solo les quedaba brindar por última vez y recoger los platos con el postre. Quitarse la máscara, descubrir cada uno sus cartas… y morir en la despedida.

Puede que las dotes de manipulación psíquica de Hannibal comiencen a adquirir un aroma súperheroico, casi sobrenatural, pero esa siempre fue la premisa de la serie. Recordemos que el protagonista de El silencio de los corderos era un señor capaz de hacer que su compañero de celda se comiera su propia lengua mientras escucha las valkirias de Wagner y diserta sobre la acidez adecuada del pinot noir, ¿por qué no iba a ser, entonces, capaz de engañar el corazón de Alana Bloom? ¿Por qué no someter a Abigail a un tormento doméstico? ¿Por qué no lavar el cerebro de Miriam Lass?

Visualmente la serie siempre ha jugado con secuencias oníricas, primeros planos saturados, una iluminación tenebrista, en clave baja, transiciones pictóricas y una música tan incómoda como el zumbido de una abeja. Todo esto alcanza la excelencia, de nuevo, en “Mizumono”: desde el reflejo en un cuchillo hasta la muerte lluviosa de Alana, pasando por la machacona música que deconstruye los sonidos de un reloj o la forma que Fuller tiene de enseñarnos cómo Hannibal huele que Will le engaña (ese plano rojizo de Freddie Lounds).

Esta excepcional segunda temporada confirma, pues, que Hannibal es una serie que está haciendo historia. Porque es la primera que reclama, de forma orgánica, los cinco sentidos del espectador. Aunque lo haga de una forma tan siniestra.

——–

-Me encantaba Michael Pitt en Boardwalk Empire. Sin embargo, en una serie tan contenida en sus actuaciones como Hannibal, donde nadie grita jamás, su histriónica encarnación de Mason Verger queda en offside continuo.

-No es casualidad que el momento más gore de la temporada (sí, sí, ese de Verger tragándose su rostro) se deje en penumbra. Cuadra con la estrategia de la serie: solo exhibir una violencia visual que pueda estilizarse.

-Para almas morbosas, ya desayunadas: “Los trece momentos más truculentos de Hannibal“.

-¿Y qué tal el tributo de los Verger, qué escena tan inquietante y espantosa, al Dead Ringers de Cronenberg?

-A mí personalmente me ha costado seguir en ciertas ocasiones la trama, tan estrambótica como la mente de los chalados que la protagonizan. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en True Detective, otro caso donde sobrevolaba un serial-killer, en ningún momento he sentido que el misterio del Cheeseapeake Ripper, la investigación policial o, incluso, los extraños juegos de “ahora-te-mando-un-asesino-a-casa” que se llevan Will y Hannibal fueran realmente relevantes.

-De hecho, la season finale se sacó varios conejos de la chistera, el más demoledor el de Bedelia du Maurier en el avión de huida. No creo que sea ella la mastermind de todo esto, ¿verdad? Recordemos que en la primera temporada llegamos a ver a Mads Mikelsen llorar en la terapia con ella. ¿Será simplemente otra de las almas que ha alienado para sus propósitos o hay algo más?

-Hablando de agujeros de guión: ¿cómo demonios puede tardar tanto en llegar la policía a casa de Lecter en la escabechina final?

Freddie Lounds me resultó un poco cargante en la primera temporada. Aquí ha descendido notablemente su protagonismo. Otra razón más para la mejoría de esta segunda temporada.

-La esposa de Jack CrawfordGina Torres, esposa de Laurence Fishburne también en la vida real- ha sido una adición interesante, no solo para aportarle aristas a Jack, sino para permitir que la trama aborde, de forma explícitamente filosófica, el asunto de la muerte y sus alrededores. Porque al final, ¿de eso trata la serie, no?

13 Comentarios

  1. marcbranches

    Estando de acuerdo en todo lo que comentas sobre la serie en el artículo, incluyendo los diminutos \”peros\” (yo también me perdía a veces en la trama), sí me gustaría comentar algo sobre la interpretación de Michael Pitt (que no Pitts como está en el texto, si me permites la ínfima rectificación). Al principio yo pensé lo mismo sobre el tono de su actuación: parecía interpretar con dos vueltas de tuerca más que los demás, y chirriaba. Sin embargo, al ver las expresiones de hastío y ligera repulsión que provoca en el dr. Lecter, caí en la cuenta de que pudiera ser un recurso intencionado para que el espectador perciba lo mismo, o por lo menos sienta que algo no encaja bien en el personaje. Lo que más detesta Hannibal es el instrumento que desafina en la orquesta: Verger desafina ampliamente en la orquesta de personajes que rodea al doctor Lecter. A fin de cuentas, me cuesta creer que en una serie de tono y aspecto tan controlado, se le fuese de la mano a Fuller alguno de los intérpretes.

    No creo que Bedelia sea la mastermind de todo esto. Creo que en su decisión se han cruzado su inteligencia y su instinto de supervivencia. Saludos.

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  2. Mikel

    Hannibal es una delicia para los sentidos, hasta tal punto que, en ocasiones, la trama es mera excusa. Importa más el cómo que el qué.
    Todas las tramas policiales secundarias sobran, así directamente. Es una pena que la tercera temporada que va a eliminar esas molestas subtramas tenga que sustraer igualmente lo que hace de Hannibal una serie maravillosa: la relación entre Lecter y Graham y ese \”tempo\” operístico.
    En lo que se refiere a la evolución de la serie en la tercera temporada, creo que la serie de animación \”Monster\” nos puede dar una pista de lo que puede ser.
    Estupenda reseña, Alberto. Y hazme caso, si puedes, echa un vistazo a Monster (Naoki Urasawa). MARAVILLOSA. Dale una oportunidad.

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  3. carlos risu

    Para la S03, ¡cocina española! Gazpachos, potajes, pinchos, cochinillos, empanadas y SANGRÍAS. Ñam.

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  4. Alberto Nahum

    MARC: Borrada la \”s\”. Pues me gusta esa lectura que propones, francamente. Entiendo que el tipo ha de resultar cargante y Hannibal expresa su puro descontento físico cada vez que se lo cruza. Creo que tienes razón.

    MIKEL: Sin embargo, de alguna forma tendrán que mantener esas intimidades, porque hasta ahora han sido el corazón de la serie. Tanta cena, tanto vino, tanto salón compartido. Umm, no sé, estoy muy intrigado. ¿Es accesible \”Monster\”?

    RISU: Bueno, ya han hablado del jamón serrano en la primera temporada y esta segunda de otra cosa que no recuerdo, algún plato típico. Es nuestro José Andrés el asesor culinario, ¡¡qué te pensabas!!

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  5. Richard

    Hannibal es genial, pero creo que en el último capítulo Fuller se fue en exceso y aish dejó varios huequilos de guión y algunas exageraciones dignas de slasher, no de Hannibal. Pero en fin, sus maravillosos capítulos previos (y sorbe todo los primeros 7) han convertido a esta temporada en la consagratoria de Hannibal. Me tomo que de ahora en adelante (sea por el cambio de estlo narrativo al estar Hannibal on the run) o el fantasma de SotL opacarán a Fuller. Espeor equivocarme.

    Sól algo más…Unas palabras y alabanzas a Mads, ¿no cree?

    Richard

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  6. Gonzalo

    Esta serie en todos los sentidos es extraordinaria. Hacer olvidar a Anthony Hopkins es una tarea dificil. Todos los planos estudiados para conseguir la mejor fotografia. La trama muy bien desarrollada pese a lo escabroso que es seguir a un asesino psicopata sociopata y canibal. La unica mención negativa es la inaccion posterior al descubrimiento de trazas de adn humano en los manjares servidos en el vernisage final y que no conducen a la detención del Dr. Lecter.
    Para mi la escena mas inquietante es en la que aparece por primera vez con ese mono transparente de blood killer descuartizando el rostro con unas tijeras de ese ingenuo neurocirujano que descubre las afecciones cerebrales de Will, y que paga su silencio, engañando a Graham, con ese final tan horrible.
    Una serie extraordinaria con un ambiguo final que nos conduce con la consabidas sospechas, al inicio de la tercera temporada para conocer las consecuencias en las vidas de los protagonistas al inicio de esta.
    Saludos

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