, archivado en Masters of Sex

Bajo su fachada de sofisticación histórica, densidad dramática y transgresión visual, Masters of Sex esconde un culebrón de aúpa. Un relato previsible -lo que resta vapor dramático a los conflictos de los personajes- y de un maniqueísmo entre naíf y estomagante.

Me temo que en esto me voy a quedar más solo que la una, como en Girls: la crítica anda rendida a los pies de la última propuesta Showtime; tan solo he encontrado algunas reticencias en Poniewozik. Por eso, más que cantar sus alabanzas (por supuesto que las tiene, faltaría más, pueden leérselas a Marina, a Sepinwall o a VanDerWerff) me centraré en separar el grano de la paja (¡vaya con las frases hechas!) y argumentaré por qué es un relato al que se le saltan las costuras dramáticas e ideológicas.

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A estas alturas del partido, ambientar una historia audiovisual en el mundo de la sexualidad no es romper ningún tabú. Quien quiera seguir jugando al resistencialismo y catalogar esta propuesta de rompedora, allá él, pero hay que recordar que lo raro es encontrar series premium que trabajen la elipsis visual. Al contrario: hay más carne en (casi) cualquiera de las series de la HBO y de Showtime que en el Asador Donostiarra. Incluso la olvidada Tell Me You Love Me atacaba la esfera más íntima de varios matrimonios  allá por el 2007. El cine también hace mucho -muchísimo- que traspasó esas fronteras, así que la supuesta novedad transgresora de Masters es más un efecto promocional que una evidencia histórica.

Precisamente en el ámbito histórico es donde la serie tiene su primer escape de agua. No hay duda de que en el revival cincuentero (y sesentero) que se extiende por la televisión a raíz del éxito de Mad Men, Masters supone una interesante vuelta de tuerca, por tema y por tono. Sin embargo, la serie mira el pasado con las lentes del presente, lo que provoca una visión desenfocada y, a ratos, grotesca.

Contexto mínimo para envolver esta afirmación: el abordaje del pasado siempre es un asunto espinoso -central en las discusiones académicas sobre la Historia- y no hay duda de que siempre hacemos historia desde el presente. Aquí, además, hay que añadir el agravante de la ficción, que tiene la excusa de poder volar libre. De acuerdo a todo. Pero. Un pero bien grande: hay que calibrar bien la graduación de las gafas que uno se pone. No es lo mismo la fantasía bastarda de Tarantino que la imposibilidad de la imagen en Claude Lanzmann, por citar los extremos morales de la relectura cinematográfica del pasado.

El problema de Masters es que pretende legitimarse históricamente -ese animalito engañoso del “basado en hechos reales”- cuando en realidad aplica una lectura rigurosamente contemporánea, propia de la mentalidad liberal estadounidense (y europea, tampoco difiere mucho), tan políticamente correcta. Así, todo el relato supura una superioridad moral sobre los usos y costumbres de los años cincuenta que, ay, hurta la verdadera complejidad de aquellos años y de las transformaciones morales, sociales y políticas que estaban por llegar. Y esto es como hacerse trampas al solitario.

Siempre lo repito: la ideología de cada serie me parece de lo más respetable. Lo que me interesa analizar es cómo ese “forzar la mirada”, ese anteponer la tesis al relato, debilita la eficacia dramática y la profundidad argumental. Aquella comparación que trabé, por ejemplo, entre The Wire y The Newsroom. En Masters, ese intento constante -maniqueo, simplista, superficial- en recordarle al espectador lo puritana, sectaria, tontorrona y reprimida que era la peña de los cincuenta hace caer a la serie en insostenibles contradicciones dramáticas o secuencias absurdas. (Espoilers a partir de aquí) Un par de ejemplos: la feliz Vivian no tiene problema en darlo todo desde el minuto con el Dr. Ethan y, de repente, cuando se acerca la posibilidad del matrimonio, emerge una ultra del alzacuellos que, además, flirtea con el antisemitismo. No cuadra. Y sí, ya sé que hay hipócritas en todas las confesiones (religiosas y políticas), lo que no hay manera de tragar es su repentina conversión al rigorismo tras meses de convivencia íntima con su amado. Esos cojones, en Despeñaperros, que decía el torero. La de Vivian es una evolución de trazo grueso, forzada por el pescozón ideológico antes que por la coherencia en el dibujo del personaje.

Esta misma superioridad moral genera la situación más absurda de la primera temporada y que sirve como paradigma para lo que pretendo explicar: esa pareja que devora la Biblia con tanta pasión… que no pueden concebir porque, ay, se “acuestan” y no ocurre nada. Hombre, hombre, Bill, para ser un hombre de ciencia deberías saber que hay una cosa llamada instinto y que el deseo carnal es una reacción puramente física. Absurdo.

Más allá de estas espumas, el mensaje de fondo que transmite la serie es que todo aquel que cuestione los novedosos  experimentos o ponga alguna pega a la moral sexual del momento es un retrógado que debería volver a la caverna. A este corsé me refiero  cuando hablo del desenfoque que genera “re-contar” obstinadamente desde el presente. Y esto es lo que diferencia la peripecia de Bill Masters de la de Don Draper: Mad Men se muestra mucho más capaz de conjugar la inevitable mirada desde el hoy con una honestidad que encara las complejidades del pasado. Por eso Mad Men resulta mucho más rica, sutil y ambigua que Masters of Sex, porque se funde con el paisaje en lugar de tratar de reconstruirlo al gusto.

En este sentido, el último plano de la temporada -tan de telenovela, hasta con lluvia incorporada- es el que mejor redime al relato, desde el punto de vista ideológico que estamos explicando. Porque durante 13 capítulos, la coartada del “esto es ciencia” ha valido para un roto y para un descosido. Salvo en el caso de Masters -el personaje mejor dibujado del relato, de lejos, el más atormentado y contradictorio-, todos los que pululan por el experimento son majos, guapos, altruistas y comprometidos con el futuro de la humanidad. Nadie regala su intimidad -que supuestamente en esos años era un tesoro preciadísimo- por un plato de alubias y nadie hace de cobaya humana por pura lujuria y ganas de mambo (y el único que lo hace acaba mendigando amor, como un angelito puro). No. Qué va. Todos zumban por devoción a la ciencia. ¡Pues vaya con el supuesto puritanismo de los años cincuenta, tú!

El problema, desde el punto de vista del guión, es que esta especie de idealismo sexual se traslada a la protagonista, restándole contrapesos y, por consiguiente, eficiencia dramática. Virginia Johnson es perfecta. Se equivocaba el camarógrafo cuando decía, en el cierre, que no se puede despedir a Dios. Dios es ella, no él.  No solo hace perder la cabeza a los hombres con su pericia en la alcoba, sino que es una mujer adelantada a su tiempo, bellísima, capaz de compaginar trabajo, estudios, dos niños pequeños, maternidad solitaria, horas extra en un experimento secreto… Y además lo hace sacando un 99 en el examen más difícil, nada de conformarse con un 76. Y además saca tiempo para convertirse en la mejor amiga de la esposa de su jefe, hasta el punto de saltarse las normas más elementales de secreto profesional y decirle que su marido (¡su propio jefe!) es impotente estéril. Y además goza de grandes dotes sociales cuando se les rompe el autobús y convence a la alta sociedad de no sé dónde para que financien los test de citología cérvico-vaginal. Y además canta que te mueres y se lleva de lujo con su exmarido. ¡Joer, Ginny, tírate un pedo de vez en cuando al menos! A ratos, más que un retrato de los cincuenta parece una heroína de la Marvel en versión peer reviewed journal.

Bill Masters, al menos, sí tiene fallas de carácter, acrecentadas por la soberbia interpretación del sutil Michael Sheen. A veces cuesta entender qué ve su esposa en él para quererle, pero entendemos que el dibujo de su personalidad ejemplifica el dilema que atraviesa toda la serie: ¿hasta qué punto es posible el sexo sin amor? O puesto de otro modo: ¿cuál es el equilibrio entre ciencia y emoción, entre datos estadísticos y vida? Y, en todo caso, su carácter va dejando cadáveres por el camino, empezando por uno de los mejores episodios de la serie: aquel interludio vacacional en el que Libby le manda a freir espárragos y amaga con Lady Chatterley.

He citado varias veces lo de soap-opera vitaminada. Traten de describir en voz alta el cuadrilátero amoroso entre Libby, Virginia, Bill e Ethan: Bill es un médico al que secretamente le gusta su secretaria. Se acuestan regularmente (obviemos la ciencia ahora). Además, Libby está embarazada. Sufre un aborto. Virginia se convierte en la mejor amiga de Libby. Le cuenta, además, que su marido no performa como debiera. Gracias a Ethan, discípulo de Bill y novio de Virginia, Libby se vuelve a quedar embarazada… a espaldas de su propio marido, jefe de ginecología del hospital. Virginia se lía con Ethan pero mantiene su relación “profesional” con Bill, etcétera, etcétera.

¿Por qué remarco esto? Porque me da la sensación de que el relato fuerza sus límites. Es como si quisieran probar una idea y los personajes no fueran más que peones que mover en el tablero, forzándoles a pensar en voz alta con diálogos didácticos. Ese es mi gran problema con la serie: que los personajes carecen de vida propia, salvo Bill Masters y la Margaret Scully interpretada por la excepcional Allison Janey. Son medios, no fines en sí mismos. Les falta vida, emoción genuina, como a los datos que recaban Masters y Johnson.

Y esa infección alcanza también a la mera causalidad interna del relato. Si se fijan, el azar entra en cada capítulo una decena de veces. Virginia llora en el coche… y llega Ethan. Virginia se mete bajo una mesa en el simulacro nuclear… y allí se topa con la Dra. DePaul. Ethan tiene que cuidar a los niños… y aparece su papá verdadero a pasar la noche. El Dr. Austin está triste y se va al cine… para encontrarse con Margaret. Barton queda con su ligue… en la cafetería de un hotel que frecuenta Margaret. Masters confunde varias veces el nombre de la nueva secretaria… para que no nos olvidemos de cuánto piensa en ella. La esposa decide empezar a colaborar en el hospital por sus pistolas, la madre aparece en medio de un experimento y se queda a cenar para darse cuenta del pastel… Y así con todo, hasta la última llamada que nadie coge cuando nos ponemos de parto o ese repentino cruzarse inesperadamente en la puerta de la oficina, antes de presentar el estudio ante todo el hospital. Uf.

Insisto en que la serie tiene varias cosas interesantes (siento debilidad por los paralelismos con la carrera espacial y la Guerra Fría), pero he decidido -también la falta de tiempo obliga- centrarme en los defectos que le encuentro, para entrar en diálogo con todos aquellos que sí han saboreado el culebrón de Michelle Asford. Y para azuzar la máxima de Mark Twain: “Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”.

15 Comentarios

  1. Alyer

    No estoy de acuerdo. Creo que los críticos tienen una especie de terror al culebrón que los hace huir de ciertas cosas que forman parte de la vida, que es así de complicada, que incluye casualidades y declaraciones de amor. Por eso concuerdo con los artículos que citaste, el tema de masters of sex es el amor y la intimidad, y el retrato de personajes (comparado con series de éxito como Dexter, el retrato de masters of sex de sus protagonistas y secundarios es la gloria misma).
    Creo también que es imposible no reconstruir el pasado desde el presente, siempre va a existir un discurso en la historia que es mucho más cómodo hacerlo ahora cuando no eres una voz disidente, por ejemplo mad men pone a Don Draper como un tipo \”a la antigua\”, pero le repele la idea de pegarle a su hijo, siendo que en esa época era \”parte de la educación\” dada a los chicos. Creo que al contrario, la serie intenta poner matices y profundizar en los personajes tomando en cuenta su época, sin irse por la solución fácil, por ejemplo que el matrimonio Scully no esté construido como una simple pantalla del marido gay sino que entre ambos exista amor y complicidad verdaderos, que Jane está fascinada con ser parte de la vanguardia científica pero que no quiera mostrarse exteriormente en cámara por sentir que viola su intimidad, que la madre de masters no sea una persona mala ni una víctima, etc.
    En cuanto a la perfección de virginia, tampoco estoy de acuerdo, hay una escena en particular en la cual su ex-esposo está hablando con masters sobre lo especial y mágica que es, mientras ella intenta correr hacia el bus, lo pierde y se queda sentada en una banca probablemente sin poder ver a sus hijos. Es una madre que la mayor parte del tiempo está ausente, una mujer que vuelve con un hombre que la golpeó y la llamó puta, y que tiene un affaire con su jefe siendo amiga de la esposa de él, no creo que eso muestre un actuar perfecto de su parte, pero la entendemos, porque la serie hace un gran trabajo.
    En las telenovelas malas pasan una gran cantidad de cosas a cada rato porque los personajes no son interesantes por sí mismos, ni su relación está desarrollada, son buenos o son malos. Masters of Sex es todo lo contrario, son los personajes y sus motivaciones los que avanzan la trama, y bueno, si no hicieron un retrato demasiado elaborado de Vivian en particular, es un detalle, mad men tuvo a Kinsey y henry crane.
    Yo considero a masters of sex el mejor estreno hasta la fecha, por encima de the americans y OITNB.

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  2. Seriéfilo

    Amigo Alberto, toda la razón del mundo. Y yo me pregunto ante esto… ¿Cómo está la ficción actual entonces si este es uno de los mejores estrenos del año?

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  3. Maf

    ¿Impotente o estéril?
    Los primeros capítulos me parecieron grandiosos para irse poco a poco desinflándose…una pequeña decepción, pero es cierto que ha sido de lo mejorcito de este año..así de mal está la parrilla.

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  4. Maria Florencia (MFAL)

    Reconozco que sólo vi el piloto y mi comentario puede ser considerado infundado, pero no me atrapó ni me interesó. Vi venir el culebrón y escapé. En la televisión de hoy en día no es suficiente que el sexo sea el protagonista, y Mad Men hay una sola. Me uno a lo que dice seriéfilo sobre la ficción de hoy en día. No sé qué está pasando, pero entre esto (Masters of Sex), el declive de Homeland, el desastroso final de Dexter y las exageradas loas a Girls, vamos de mal en peor.
    Un saludo.

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  5. Óscar

    A falta de ver los tres últimos episodios, a mí sí me ha convencido \’Masters of Sex\’ en general. No es la panacea; de eso estoy seguro pero entretiene (y mucho). Es obvio que no está interesada en mostrar un reflejo real y acercado de la sociedad del momento (si lo hiciera, ganaría enteros y daría mayor dimensión al leitmotiv de la serie) sino más bien adentrarse de lleno en la psicología de los personajes (la rapidez con la que se sumerge da pie a cagadas) y llevar a cabo una radiografía de la tan eterna dicotomía sexo-amor. La serie emociona, es elegante -aunque se permite un humor zafio a veces- , tiene personajes carismáticos, y desde mi punto de vista no le he visto (tanto) las costuras como a otras. La relación entre Bill y Virginia es de lo más interesante, aunque me gustaría que ella fuera más \”oscura\”.

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  6. Jaina

    Nahum te contesté en mi blog a tu comentario 🙂 Ya sabes que a mí lo que más me picó fue cómo se desarrolla el tema Bill/Ginny, por lo que muy a favor de Lady Chatterley…

    Como comenta Maf, también creo que el problema fisiológico de Bill es esterelidad no impotencia.

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  7. AlbertoNahum

    ALYER: Hombre, tantas, tantísimas casualidades la vida no tiene… En todo caso, no huyo del culebrón. Me gusta si ese es el pacto de lectura; en este caso no era así. Era un drama tradicional. Ese forzar las casualidades para estirar la trama en espiral es lo que se me atraganta. Y en cuanto a la perfección de Ginny, hombre, las cosas que citan no son realmente cosas muy malas; meros deslices a lo sumo. Con Masters sí son mucho más complejos.

    SERIÉFILO: Bueno, ha sido un trimestre flojo en estrenos, pero ha habido muchas cosas de calidad (desde BBad a Boardwalk Empire o The Good Wife). A ver si el 2014 mejora.

    MAF: Estéril, sí, lo cambio ahora. Lapsus por la rapidez de escribir. Es evidente que las escenas del séptimo capítulo con Ginny demuestran que impotente no es precisamente.

    MFAL: Pero, a cambio, a lo largo del 2013 ha habido debuts muy interesantes: The Americans, Rectify, Hannibal, Orange… (Aquí no compartimos tampoco el fervor por Girls…).

    ÓSCAR: Jo, entiendo lo que dices, pero a mí se me nubla la emoción genuina al no sentir a los personajes como carne y hueso (solo Bill y Margaret Scully). Por eso no me emociona, sino que me saca y, quizá, al salirme me \”fijo\” más en los elementos de contexto ideológico que resalto en la crítica.

    JAINA: Sí, yo también te comenté ayer en tu excelente reseña. Por cierto, en el caso Bill/Ginny, ¿no es, de nuevo, muy exagerado y forzado lo estupendamente que se llevan Ginny y Libby? Jo, hasta en eso se pasan de frenada. Cambio lo de estéril, sí.

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  8. carlos risu

    Alberto, esta serie no la he visto y este post me han saltado dudas. Me ha desmotivado. Lo cual es cojonudo según se mire porque si fueras Alberto Rey, ese seor que le pagan por escribir y te la vende sin explicarte lo que vende… seguramente la veas. Y entonces te escribiré para darte la razón pero ya será tarde. Puro jabón lo mío.

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  9. carlos risu

    De tanto ver Mad Men un día me va a dar por escribir chorradas poniendo mi blog en el nick y ya verás .UPPPPS no quise decir \”chorradas\”, sorry, que son los 50 todavía.

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  10. carlos risu

    SHOWTIME huele de todas todas. y hasta aquí mi resaca. Un día de estos bloguero, ea. FX!

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  11. Epicureo

    Coincido con el comentario. No estás más solo que la una.

    La serie es muy buena en muchos aspectos, pero tiene ese problema ideológico. No hay un intento de mostrar de forma realista el ambiente en el que Masters y Johnson tuvieron que realizar su revolucionario trabajo. Con mínimas excepciones, todos los personajes importantes son increíblemente (en el sentido de que no hay quien se lo crea) modernos. ¡Hasta la madre de Masters acepta la investigación de su hijo sin escandalizarse! Y hay varias escenas forzadas con el único fin de demostrar que la familia Masters no es racista (cuando era impensable que gente de esa clase social no lo fuera en algún grado). Exceptuando al ambiguo Scully (que naturalmente tenía que ser gay), la oposición se desarrolla casi siempre fuera de cámara, o como mucho por personajes de una frase.

    Tampoco me parece buena idea que se exageren tanto los personajes de Masters y Virginia. A Masters le presentan prácticamente como alguien del espectro autista (cosa que no era en la realidad, sino una persona normal y hasta sociable), y por supuesto Virginia es la perfección; sin duda fue una mujer extraordinaria, pero convertirla en una santa no era necesario. Por otra parte, los dos actores son tan buenos que consiguen sacar matices hasta donde no los hay.

    Es un gran mérito de los intérpretes y los realizadores que a pesar de todo es una serie que se deja ver con agrado.

    Pero ese final con el amante declarando su amor a la amada, bajo la lluvia en el umbral, como que casi me ha quitado las ganas de seguir viéndola. Para culebrones ya está Nova.

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