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Un gigante de un metro de estatura

El siguiente artículo fue publicado el 28 de diciembre de 2012 en el suplemento Visado de Faro de Vigo. La historia del genial pianista francés Michel Petrucciani nos lleva a reflexionar sobre la dignidad humana y el valor de la vida. Aquejado de una rara y dolorosa enfermedad congénita, nació un 28 de diciembre de 1962, un día de los inocentes de hace ahora medio siglo:

Un gigante de un metro de estatura

Hoy hubiera cumplido 50 años el pianista de jazz francés Michel Petrucciani, un músico aquejado de una enfermedad incurable que alcanzó fama mundial por su virtuosismo

Rafa López

Como si fuera una metáfora de su condena a ser un niño adulto, Michel Petrucciani nació el Día de los Inocentes de 1962 y murió el Día de Reyes de 1999. En esos apenas 36 años transcurridos, y sin llegar al metro de estatura, Petrucciani logró hacerse un nombre en el panorama mundial del jazz, viajar por todo el mundo y vivir una vida breve pero intensísima.El piano fue el vehículo que le permitió transformar la lástima con la que era visto en aplausos y admiración.

Francés de ascendencia italiana, Petrucciani padecía osteogénesis imperfecta, una enfermedad genética y congénita también llamada “huesos de cristal”. Además de la fragilidad ósea, causada por la deficiente producción de colágeno, Petrucciani desarrolló una estatura muy baja. Antes de ser adolescente ya había tenido más de un centenar de fracturas óseas, lo que no le disuadió de tocar el piano, fascinado por Duke Ellington. Nacido en una familia de músicos, se dice que desde bebé demostró una gran inclinación musical, y que tarareaba solos de Wes Montgomery al tiempo que aprendía a hablar.

Tras destrozar un piano de juguete (“las teclas pare- cían dientes que se reían de mí”, explicó), finalmente su padre le regaló uno de verdad. A los cuatro años ya estudiaba piano clásico, a los nueve tocaba con su familia y a los diez comenzó a escuchar a Bill Evans, su mayor influencia musical. Su primer concierto profesional lo dio a los 13 años, teniendo todavía que ser aupado al piano.

Pese a los continuos dolores y otros inconvenientes, su discapacidad tenía ciertas ventajas: mientras sus compañeros hacían de- porte, él se entregaba al piano; y ahorraba dinero porque su representante le colaba en los hoteles escondi- do en una maleta.

Pese a la oposición de su padre,viajó con su grupo a París, donde se produjo su consagración, a los 15 años. Al trompetista estadounidense Terry Clark le faltaba un pianista. Cuando subieron a Petrucciani al piano, Clark pensó que le estaban tomando el pelo. Sin embargo, el pequeño pianista galo asombró al público y al propio líder de la banda. “Era un enano, pero tocaba como un gigante”, dijo.

Michel Petrucciani, al piano.

Su consolidación llegó en el trío de Kenny Clark, y ya en Estados Unidos –se mudó a Nueva York en 1984– tocó con leyendas como Dizzy Gillespie y Wayne Shorter. “Era un enorme músico y nunca se quejaba de su condición”, dijo de él Shorter.

Tal vez consciente de la brevedad de su vida –aun- negó que la osteogénesis imperfecta fuera mortal–, Petrucciani vivió sus días a tope, tanto en sus intensas giras –tocó 140 conciertos en 1998, el año anterior a su muerte– como en su vida personal: se casó dos veces, tuvo otras novias y un hijo que heredó su enfermedad.

A veces arrogante y fanfarrón, casi siempre bromista y vital,a Petrucciani le pasó factura el exceso de trabajo, el abuso del alcohol y la cocaína. Falleció en Nueva York de una infección pulmonar.

Alguien a quien algún miserable llamaría “monstruo” por su discapacidad se había convertido en un monstruo, sí, pero de la música, comparable a Oscar Peterson, Keith Jarrett y Bill Evans.“A veces pienso que alguien ahí arriba me salvó de ser normal”, decía.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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