mentira

Del postureo a la impostura

Sorprende el doble rasero de algunos con el asunto de Anna Allen, la actriz que se inventó una carrera cinematográfica y televisiva, amistades en Hollywood, asistencias a las galas de los Óscar y (según sospecho) varios perfiles de Twitter de inexistentes agencias, representantes y periodistas. Parece que al pequeño Nicolás, con esa pinta de borjamari de FAES y adlátere del PP, hay que lincharle, pero pobrecilla esta actriz, que no encontraba nuevos trabajos (eso dicen) y se lanzó a colgar una serie de montajes fotográficos en internet (nadie le ha preguntado a las suplantadas qué les ha parecido que «robase» sus cuerpos, por cierto) y soltar cuentos chinos en medios de difusión nacional, como Telecinco (Pasapalabra), El Mundo y la SER. Puedes engañar a alguna gente durante un tiempo, pero no a todo el mundo durante todo el tiempo, según decía, creo, Abraham Lincoln. Lo más sorprendente es que no descubrieran antes a alguien tan poco hábil con el Photoshop, en un mundo virtual en el que, más que nunca, se pilla antes a un mentiroso que a un PC con Windows 95.

Algo no va bien cuando tienes que recordarle a algunos que la mentira está mal y que la sinceridad y la honestidad son valores en sí mismos, sin necesidad de recurrir a comparaciones (es que todo el mundo miente en sus currículums, aducen) ni a listas de damnificados. Aunque Anna Allen no hubiese engañado a multitud de periodistas, productores, lectores, televidentes y seguidores; aunque no se hubiese aprovechado de una sarta de mentiras para obtener ventajas profesionales (en detrimento de muchos compañeros en paro), la actriz de «Cuéntame cómo pasó» se ha engañado, en primer lugar, a sí misma. Ha perjudicado (de momento) su carrera, y eso ya merece censuras y reprimendas. Tampoco se trata de «crucificarla» ni de cebarse con ella gratuitamente, no es eso. Algún psicólogo se ha lanzado a aventurar que podría padecer un trastorno narcisista de la personalidad, un problema por el que merecería nuestra compasión, pero que tampoco anularía su capacidad de discernir el bien del mal (sería penalmente imputable). Otros dicen que ha sido víctima de los malos consejos de su representante. Quién sabe. A Anna Allen parece habérsela tragado la tierra y no parece querer dar explicaciones.

Si Anna Allen merece toda nuestra comprensión, ¿por qué no Francisco Nicolás y otros sujetos con un exagerado sentido del postureo? ¿Disculpamos a un político cuando miente, porque todos lo hacen y era necesario para ganar unas elecciones?
En España se ha perdido un poco el apego a la verdad como valor de la sociedad. Aquí aún no se entiende que Bill Clinton se ganase el impeachment no propiamente por ponerle los cuernos a Hillary con Monica Lewinsky, sino por mentirle al Congreso de los Estados Unidos. ¿De verdad queremos un Gobierno que nos diga la verdad, como decía Rubalcaba tras el 11-M? A veces parece que no. Lo recordaba en este artículo Antonio Pérez Henares. Lo que en realidad quieren muchos ciudadanos son políticos que les digan lo que quieren oír, da igual que no se corresponda con la realidad, y no verdades incómodas. Así que por qué iban a molestarnos las mentiras de una actriz del montón.

Qué quieren que les diga, yo le sigo teniendo mucho cariño a la verdad, esa cosa tan aburrida y muchas veces tan esquiva. Soy periodista, pertenezco a ese oficio dedicado a preservar la verdad de igual forma que el médico cuida la salud. Soy así de previsible, qué le voy a hacer.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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