Periodismo

«Asesinatos matemáticos» en la prensa

El matemático Claudi Alsina, al que tuve ocasión de conocer, llama «asesinos matemáticos» a los que cometen errores de bulto con las cifras. Por desgracia, en el gremio periodístico abundan estos «asesinos», con el agravante de que sus «crímenes» son «asesinatos en masa», ya que los errores llegan a todos sus lectores, oyentes o televidentes. Escribo esta entrada porque acabo de leer un artículo de la periodista y escritora Ángeles Caso que contiene un par de esos «asesinatos».

Escribe Ángeles Caso que «casi la mitad de la población del mundo, unos 2.500 millones de personas, viven no sólo sin agua en sus casas, sin obligados a recorrer decenas de kilómetros a diario para conseguir un agua que ni siquiera es bebible». El «casi la mitad» al que se refiere la escritora ya es una notable exageración, puesto que la población mundial supera los 7.022 millones de personas, y 2.500 millones suponen poco más de un tercio.

A renglón seguido, añade otro dato tan preocupante como matemáticamente insostenible: «Hoy mismo, 25.000 seres humanos, la mayor parte de ellos niños, van a morir por haber ingerido agua en malas condiciones. Cuatro millones al año». Veamos. Se afirma que mueren 25.000 seres humanos al día por esta razón, lo que significaría que una de cada seis personas que mueren al día en todo el mundo (se registran unas 153.000 muertes al día en todo el mundo, según la oficina del censo de Estados Unidos) lo hacen por beber agua en mal estado. Sospecho que los 25.000 muertos que apunta Ángeles Caso constituyen una cifra exagerada, aunque carezco de medios para verificar dicho dato. Sí es claramente incorrecta la cifra de cuatro millones de muertes al año que cita a continuación: si mueren 25.000 personas al día por beber agua en malas condiciones, tendrían que morir más de 9 millones de personas al año por esta razón (25.000 muertes x 365 días del año = 9.125.000 muertes). A no ser que aceptemos que los fallecimientos cesan en fines de semana o fiestas de guardar…

Este «asesinato» matemático, aunque perpetrado por una escritora premiada y reconocida, parece venial en comparación con otros que se perpetran diariamente en la prensa. Resulta tristemente habitual que se traduzca el «billón» anglosajón, que equivale a mil millones, simplemente por «billón» (un millón de millones en castellano), con lo cual no es raro leer (o escuchar) que ciertos Juegos Olímpicos han sido «vistos por más de un billón de personas», o que tal edificio ha costado «un billón de euros», montante que equivaldría casi al Producto Interior Bruto de España en un año, nada menos…

Las cifras de población son víctimas de «asesinatos» frecuentes: en cierto programa de televisión de viajes, la periodista afirmaba sin empacho que en la ciudad de Los Ángeles vivían 30 millones de personas, cuando su censo no llega a los 4 millones, y como mucho su área metropolitana alcanza los 13 millones… Por no hablar de las polémicas cifras de las manifestaciones. Durante la última huelga generan en España, el sindicato nacionalista gallego CIG afirmó que más de 100.000 personas habían acudido a su manifestación en Vigo. Es decir, uno de cada tres habitantes de la ciudad, incluyendo niños de corta edad y ancianos… Los medios de comunicación se limitaron a difundir esa cifra terriblemente exagerada, sin ponerla en contexto con la realidad. Claro que, el mismo sindicato aseguraba aquel día que en el periódico donde yo trabajaba (también en aquella jornada) había habido un seguimiento de la huelga del 100%… Mis compañeros y yo debimos de ser hologramas en aquella huelga… Estos asesinatos matemáticos sí son premeditados y alevosos.

En fin, los ejemplos son innumerables. Claudi Alsina les ha dedicado dos libros a estos «asesinatos matemáticos», de los que no se libra la prensa. Es triste escuchar de algún compañero de profesión la socorrida frase de «no soy de letras» como supuesta disculpa. Hoy más que nunca, gracias a Internet, es fácil contrastar rápidamente cifras tan básicas e incluso echar mano de una calculadora online. No hay excusas para no ser precisos.

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Por una televisión pública sin «corazón»

Seré breve, porque cierta gentuza vive precisamente de la publicidad gratuita, y no es cuestión de contribuir más a sus abundantes cuentas corrientes. Hoy se ha anunciado la ruptura entre Kiko Rivera, el hijo de Isabel Pantoja, y la modelo Jessica Bueno. La relación de estos dos personajes ha ocupado innumerables espacios en revistas del corazón y programas televisivos durante los pocos meses que ha durado, incluyendo un anuncio de boda, un supuesto embarazo, un presunto aborto, una cancelación de boda y un nuevo anuncio de boda. Cualquiera con dos dedos de frente sospecha que asistimos al último (ojalá) episodio de un inmenso montaje destinado a cobrar exclusivas en revistas del corazón (dos portadas en «Hola») y a inflar la imagen mediática de dos individuos (ella y él) sin más oficio y beneficio que facturar falsas noticias y acudir a «bolos» discotequeros. Bueno, Kiko Rivera ha actuado en la última entrega de «Torrente», y no creo que Santiago Segura esté muy satisfecho con la imagen de su «actor»…

El asunto de «Paquirrín» ya apestaba a montaje, y no solo por la diferencia con la que la Naturaleza ha tratado a los presuntos novios. Por mucho que uno pueda creer en el amor más allá del atractivo físico, resultaba del todo inverosímil el anuncio de aborto natural a los dos meses de gestación de la novia: Jessica Bueno volvía al gimnasio tan campante pocos días después de un trance que resulta extremadamente doloroso (física y moralmente) y traumático para cualquier mujer que lo padezca. Increíble capacidad de recuperación la suya. Pero, qué más da, Kiko, Jessica e Isabel Pantoja (especial navideño incluido) están y seguirán en el «candelabro».

Cada uno es libre de creer (o de no creer) lo que quiera, y de consumir la información basura y las ruedas de molino que se le pongan delante. Incluso resulta lícito que los medios de comunicación privado se hagan eco de estos mensajes y nos cuenten hasta el más mínimo detalle de las vidas de estos engañabobos. Basta con cambiar de cadena. Lo que no parece de recibo es que se le dediquen espacios en los medios de comunicación públicos. El programa que presenta Anne Igartiburu en TVE 1, todos los días de semana de 14.30 a 15.00 horas, ha dedicado horas de emisión a Kiko Rivera y a su pantomima, y también a la esposa del torero Jesulín de Ubrique, María José Campanario, después de ser condenada por estafa y falsedad. Este último caso es todavía más grave, pues se ofrece cobertura informativa pública más que benevolente (entrevistas muy comprensivas con la condenada, pobrecilla ella) a una persona que, según se ha demostrado en los tribunales, defraudó gravemente al sistema de Seguridad Social de este país, sumido en una profunda crisis. El dinero DE TODOS (los presupuestos de TVE) se destina a mejorar la imagen de una mujer que nos ha hurtado A TODOS.

Bien harían los nuevos gestores del ente público (si cambian con el nuevo Gobierno) en prohibir cualquier cobertura de las mal llamadas cuestiones del corazón (corresponden, en todo caso, a vísceras menos nobles), y que en todo caso estos espacios se dedicasen a informarnos de aspectos personales de ciudadanos más honorables y meritorios. Un ejemplo: no es lo mismo hablar del lado humano de Rafa Nadal, Vicente del Bosque o Josep Carreras, personas de probada valía profesional y personal, que de otros individuos cuyo único mérito es haberse casado con (o ser hijo de) tal o cual personaje de la farándula, y que no han tenido más beneficio en su vida que la venta de exclusivas. Léase Kiko Rivera, María José Campanario y Belén Esteban, por citar tres casos palmarios. ¿De verdad ofrecer bazofia es «servicio público»?

Claro que, esto es España, un país en el que «el dinero público no es de nadie». Y así nos va.

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Rajoy y el fin del principio

Tuve la oportunidad de conocer a Mariano Rajoy hace pocos años. En Faro de Vigo me encargaron entrevistarle en más de una ocasión, en una de ellas en la célebre «sala de maitines» de la sede del PP en la calle Génova. No puedo presumir de haberle tratado a fondo, dado que mis encuentros con el ahora presidente han sido puntuales y en el ámbito profesional, pero creo conocerle más allá de la distancia -casi siempre, abismal- que separa al entrevistado del entrevistador. Aquellas entrevistas en profundidad las preparé a conciencia, leyendo multitud de documentos sobre su persona, y hasta una voluminosa biografía. Hice mis deberes. Quería que Rajoy dejase ver a la persona que hay detrás del político a través de algunas preguntas más personales o culturales (lo mío es la cultura más que la política), y creo que lo logré en cierta medida. Sin embargo, lo más revelador para mí de esos encuentros fue lo que pude ver y oír cuando la grabadora estaba apagada.

Mi última entrevista con Rajoy fue poco antes de las elecciones generales de marzo de 2008. La planta donde se encontraba el despacho de Rajoy estaba «tomada» por el equipo de Andreu Buenafuente. Esa misma mañana el popular humorista y presentador tenía una cita con el jefe de la oposición para hacerle una amplia entrevista, que sería emitida en horario de máxima audiencia. Pero la de Faro de Vigo era la primera de la mañana, o a eso se había comprometido el equipo de Mariano Rajoy. Buenafuente tenía que esperar a que terminase de hacer su entrevista un desconocido periodista de un periódico «de provincias». Con bastante puntualidad me recibió el presidente del PP, y en los pasillos de la sede de Génova nos encontramos con Buenafuente. Rajoy le estrechó la mano al de Reus por primera vez (no me consta que se conocieran de antes), con mayor cordialidad (al menos, eso percibí), que la que mostró el «showman» (algo tenso) con el político. Acto seguido, Rajoy me presentó a Buenafuente, que parecía nervioso y ansioso por saltarse el orden establecido en la agenda. Al fin y al cabo, había desplazado un equipo de grabación entero (incluido Jordi Evolé, «el Follonero») de Barcelona a Madrid, y yo no era más que un joven y desconocido periodista de un periódico (el decano de España, eso sí) de ámbito regional. El hecho de que Rajoy me presentase a Buenafuente (a veces, uno se siente invisible en según qué situaciones) y que respetase el tiempo y el orden de la entrevista me pareció muy significativo. Otro político más preocupado por su imagen se hubiera enclaustrado en maquillaje y peluquería, preguntando insistentemente a sus asesores qué corbata da mejor en cámara. El periodista «galleguiño» podía esperar. Pero no. Rajoy es recto, serio y previsible en el mejor sentido de estas palabras. Y se sometió a la media hora de entrevista a solas conmigo, sin su jefa de prensa, la periodista Carmen Martínez Castro, una buena profesional que a veces lleva demasiado lejos su afán por evitar cualquier desliz por la espontaneidad de su jefe (pesaban aún los «hilillos» del Prestige).

Repetía Rajoy en aquellos años que si pudiera tomarse un café con cada uno de los votantes españoles arrasaría en las elecciones. Y tenía razón, aunque no le ha hecho falta demostrarlo. El político gallego gana mucho en las distancias cortas, algo que reconocen incluso políticos y periodistas de signo ideológico opuesto al suyo. Uno, que es un tímido incurable, sabe muy bien que la timidez se suele confundir, en la primera impresión, con adustez de carácter. Rajoy no es el tipo en el que cualquiera pensaría en primer lugar para tomarse unas cañas, pero es dueño de un humor muy fino, al estilo de su admirado paisano Pío Cabanillas Gallas, y es incluso capaz de reírse de sí mismo, en la medida en que esto es posible en un político, cuando no hay cámaras de por medio. Recuerdo que le pregunté si se sentía el Poulidor de la política española. Él, gran aficionado al ciclismo, entendió el símil, como es natural, y me contestó sin vacilar que él iba a ser un Eddy Merckx. Tras ocupar varios ministerios y puestos clave en todas las administraciones, salvo la municipal, parece claro que es el mejor preparado para afrontar el Tourmalet que le espera.

Los que antes (sobre todo desde la derecha) le reprochaban a Rajoy su supuesta falta de carisma y firmeza cambian su opinión al ver al otrora gris registrador de la propiedad como nuevo inquilino de la Moncloa, y clavando sus ojos en el portavoz de Amaiur para espetarle: «Yo a usted no le debo nada». No hay duda de que el hábito hace al monje, y que ganar unas elecciones (más si es por abrumadora mayoría absoluta) aporta un extra de carisma. Recordemos la escasa capacidad de liderazgo que se atribuía a José María Aznar antes de 1996 y lo que significa ahora, tanto para sus acólitos como para sus rivales políticos, la figura del expresidente del Gobierno del PP.

Como otro de sus referentes políticos, Winston Churchill, Rajoy no puede prometer más que «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Es el tortuoso camino que hay que recorrer para rectificar el rumbo del país. Pero su seriedad, su previsibilidad, su sensatez y su bonhomía -no quiso hacer leña del árbol caído al despedir a Zapatero en el Congreso- son cualidades que ahora jugarán a su favor, y no en su contra. Para salir de la crisis, los españoles quieren un mirlo blanco, no un taimado halcón de la política. Necesitan a alguien que les diga la verdad de la situación, por muy dolorosa que sea. Que haya elegido a sus ministros sin atender a cuotas, ni territoriales, ni políticas, ni de sexo, es otra buena señal en la dirección correcta. Ojalá que sus decisiones sigan siendo acertadas para que pronto pueda anunciar no ya el fin de la crisis, ni tan siquiera el principio del fin; pero, al menos, sí el fin del principio.

 

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11-S: la duda ofende

Diez años después del 11-S, poco o nada nuevo se puede añadir a los millones de reflexiones que se han vertido sobre este acontecimiento, los mayores atentados terroristas de la historia, los más investigados, vistos en directo por buena parte de la humanidad, y los mejor documentados. Lo que acabo de afirmar, que es obvio para casi todo el mundo, es todavía negado, pasada una década, por algunas personas que se tienen por inteligentes. Parafraseando a Aznar, quienes ponen en cuestión la responsabilidad del terrorismo islamista en el 11-S no viven en el Pakistán profundo, «no se esconden en desiertos lejanosni en montañas remotas. No diré más». Solo que algunos de estos listos escriben en la prensa, y hasta alguno ha tenido familiares muy cercanos como testigos de la tragedia.

Seguramente yo no estoy tan bien informado como los que sostienen la teoría de la conspiración. Es muy posible que sea un ingenuo al considerar imposible que la CIA o el FBI, o el Departamento de Defensa de EEUU hayan decidido matar a miles de ciudadanos norteamericanos para poner en marcha una escalada bélica en Irak y Afganistán. Seguramente no sé nada de las Torres Gemelas, aunque pude visitarlas, ni del carácter de los norteamericanos, pese a que viví allí cierto tiempo.

No perderé el tiempo en refutar uno a uno los argumentos de los que sostienen que fue EEUU, y no Al Qaeda, quien planeó los ataques. Lo piensan quienes aseguraban que Osama Bin Laden no existía, o que había sido agente de la CIA. Que un avión no impactó contra el Pentágono, que fue un misil. Que es imposible que un piloto sin mucha experiencia pudiese acertar en las Torres Gemelas (cualquiera que haya estado en esos edificios soltará una carcajada al leer esto)… Que los judíos fueron avisados para abandonar las Torres Gemelas antes de los atentados (tenía que aparecer el antisemitismo por algún lado). Y otras argumentaciones que no llegan ni a la categoría de leyendas urbanas. Curiosamente, los que creen a pies juntillas en esta teoría de la conspiración tachan de fascista al que cuestione cualquier aspecto de la versión oficial sobre el 11-M.

Los que siguen manteniendo estas absurdas teorías no solo ofenden a las miles de víctimas y a las personas que, heroicamente, ayudaron en las labores de rescate y recuperación, en muchos casos, entregando sus propias vidas de una forma admirable. También persisten en el error de minusvalorar la peligrosidad del terrorismo islamista, una amenaza comparable a la que supuso el nazismo en los años 3o del siglo pasado.

La Real Academia define «necio» como «ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber», «imprudente o falto de razón», «terco y porfiado en lo que hace o dice». No se me ocurre un calificativo más preciso para ellos.

P.D.: Viendo uno de los numerosos documentales que se emiten estos días sobre el 11-S, me entero del testimonio de un corredor de bolsa musulmán, que en su huida del derrumbe de una de las torres cayó y fue levantado del suelo por un ultraortodoxo judío, tocado con una kipá y con los característicos tirabuzones. «Vamos, hermano, salgamos de aquí», le dijo. Una anécdota que define el espíritu de Nueva York en aquellos trágicos días.

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Acampada en Sol – pásalo

Esto, como casi siempre, es una reflexión a botepronto y a bocajarro, y sé lo políticamente incorrecta que resulta.

¿Será casualidad que la movilización en Sol se celebre una semana antes de las elecciones y que Rubalcaba se haya apresurado a apoyarla? No hay duda de que las intenciones de gran parte o la mayoría de los movilizados son muy loables: contra la rigidez del bipartidismo y de las listas cerradas, contra los privilegios de los políticos, contra las maldades del sistema… Pero, ¿se apropiarán los antisistema de esta iniciativa? De momento reporteros de varios medios de comunicación, públicos y privados, han sido zarandeados, golpeados y escupidos. Bien harán los cabecillas (si se les puede llamar así) del «mayo del 11» (como les ha bautizado atinadamente mi amigo Leandro Pérez Miguel) en mantener a raya a los violentos y mantener el carácter pacífico de las protestas.

Lo que no está muy claro es si esta iniciativa va a ser fagocitada por elementos partidistas, interesados, sectarios y politizados, como ocurrió con las movilizaciones del «No a la guerra», y en parte con las de «Nunca máis». Tal vez Rubalcaba ha visto en esto una oportunidad de «crear tensión» antes de las elecciones, como le dijo Zapatero a Gabilondo hace unos años. A la frase de «no les votes» le quiere poner el PSOE un complemento directo, PP, pasando por alto que la movilización se dirige al gobierno igual o con más fuerza que a la oposición.

Creo que hay pocas movilizaciones espontáneas. Solo cuando un acontecimiento muy concreto golpea a la opinión pública y es difundido masivamente (asesinato de Miguel Ángel Blanco, 11-M, guerra de Irak…), la gente sale a la calle. Esta vez el «casus belli», la gota que colma el vaso de esta movilización, es más difuso. ¿Cinco millones de parados? Hace tiempo que el paro es socialmente insoportable. ¿Por qué ahora?

Habrá que ver cómo termina todo esto, pero no deja de tener un aspecto inquietante en cierto modo. Leo en Twitter que algunos usuarios denuncian el funcionamiento de «inhibidores» de internet en Sol. ¿No será que la red se colapsa y que por eso no pueden «tuitear»? También dicen que apagaron las cámaras web cuando la policía intentó disolver la concentración. ¿Comienzan ya a surgir teorías conspiranoicas contra quienes ostentan el poder en Madrid, que ya sabemos de qué partido son?

Solo cabe esperar que algunos de los que acampan esta noche en la Puerta del Sol no acaben el sábado, jornada de reflexión, ante las sedes de un partido en concreto. «Pásalo».

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Vigilantes del culturetismo gafapasta

Recomendado por mi amigo (y gran «bloguero») Octavio Beares (búsquese «estodigo» o «el octavio pasajero» en Google), encuentro en la blogosfera una página tan desternillante como reveladora del nivel de pedantería que alcanza cierta crítica (especialmente de música y cine) en la prensa de este país:

http://culturetawatch.blogspot.com

En este magnífico blog podemos comprobar que una película puede ser un «patchwork de highlights gilliamescos», o que la literatura es «una composición multicapa de memes que los llamados escritores agitan y agitan en sus devaneos posturales incansablemente estéticos».

Ahí va eso… No sabemos de qué pasta estarán hechos estos críticos, pero sí que sus gafas son, probablemente, de pasta bien gruesa.

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Malos tiempos para la música

Una mala noticia mal titulada:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Universal/Music/Espana/despidira/plantilla/elpepuculmus/20110114elpepucul_4/Tes

A la hora de escribir este «post», bien entrada la madrugada, el titular decía lo siguiente (textual):

Universal Music España despidirá al 40% de su plantilla

Que yo sepa, el verbo «despidir» no existe. Para que luego digan que las erratas son exclusivas de la prensa regional…

Al margen del grave error en el titular (los riesgos del ciberperiodismo), la noticia es de las que hielan la sangre. La multinacional discográfica más poderosa del mundo, y seguramente la que acapara mayor cuota de talento musical, se tambalea en España.

Como periodista que ha trabajado con todas las discográficas importantes de este país, puedo decir que Universal es la que me ha tratado con la mayor profesionalidad y seriedad, gracias, sobre todo, a que tiene una persona dedicada al área del noroeste de España. Se llama Pilar Herrería, vive y trabaja en Bilbao, y espero y deseo que no pierda su empleo (y que no le importe esta mención de apoyo).

Hay que tomarse la piratería en serio. Es cierto que destruye muchos puestos de trabajo, no es solamente una «boutade» de Ramoncín y de la SGAE. Gente de carne y hueso que se va a la calle por culpa de las descargas ilegales. Personas con las que yo he tenido trato, para gestionar entrevistas, reportajes y críticas de discos, y que han perdido su puesto de trabajo. Internet es un fenómeno imparable, pero una creación artística no se puede hurtar. La cultura del «gratis total» es el peor virus para la «Cultura», con mayúsculas. Vivimos en un país de picaresca en el que nadie va a pagar por algo que puede salirle gratis. Y es un error. Esto no acabará con grupos consolidados, como U2, Coldplay, Arcade Fire y Black Eyed Peas, por citar cuatro nombres de Universal, pero cerrará la puerta a nuevas bandas nuevas y prometedoras. La industria, amenazada, apostará por el negocio seguro, no por el talento innovador.

Las discográficas también tienen su parte de culpa. Resulta inconcebible que un CD de los años 60 de los Rolling Stones o de los Beatles cueste más de 20 euros, cuando hace décadas que ha sido grabado y amortizado. Y a los periodistas se nos ha tratado como presuntos delincuentes: muchas veces se nos ha impedido una preescucha del disco, necesaria para una crítica o una entrevista, con el pretexto de que podríamos difundirlo en internet  antes de su salida al mercado. Un argumento delirante, cuando además existen métodos electrónicos (marcas de agua digitales) que permiten detectar al que hace trampas.

Me confieso amante del disco como objeto físico, con su portada, su trabajo gráfico, su diseño y sus fotografías. ¿Quién no conoce el famoso plátano de la portada de «The Velvet Underground & Nico», el paso de cebra de «Abbey Road» o el trasero de «Born in the USA»? El CD puede estar en vías de desaparición y se imponen las descargas digitales: iTunes es un gran invento, sí, pero el problema no reside en el cambio de formato, de físico a virtual, sino en la gratuidad. Igual que pagamos por ver el fútbol en televisión, lo que permite que se puedan fichar a «cracks» como Cristiano Ronaldo, Kaká y Villa, tenemos que entender que un álbum es resultado de un proceso largo y costoso, y que el talento musical también debe ser bien remunerado. Igual no tanto como para que Shakira y Alejandro Sanz se compren mansiones en Miami, pero tampoco debe salir gratis.

Sigo sin entender el doble rasero que tenemos para los precios en lo que a ocio se refiere: no nos parece demasiado cara una copa de whisky a seis euros, pero sí una entrada de cine por siete. Y el grado de satisfacción y placer que nos produce una película (90 minutos) seguramente es mucho mayor que el que nos proporciona saborear un combinado en un bar.

Y puede ser también que el mercado esté inflado: demasiados grupos y solistas que no aportan nada, demasiado «indie» y música comercial sin relevancia. Lanzamientos de usar y tirar que pasan sin pena ni gloria. Por no hablar de las películas de cine español que pasan de puntillas por la cartelera o no se estrenan. Ya se sabe que el realizador novel que dirige su primera película recibe una buena cantidad en subvenciones. Se subvencionan muchas mediocridades.

Tanto las discográficas como los usuarios deberían aumentar su grado de responsabilidad. Que no suene esa frase de «American pie» en la que Don McLean cantaba sobre el día en el que murió la música.

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Billones de «Deeps»

Lo más habitual es ver traducido, sobre todo en televisión, el billón americano simplemente como «billón», y no por mil millones. No haría falta aclarar que esto es un tremendo error. Así, si en un documental estadounidense se afirma que en el mundo viven «almost seven billion people», aquí lo suelen traducir por «casi siete billones de personas», y se quedan tan anchos. Como es obvio, el billón americano equivale a mil millones, y no a un millón de millones, que es el billón en castellano. Hace bien poco se dijo en un telediario que las películas de Leonardo DiCaprio habían recaudado un billón de dólares el pasado año… ¡¡Casi tanto como el Producto Interior Bruto de España ese mismo año!! Pues nada, la presentadora lo leyó con una sonrisa en los labios y no reparó en el error. Es el problema de elegir bustos parlantes bien parecidos (ellos y ellas) y no periodistas con una buena formación humanística. Me acuerdo del título del libro póstumo de Carl Sagan, «Miles de millones», cuyo título original es «Miles de millones». Traducción, por una vez, correcta.

Otro error más que habitual son las erratas y las faltas de ortografía en los rótulos de los telediarios. ¿Los que los escriben son analfabetos? Una vez más, el saber técnico se pone en evidencia por la ignorancia gramatical.

Y más venial, pero enormemente extendido, es el error de escribir mal el nombre del actor Johnny Depp, llamándole Johnny «Deep» (profundo, en español). Profundas son las carencias de algunos…

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R.I.P. CNN+

No diré, como Jiménez Losantos, que he disfrutado con la defunción de CNN+ Al contrario, me entristeció mucho presenciar en directo su desaparición, el pasado 28 de diciembre (fecha significativa del calendario cristiano…). Veía habitualmente esta cadena, como «yonki» de las noticias que me considero, siempre ávido por conocer la última hora. Además, trabajaban en la cadena profesionales del periodismo que he conocido personalmente, como José Mari Calleja, un buen tipo, pese a que su viraje ideológico durante la última negociación del Gobierno con ETA dejase a muchos (a mí entre ellos) bastante estupefactos. También le tengo aprecio a Gabilondo, pese a que ideológicamente nos encontramos en puntos bastante distantes. Pero mi pena no es por ellos, profesionales bien pagados y seguramente amortizados, sino por los cientos de periodistas jóvenes y no tan jóvenes que se irán al paro o a la incertidumbre de un futuro bajo el paraguas de Telecinco-Atlas. Y también porque hemos cambiado un canal de noticias y debate por un engendro infumable como Gran Hermano… las 24 horas del día. Lo presenta, recordad, Mercedes Milá, esa misma que hace años presentaba programas de «periodismo DE VERDAD» (se ve que el resto de periodistas eran unos aficionados), y que se metió en lo de Gran Hermano por aquello del «experimento sociológico». Se ve que el experimento tienen que repetirlo una y otra vez para estar seguros, porque ya van por la duodécima edición.

En fin, casos como estos nos llevan a pensar que «tenemos el país que nos merecemos».

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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