el opresor oprimido

Tranquilitamente

Está bien visto indignarse y protestar. ‘Los indignados’ tuvieron mucha afluencia en la Puerta del Sol y allí estalló, como hacía tiempo que no sucedía, la cultura de la indignación. Esta bien visto protestar, salir a la calle, interrumpir el tráfico, gritar esloganes hirientes, cuando hay algo que te indigna. Por lo menos, que se sepa, que no quede la indignación solo dentro de ti, que los demás la compartan sí o sí; porque se supone que si no están indignados por lo tuyo, estarán por lo menos indignados por lo suyo, tanto como para compartir la protesta, hoy por ti, mañana por mi.
Este modo de ver las cosas, en realidad, es la paradoja del opresor oprimido. Como me oprimen los de arriba o los de abajo, yo oprimo a los de abajo o a los de arriba. Así transfiero a los demás el sometimiento y/o la humillación que me llega de otros. Como el de arriba me oprime, yo me libero oprimiendo al que pille más indefenso que yo, para liberar esa tensión y que no sea insoportable. Sarna con gusto no pica, o, por lo menos, pica menos, al repartirla entre los demás.
Como hay tantas cosas de las que indignarse, desde los sueldos bajos que me tocan, frente a los sueldos más altos o incluso demasiado altos de unos y otros, o la falta de trabajo, o los excesivos cortes de circulación que permite la autoridad por esto o por aquello, o lo excesivamente ruidosa que se ha vuelto mi calle cuando se llena de coches o de manifestantes, que me interrumpen la siesta; por todo ello, vivimos indignados y gritando, pero así no se resuelve casi nada. Es divertido gritar, pero nada más.

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