El milagro de Aylan Kurdi

El drama de los refugiados que salen de sus hogares porque son expulsados por las bombas de los que lucen como medallas de honor su amor por las armas y el dinero que generan, ha traspasado la piel y la sensibilidad de los que desde gobiernos y oposiciones dicen sufrir con el dolor ajeno y lo hacen propio aunque el drama esté a miles de kilómetros del sofá desde el que nos conmovemos al ver la foto de un niño de tres años arrojado a una playa turca por un mar asqueado de tragarse cadáveres de todas las edades y nacionalidades. Aylan Kurdi, el niño sirio que, junto a su familia inició un camino sin retorno, despertó las conciencias de los que hoy se arremangan para salvar del naufragio a todos los necesarios para no ponerse colorados por la desvergüenza de la pasividad ante lo que está sucediendo. La guerra en Siria, gobernada por un déspota dictador, ha acabado ya con decenas de miles de seres humanos, entre ellos, muchos como el fotografiado en la playa y que ha asaltado nuestro lacrimal para derramar líquido lleno de rabia e impotencia, y ha obligado a cientos de miles a moverse por el país perseguidos por las bombas. El niño muerto ha hecho un milagro impensable hace meses. Reaccionaron primero algunos ayuntamientos y después gobernantes poco prestos a prestar atención a lo que Aylan nos ha descubierto de pronto. Todo lo que se haga será poco, pero nunca debemos olvidar que los que callaban por olvido o despreocupación hace solo unos meses, ahora han resucitado por el milagro del niño sirio que tenía la misma edad que mi querida Suriñe, hija de mi hija Azeguiñe.

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