Un 11-M tranquilo

El 11 de marzo de hace diez años todos nos levantamos con el ruido de unas bombas, colocadas por unos criminales, que dejaron helados nuestros corazones y sin vida a casi 200 ciudadanos que viajaban en los trenes de cercanías. La confusión llegó con la gestión de lo sucedido por parte del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, que no dijo la verdad ni a su propia conciencia y apostó por el terrorismo de ETA como el que juega a un caballo en una carrera del hipódromo, porque creía que eso le podía beneficiar en los comicios previstos para días después. Fueron días duros para todos. Mientras los muertos estaban todavía vivos para sus seres queridos, que no daban crédito a lo que había pasado, los dos grandes partidos crearon una gran brecha social por la apuesta del Gobierno que señalaba a ETA como mano criminal. Dar crédito a la autoría islamista, llevaba a relacionar el atentado con la participación de España en la guerra de Irak, y eso la ciudadanía lo podía castigar. Pasados los años, la Justicia condenó a los islamistas y en aquellas elecciones, el PP creyó que los electores relacionarían lo sucedido con los que siguieron la tesis de que se ocupaba un país porque tenía armas de destrucción masiva, que no aparecieron nunca. Eso favorecía al PSOE, y lo sabía. Las asociaciones de víctimas se dividieron siguiendo las dos tesis políticas y periodísticas sobre el fatal atentado, y lo han estado durante años. En 2014, algo ha cambiado. Ahora, las diferencias se han limado y ya sólo hay puyazos suaves contra los que siguen creyendo que todavía no se sabe todo y que hay que seguir investigando para ver si encuentran alguna txapela tapando sus miedos a que la verdad no sea la que ellos dibujaron. Vuelve la normalidad.

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