(A Natalia, más conocida en los bajos fondos como Jean Tarrou)

Avanzas
como queriendo volver
por la sombra de un fantasma,
herida en cada paso
pero en la espalda el viento empuja,
tu cuerpo despega blanco
calle arriba, desnudo corazón
vulnerable bajo el sombrero.

Escucha la banda sonora, mira
cómo surgen las palabras
que olvidaste
por bajar el tono de voz,
la música, el perfume, los quien eres
con los ojos tan abiertos.

Que nada importa
porque importa el tiempo
y está de tu parte.
Que con la vida a flor de garganta
las lágrimas
no lleguen a caer en las copas
y mientras el humo nos deja
su tatuaje de carbón y ensueño
habrá más noches
de las que podemos cruzar despiertos
envueltas en papel de regalo
por un cuerdo que se cree loco y nos enseña,
mientras baila,
por donde hay que romper las fotos.

Porque nos duele y reímos
cuando quien se traga el opio
es la taza del water.

Que nada importa
porque importas tú.

 

 

Era nuestro aquel horizonte que no terminaba en la marca del temor.

Ojos de papel seda, cometas en llamas contra la rosa de los vientos.

Casa oscura, regazo abandonado, autobús por el plomo de la carretera, llenamos como agua de lluvia las grietas que habían dejado los cobardes.

Por el barrio-pescado muerto que no limpia el barrendero,
atravesamos confiados la andrajosa luz de las farolas
y cada esquina gritaba:

NO RENUNCIES A FRACASAR

Expuestos al ácido de los días, agua sucia, navegable pantano de noche-sudor, música enjaulada, cada cual reía y lloraba para si.

Era fácil orientarse porque, de vez en cuando, el crepúsculo incendiaba el extremo de alguna calle, y sabíamos en qué dirección bogaba el fuego, el ansia, los poemas.

Hasta llegar a las plazas que derraman el amor y el odio a pecho abierto y nada de preguntas, no, nada de preguntas;
hemos tenido días mejores.

Y allí bebimos adormecidos por la furia de los altavoces mientras brotaban los cuadernos-piel-papel-tatuaje en carne viva,
en carne propia.

Al amanecer, aún a la luz de las hogueras, bajamos por la calle inconsolable, sangre de animal herido, amenazados por el día,
en busca de las madrigueras.

Era nuestro aquel horizonte y sus astros de inocentes idas y venidas, cuando creímos tener bien trazados los mapas de la alegría.

Llegamos con el calor, valientes y frágiles, a llenar el vértigo de los edificios con el desmayo y la risa de niños demasiado confiados.

Nos detuvimos a escuchar cuando callaron los trenes bajo la férrea sombra de las ciudades.

Y tras el fragor de la primavera cantaban las sirenas

y ladraban los perros.

 

Si erais vosotros, los chicos que brillaban vestidos de celofán.

Si erais vosotros capitanes de otros cielos y flotaban medusas en vuestro pensamiento.

Escolares recién peinados, luz vespertina en la calle sorprendida, niños
que nadie entendió.

Si erais vosotros circo dibujado en las paredes del colegio, lengua de neón, gesto luminoso, carrera, vértigo y rockn´n roll.

Si erais vosotros desayuno y preguntas a la espera del sábado-flipper 2000.

Hoy se abre el vientre de los radiotelescopios para que vengan
las palomas de Marte a comer en la cornisa de vuestros hombros.
Os encontrará la noche, celeste conjura en voz baja,
conspirando poesía con las computadoras.

Si erais vosotros lagartija perseguida y eléctrico ciempiés.
Andamio en la bruma hacia el ocaso.
Asombro lunar y noche preñada por el bosque
mientras venían los dinosaurios nuevos a desovar
el misterio en vuestros poemas, entonces
acechan infecciones en el aire que exhala vuestro pecho
traficantes de palabras, atentado contra la salud pública,
quedáis terminantemente prohibidos.

Si erais vosotros lugares que no se mostraban, pasos fuera del calendario, risas al otro lado del espejo, sombras en caída libre
soltando lastre, ropa vieja y diccionarios a plomo.

Si erais vosotros ciudad construida, collage de polaroids,
papel negro, luz en la punta del lápiz, carreteras vivas.
Trenes que parten, trenes que llegan, intemporal estación de autobuses en la frontera de los agujeros negros, erais vosotros
a la conquista del espacio–corazón, cueva oscura
a tientas por vuestro pantano.

Si erais ventana sucia, duda sin pájaro, fondo sin vuelo, aviones
de papel huyendo a través los años y la bruma,
os hallaremos enterrados bajo el silencio de los escenarios,
sin cuerda de marioneta ni cielo que os levante,
con la misma piel para el beso y el golpe.

Hoy el tonto de la clase ocupa la tribuna y os mira
desde la pantalla de la televisión. La policía
hace guardia en la puerta del colegio,
que no rebose la sangre, que no hierva.

Sois…el enemigo que agita cuadernos escolares.

 

(a Álvaro Guijarro)

 

Ardiente ángel radiactivo en el núcleo del átomo y la estrella

tu palabra escrita:  bala de platino, beso a través de la frente

fluye virus, duda y verso en los circuitos de la sangre.

 

Bólido rebelde lanzado por el nervio de los ordenadores

velocidad de escape en viento desolación de aeropuertos

a lo largo de la piel-mugre de las ciudades de occidente.

 

Carrera de risas, cerveza y papeles perdidos entre coches aparcados

tendida en la calle bajo el trapecio vacilante de tus pasos

te trae a pie desnudo los filos del mundo a la mente, tu palabra escrita…

 

Tierno pájaro aterido que sueña en los cables del invierno

te vigilan extraños poderes que esconden el rostro.

 

Paranoica forma y conjetura, pensamiento liado con papel de arroz

merodea, espectro de niño, por la puerta de los bares.

 

Carne aturdida entre periódicos-hojarasca siempre noticias de ayer,

sucio vuelo de aves deshojadas que ocultan el paisaje.

 

Luz  astillada, blanco mar que rompe en las cavernas de la noche,

tu sombra guarda oscuros poemas abisales.

Mercurio-cromo, metal  batiente en el ánima de las espadas puras

reflejo de cualquier jueves extraterrestre a mil años vista

radiante sospecha de cometas, lunas, mundos, Atlántidas…

 

Veloz metáforanimal que se busca la nuca en los espejos infinitos

y el cuello inocente en su propio mordisco.

 

Holograma de luciérnagas en el ámbar de los cerebros,

tu palabra escrita…

alienta el micrófono dormido en el atril de un pequeño escenario,

y en el aire azul broma lunar, versoadicto revelado, caemos

despiertos en la cumbre de tu vuelo.

 

Eco tímido, altavoz-murciélago que huye hacia los camposaltos del alba.

Altísimo erizo despeinado en el viento de puentes y azoteas, tu palabra,

grita clavada en las puertas del cielo.

 

 

Ahogado contraluz.
Pájaro asustado entre callejones..
Sombra que araña el pavimento, texturas de hambre y esperanza.
Sonrisa engañada, corazón bajo la lluvia, los Chicos
nos buscan lavado el rostro,
abierta la mirada espejo,
luces que habitan el futuro.

El tiempo de hoy cubre de burlas
lo que no quiere de nosotros, lo que no sabe.
Nos mide por el rasero del esclavo
que pagó con oro el hierro de sus cadenas.

Los chicos aúllan desde lo alto del muro.
Piden alas, caballos, motores…
Lobos que guardan el bosque imposible,
aeropuerto a los planetas, abierto el pecho,
fletado a las estrellas el corazón ¡Despertad!
Despertad con ellos
en vuelo rasante por el coma de las ciudades dormitorio
rompiendo la barrera del sueño ventanas arriba ¡despertad!
a través del miedo y la bruma por el filo de los pararrayos
por encima de los paraguas y los tejados-caparazón
cárcel, corazón cobarde, humo
de naves que no ardieron ¡despertad!
que está cerca el sueño definitivo
y os encontrará dormidos
desde el día en que el temor
os pudrió las alas.

Que han venido a lomos de la tormenta
porque os oyeron gritar
por los que no podían,
colgar la mirada en el átomo y las auroras,
el sol en la punta de los dedos,
el rastro del héroe que huyó hasta encontraros,
probar la vida y borrar
el camino de vuelta.

D e s p e r t a d.

 

A ver qué lleva el viento-gato receloso
ratones o música en la boca, a ver
cómo pasa el verano a cuchillo de sol
y noche animal que no duerme.

A ver qué se nos ocurre
meternos entre carne y piel para cruzar al vuelo este páramo
donde se asienta el circo-perro que ladra-fiera enjaulada,
payaso que fuma,
payaso que ríe,
payaso que calla.

A ver qué podemos pillar, rota la hucha
con las monedas del billete para el viaje
en los barcos que navegaban sábanas de cuna
ojos llenos de acuosos aeroplanos
promesa de islas
alborotado sueño de palmeras y tigres
en paz con la tierra, en paz con la carne,
lienzo para el estallido de la luz.

A ver qué sueños guarda esta pastilla.
Qué unicornios traerá desde el asombro del niño
a comer en nuestra mano el azúcar
de los relojes de arena.

A ver quién nos duerme dentro
y qué canta o grita.
Qué amenazas, qué vuelcos del corazón
trae bajo las alas como bombas de mano
contra el olvido.

A ver qué lleva el viento-gato receloso
ratones, música o sangre en la boca.

 

Aquí estamos:
penumbra de futuros
cubierta de lluvia la ceguera.
Animales de polígono, el crepúsculo de cara,
haciendo guardia al pie de los semáforos.
Tirando hacia abajo del pantalón,
para enseñar la cantidad justa de calzoncillo.

Aquí estamos,
ante el arco de los satélites
en este club-sol negro de latas vacías.
Sordos en el viento de los trenes de alta velocidad.
Tratando de buscarle una letra a la canción.
Anotando palabras de emergencia
en el aire que pasa, látigo y burla,
capturado en servilletas de papel.
Desde este olimpo de escombros
que es nuestro,
que nos vive y nos muere,
al que no renunciamos y nos llama,
nos grita desde el centro del corazón
que ordena el ritmo de los videojuegos.

Aquí estamos
atentos a la nada,
cubierta la blancura con el invierno,
diluido el aire de los huesos.
Agria mueca escupida en caras de muñeca,
inventando la sombra en el gesto arrojado contra el cielo.
Mirando al frío
cañón de pistola y calavera de automóvil,
carcasa-refugio, hogar entre la basura
que sonríe, caballo muerto contra el muro,
desecho en pastillas y alcohol
bajo el golpe de la tormenta.

Aquí estamos,
descalzos entre botellas rotas,
apostando la vida en canchas y carreteras.
Cerrado el grupo frente al día.
Prevenidos contra los depredadores
cuyos ojos aún no hemos visto,
aunque nos muerden a diario
en la carne que nos amamanta;
desde el centro de los abecedarios,
desde lo más alto de las avenidas
que nos muestran la pendiente hacia la miseria.
Desde los límites de nuestra imaginación.

Aquí estamos:
corderos con piel de lobo
ensayando el desafío en la postura,
ignorantes de la cifra que nos mide,
que le marca el precio a nuestra piel:
tatuaje de luz en el confín de la noche.
Paridos en canal de matadero,
vendidos mucho antes de nacer.

 

Queremos desear

algo nuestro, sólo

nuestro.

Lo buscamos en esquinas azotadas por el viento,

abandono de ruinas y garajes,

penumbra de estaciones,

aeropuertos de luz sobrenatural,

ciudades que gravitan fuera del tiempo,

en calles fundidas humo adentro.

Lo que cambia tan veloz

que no da tiempo al nombre.

Lo que roza la inocencia.

Lo que no tiene lugar.

 

Rápido

 

t   e  c

l   a  d

e  d  o

#  s  *

 

y el cajero escupe los billetes

con la rabia de una puta

que saca la lengua.

Dinero para quemar

en algo que nos guste de veras,

que nos arranque el golpe y el mordisco,

que nos desarme.

 

Sueños infantiles a la venta

en los bazares chinos.

Por fin podemos encontrar

lo que hemos estado buscando

durante toda nuestra vida:

un tesoro en lentas cataratas.

lamiendo de oricalco las paredes,

objetos que huyeron por el rabillo del ojo

cuando éramos niños,

el trineo perdido en la nieve

dentro de una bola de cristal.

 

Caballos blancos en la pista del circo,

piel de cromo y diamantes.

Venas de nervio eléctrico

ácida crin-viento imposible,

belfos de aliento submarino,

hélices en la orbita del asombro,

a nueve voltios el corazón.

Aúlla el plástico de los colores

en ojos de tierno celofán.

Por el cristal de la tienda de juguetes,

emergen Atlántidas.

 

No han sido niños

los que puedan recordar

sin temblor de piernas

el día más aburrido

de sus cinco, de sus ocho, de sus diez

años, el sol de ese día

y el reflejo despeinado

contra el escaparate

al otro lado de los trenes, las muñecas, los castillos,

los mundos.

 

Quién habrá, tan poderoso

que doblegue el tiempo y las matemáticas,

el átomo y la tormentas,

el núcleo de un sol.

Quién podrá torcer el brazo viejo y terco

de algún dios, para ofrecernos

diez segundos del niño

que se reía en la máscara del futuro:

 

diez          segundos          enteros.

 

 

Hay hombres con la sonrisa pintada alrededor de los dientes, que esperan emboscados en los pasos de montaña, por donde el aire limpio despeña sus fríos.

Vigilan los aeropuertos y alertan los muelles, pensando que bajarán de los barcos, despistado el pelo en la brisa,
los Chicos del Vertedero.

Les acechan los muertos de corbata con el oro de la deuda entre los dientes y la letra pequeña escondida tras el gesto de una sanción.

Y planean apagarles el incendio del pelo, partirles el hueso del lápiz y evitar a toda costa que les amanezcan lunas en lo más alto de los ojos.

Pero ellos ríen cayendo por las jorobas del camello, que rumia los calendarios de oriente a occidente en la deriva del sol, o se ocultan del miedo y los telescopios bajo la sombra-ceniza de los barrancos, en la cara oculta de la luna.

Atraviesan sueño-amanecer bajo la lluvia en la curvaluz de las carreteras y se dejan llevar, en el extravío de su mirada, por el viento que empuja los navíos del espacio; con el aliento ahogado en bolsas de plástico-ámbar que transforma los sueños en planetas, el frío en calor y el vacío en una canción.

Porque conocen el precio del pan y los juguetes al otro lado de la valla. Por donde chillan los trenes, ladran los perros, y llueve, todo el año, sobre la tos de los viejos.

Y son la carne para el mordisco
La sonrisa para la bofetada
El hambre para el hambre
Los ojos de la noche

Ya vienen…

Y les amenazan a pleno cadáver los enfermos del incienso descompuesto, con todo el barro que han podido heredar, ropa vieja y escamas a contrapelo.

Y les vigilan obedientes y nutridas bestias de uniforme orgulloso y oscuras gafas de sol, que forman frente al paisaje como ladrillos en una pared.

Pero ellos vuelan, pájaros cuánticos en el espectro de lo imposible, del todo inofensivos a ojos de los curanderos de la culpa y los tontos del orden cerrado.

No entran por la calle del desfile y la procesión. Filtran su veneno infantil a través de la piel de los que sufren de lejos los tambores, mientras intentan capturar un recuerdo de su infancia.

Se acercan ocultos en la turbulencia de los poemas, que portan luces de otro mundo, para incendiar las entrañas del centro y el arrabal.

Ya vienen…

Y ninguna máquina voladora, erosión de cielos, piedra o plomo en el aire, conseguirá interceptar su pájaro blanco lanzado contra el muro a través de la perspectiva de las ciudades, por encima del humo y el laberinto.

Porque corren caballos por vuestras venas,
y os nadan peces bajo la piel,
ya vienen…

Los Chicos del Vertedero

 

Se sientan a fumar bajo los puentes. Flotan, fuego que huye, sus caras con la brasa de los cigarros y exhiben papeles firmados por psiquiatras donde se asegura que están locos, pero en el reverso escriben poemas improvisados entre la basura de las ciudades, que les acunan como a perros callejeros.

Y llegan hasta nosotros desde gasolineras azotadas por el viento, con el pelo sucio, que no para de crecer como las malas hierbas, armados con libros manoseados, tabaco de liar y latas de cerveza.

Les estalla la juventud en el rojo de los pómulos, y en la boca una sonrisa blanca de mil dientes alineados, cierra el paso a los cínicos de la impotencia y el tiempo perdido.

Y les gotea la sangre y el sueño caminando a lo largo de las calles durante toda la noche por un filo de tinieblas. Mean, risa tonta entre coches aparcados, y rebotan carcajadas por las paredes como pájaros de la noche, rotas las alas contra el cemento hasta que remontan los abismos del coma.

Y se pierden por todo lo alto de las aguas negras que curvan la luz de las estrellas, que mecen con la misma ternura los planetas y el corazón de niños despiertos por una visión.

Entonces un psiquiatra desconocido asegura que están locos y que más vale que bajen de allí o tendrán que subir a buscarlos.

Pero ellos miran hacia otra parte y ruedan por bares de caña y bocadillo, como servilletas de papel entre patadas.

Beben sentados en el punto ciego de la mirada electrificada y vigilante de la bestia, mientras duermen las cifras, los códigos y las contraseñas.

Escapan de los coches de policía riendo bajo el agua de las piscinas, y con peces de colores entre los dientes, huyen arrojando piedras contra la mirada nocturna de los grandes almacenes.

Y le gritan a los camiones de la basura mientras buscan su hueco en la noche, el agujero donde esconder un hambre de cuadernos que no saben calmar, que no quieren calmar, y que les duele.

Y se arrancan vísceras de papel, dejando un rastro húmedo que brilla con el crepúsculo de un sol derrumbado hacia otro día, tan ajeno como el anterior y tan oscuro.

Perdidos-golpe de luna llena en laberinto de hospitales, ahogo de urgencias, fiebre de aparcamientos para minusválidos, y cafeterías flotando anémicas en la tarde.

Y son así de niños acurrucados en esquinas-frío, en remolinos de viento y hojarasca, sueño acunado por el olor-piel-cuello-madre.

Cuando  ladra su animal guía entre paredes y automóviles, ventanas y cornisas, tejados y cielos que tiritan la nieve de los aviones.

Arrojando poemas incendiarios al río para quemar el agua que se les echa encima.

Cuando trepan heridos por el tallo de la rosa para evitar la inundación.

Y son así de niños vendiendo licencias de payaso mientras caen por el cuello de la vaca, estampado-jirafa en la mirada, y risa dibujada entre manchas de ceniza.

Huyendo de lo desconocido por colinas, descampados, aparcamientos y desviaciones; en el viento que riza el envoltorio de los dulces bajo el tendido eléctrico y las torres de alta tensión.

Enferma la sombra de su cuerpo delgado al tocar la piedra y el cristal de los edificios inteligentes, son así de niños cuando pasan de largo por los pesebres del miedo y los abrevaderos de la plegaria,

y hambrientos, alzan la cabeza para buscar el aire que les levanta escalofríos,más allá de vuelo de los aviones y la soberbia de los ángeles.

Entonces, un psiquiatra desconocido nos grita que están locos, que no saben lo que hacen, que son peligrosos.

Y en ese momento… despegamos.