Era nuestro aquel horizonte que no terminaba en la marca del temor.

Ojos de papel seda, cometas en llamas contra la rosa de los vientos.

Casa oscura, regazo abandonado, autobús por el plomo de la carretera, llenamos como agua de lluvia las grietas que habían dejado los cobardes.

Por el barrio-pescado muerto que no limpia el barrendero,
atravesamos confiados la andrajosa luz de las farolas
y cada esquina gritaba:

NO RENUNCIES A FRACASAR

Expuestos al ácido de los días, agua sucia, navegable pantano de noche-sudor, música enjaulada, cada cual reía y lloraba para si.

Era fácil orientarse porque, de vez en cuando, el crepúsculo incendiaba el extremo de alguna calle, y sabíamos en qué dirección bogaba el fuego, el ansia, los poemas.

Hasta llegar a las plazas que derraman el amor y el odio a pecho abierto y nada de preguntas, no, nada de preguntas;
hemos tenido días mejores.

Y allí bebimos adormecidos por la furia de los altavoces mientras brotaban los cuadernos-piel-papel-tatuaje en carne viva,
en carne propia.

Al amanecer, aún a la luz de las hogueras, bajamos por la calle inconsolable, sangre de animal herido, amenazados por el día,
en busca de las madrigueras.

Era nuestro aquel horizonte y sus astros de inocentes idas y venidas, cuando creímos tener bien trazados los mapas de la alegría.

Llegamos con el calor, valientes y frágiles, a llenar el vértigo de los edificios con el desmayo y la risa de niños demasiado confiados.

Nos detuvimos a escuchar cuando callaron los trenes bajo la férrea sombra de las ciudades.

Y tras el fragor de la primavera cantaban las sirenas

y ladraban los perros.

 

One Response to Era nuestro aquel horizonte

  1. Lidia dice:

    Jo…Toño…es precioso.

    🙂