Los chicos del vertedero descienden hacia las vías más alejadas de la estación. Caminan entre montones de escombros que se derraman sobre agua estancada, botes con restos de pintura, recortes de moqueta, periódicos y revistas porno.

Los chicos descubren pequeñas piezas de electrónica bajo kilómetros de papel continuo y otros desechos de oficina. Buscan el fantasma en la máquina, restos de vida inteligente creada para servir los sistemas de telefonía. Corazones quemados, presos de una maraña de hilo de cobre. El eco de los latidos de un electroimán que impulsaba el aliento de las palabras a través del metal de los cables y el plomo de las tormentas.

Después de la lluvia, a través del aire tranquilo de la tarde, los  chicos del vertedero fuman escondidos bajo los trenes de mercancías que gotean esperando destino en la vía muerta. Mientras la ciudad alborota su tráfico y sus luces, ellos observan el horizonte desecho en relámpagos e imaginan paisajes de otros mundos. Hablan poco, porque  suelen ver las mismas figuras bailando en el oráculo del humo de los cigarros. Permanecen quietos como gorriones en los cables de la luz, esperando oír el paso de las nubes por encima de sus cabezas.

Mientras la ciudad limpia sus cristales, reciben SMS´s a través de la noche, desde la luz lejana de las estrellas; saben, por los videojuegos, cómo es la vida en otros planetas y dibujan en el papel pautado de sus cuadernos escolares, los planos de máquinas desconocidas para viajar por el tiempo.

Mientras la ciudad barre sus calles, sentados bajo el tren, los chicos navegan haciendo equilibrios en la cuerda floja del ciberespacio.

De vuelta en casa, por encima del ruido de la TV, los chicos del vertedero le hablan a sus padres sobre el futuro en un idioma extraño, incapaz de competir con las noticias del presente en alta definición:

–Hemos podido ver lo que vendrá, porque siempre miramos hacia otra parte cuando hablan los viejos. Hace tiempo que lo sabemos y lo tenemos grabado en el cerebro, como la luna en la mente del perro, pero nos aterra el momento en que dejaremos de ver el mundo tal como es.

 

 

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