Fotos y recuerdos (que me engancharon a Nicaragua)

21 Sep

Beisbol en Bluefields. Me encanta la expresión de la señora de los auriculares. Foto de Shakira Simmons

 

En Managua, cuando tomas un taxi no dices la calle y el número, sino que das referencias. Por ejemplo, La Corriente está «del Canal 10 [una emisora de televisión] una cuadra y media al lago». Esa es la dirección, lo que pondríamos literalmente en el sobre si queremos mandarles una carta. La mayoría de calles no tienen nombre conocido. «Es una cuestión de desorden de los nicas», me dicen.

La Denisse me explica que esa costumbre se debe en parte a que muchas calles tienen nomenclatura oficial, pero no están señalizadas, así que la gente no las usa ni las conoce: «La gente se acostumbró después del terremoto, que fue cuando Managua empezó a tener más curvaturas y más calles, a decir las direcciones por referencia, porque también la gente se fue asentando desorganizadamente y se hacían bolas con eso de nombres». De todas formas, la costumbre de usar referencias en vez de calles viene de antes: «Creo que es una costumbre muy popular de los y las nicas. En los pueblos es más evidente, como Jinotepe. En un momento se intentó nombrar las calles, pero la gente no lo usaba. Ahora, si te vas a Granada, la cosa cambia, ahí sí están bien señalizadas, pero Granada es colonial, eso fue heredado», abunda.

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«¡Don! ¿Donde queda el hostal Don Luis?», grita la Katya desde el coche con su acento cantarín de Estelí. En Chinandega, cuando preguntas dónde está un lugar, se forma toda una asamblea vecinal para discutir la ubicación y cómo llegar. Si la persona está sola, puede que se meta a la pulpería que tiene al lado para cerciorarse. «Dos cuadras hacia el sur, y después tres hacia el este». «Va pues, gracias». Pero no hay que fiarse. Si preguntas a tres personas diferentes, es probable que te digan tres cosas distintas. Aquí nadie te va a decir que no sabe, me dicen mis amigas nicas. No quieren pasar la pena de reconocer que no pueden ayudarnos.

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Cuando llegamos al aeropuerto de Managua rumbo Bluefields, Cris me advierte: «Ten cuidado, porque la tarjeta de embarque que nos van a dar es taaan chiquita que la puedes perder». Voy a la ventanilla esperando un boletito, y a cambio recibimos esto:

Cris muestra la tarjeta de embarque, una tablilla de madera pintada a mano de amarillo y del tamaño de un libro

La avioneta tiene 12 plazas. Las mochilas se dejan amontonadas en la parte trasera, en el suelo. Nada de azafatas, claro. Ni cabina: vamos sentadas justo detrás del piloto. Los cinturones de seguridad son como los de los coches.

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«¿Sabéis quién es Dady Yanquee, el reguetonero portorriqueño?», nos pregunta el taxista bluefileño que de entrada nos habló en el inglés criollo propio de la costa Caribe (la población desciende de los esclavos jamaicanos llevados por los ingleses que conquistaron la región). «Pues este es el Dady Yanquee de Bluefields», y señala al hombrecito menudo y apocado que le acompaña como copiloto. Lleva una camiseta de niño bueno tipo Lacoste y va repeinado. Sonríe tímido. El chófer enciende la radio y suena el reguetón. Se pone a cantar con vehemencia, moviendo las manos en plan rapero. El Dady Yanquee nica, en cambio, sigue mirando hacia adelante con la misma expresión. «Pero bueno, ¿no cantas, Dady Yanquee?», le decimos. Se encoge de hombros y sigue callado.

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Tarde de beisbol en Bluefields. Las gradas están abarrotadas. Juegan el Bóer (Managua) contra Costa Caribe. Vamos dispuestas a animar a Costa Caribe, obvio, con nuestra anfitriona, Shakira. La Shakira se desgañita (mezclando castellano e inglés criollo) para animar a los jugadores locales y llamar «cobardes» a los visitantes. Yo me  caigo de sueño. Mi billete pasa de unas manos desconocidas a otras hasta llegar al vendedor ambulante que me alcanza por el mismo sistema una lata de Pepsi. No es un juego de acción. Lo divertido es cuando el Bóer falla: el graderío ruge, suena la música, la gente se pone en pie y baila.

Se avecina tormenta. En el quinto inning (turno; se juegan nueve), con el marcador todavía a cero, cuando por fin empiezo a entender algo del juego («recuerda: tres strikes son un out», me repite Cris), empieza a jarrear. La Shakira se enfada porque ve que el Bóer va a aprovechar las inclemencias del tiempo para escaquearse del juego. La cosa se pone seria: los rayos caen cada vez más cerca y los truenos empiezan a ser realmente atronadores. Los jugadores salen del campo. La multitud se agolpa al fondo de las gradas. Nos quedamos ahí todo el mundo acurrucaditos mirando el temporal. Alguna gente se divierte con el espectáculo; otros rostros transmiten desasosiego. Un niño se refugia en el pecho de la Cris. Yo, chela insensata, soy la única que agarra la barra de metal de las gradas. «¿Qué querés encontrar en Bluefields?», me preguntaron Cris y Tere cuando planificábamos el viaje. «Fundirme con el pueblo», contesté medio de cachondeo. No pude haberlo logrado de forma más literal.

Bluefields me recuerda tanto a Cuba… Esta foto la hice con el móvil.

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Bluefields es tuani por más que jarrée y no puedas salir de casa. Me recuerda tanto a Cuba… Cuando no llueve, los niños juegan al beisbol en medio de la carretera. Las mujeres se pintan obras de arte en las uñas en los porches (esas manicuras barrocas que me dejaron atónita en Cuba, sólo las vi entre las nicas negras del Caribe). Suena música caribeña (reggae, dance hall…) por todos lados; frente a la casa en la que nos alojábamos celebraban una baby shower que, por el volumen de la música, parecía más bien una bacanal de despedida de soltera. Cuando llovía (o sea, casi siempre), nos sentábamos en el porche a ver la vida pasar. Un adolescente alto y delgado, descalzo, con camista de tirantes blanca y shorts blancos contrastan con su piel negra, camina lento y altivo bajo la lluvia. Sólo por verle pasear ha merecido la pena el viaje.

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La playa de Huehuete está desierta. Mientras nos bañamos entre unas rocas que crean unas pozas en las que nos encontramos libres de las embestidas del salvaje oleaje del Pacífico, pasean por la orilla diferentes seres: primero, una vaca (!), luego dos perros, después un cerdo (!!!) finalmente, dos caballos. Respecto a los humanos, en cuanto nos quitamos la parte de arriba del bikini, van apareciendo de la nada. Todos varones, claro. Un grupo de ellos hace como que saca fotos a las rocas, pero la cámara está enfocada sospechosamente hacia donde nos encontramos, bien metidas en el agua para que no se nos vean las tetas.

El lago de Managua desde la avioneta que nos llevó a Bluefields

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Antes de ir a Cuba había leído mil libros, visto dos mil películas y escuchado diez mil canciones sobre el país. En cuanto lo pisé sentí que era justo como lo había soñado. A Nicaragua fui expectante, sin apenas información previa. El Gallo me preguntaba cada dos o tres días qué me parecía el país. Yo le contestaba con más preguntas que respuestas. Se necesita tiempo para entenderlo. Yo necesito al menos otro viaje para decir algo más que un cliché como eso de «tierra de contrastes y crisol de culturas» (que también). Lo único de lo que podría hablar sin dudar es de la hospitalidad de la gente (que da para otro post, y que puede sonar también a cliché pero es la neta). Así que me limito a traeros estas «fotos y recuerdos», como dice una de las canciones que fue banda sonora del viaje (ese también es otro post).

Yo creo que me enamoré de Nicaragua cuando la vi desde el cielo, ya de vuelta a Madrid. Desde el cielo es todo lagos y volcanes. Cuando le dije a una amiga cubana que iba a Nicaragua me contestó: «La verdad, yo no se cómo se puede vivir voluntariamente en tierra con actividad sísmica. Para mí, toda la gente que, desde Los Ángeles hasta Chile, elige vivir junto volcanes y bajo fallas tectónicas anda chalada, más chalada que quienes elegimos habitar Cuba (que el gobierno se arregla, ¿no?)». Igual esa chaladura es lo que me engancha.

Continuará…

 

 

 

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11 Respuestas para “Fotos y recuerdos (que me engancharon a Nicaragua)”

  1. Ander Izagirre 21 septiembre, 2012 en 9:32 #

    Qué buenas, las escenas. Me gusta el remate, esa idea de que tienen que estar un poco chalados para vivir en una tierra de volcanes y terremotos.

    Lo de las calles sin nombres me encanta. ¡Ahí hay reportaje! Cuando Xabier Azkargorta trabajó como seleccionador boliviano, empezó a hacer fichas de los futbolistas y uno de los delanteros más famosos, que vivía en un barrio pobre de las afueras, le dio la dirección de su casa con explicaciones así: «En el tercer anillo, en la parada del bus, y allí hay que preguntarle por mi casa a la señora María».

  2. xei 21 septiembre, 2012 en 15:00 #

    una pregunta, como puedes soportar ver un partido de beisbol enterooooo,:o

    • Mari Kazetari 24 septiembre, 2012 en 9:32 #

      No, entero no. Como cuento, se suspendió en el quinto inning. Creo que, en efecto, no hubiera aguantado hasta el final. Aunque también te digo que me fijaba más en el ambiente que en el partido.

      • xei 24 septiembre, 2012 en 22:56 #

        a pues me parece que te perdiste la parte mas divertida, el final, jaja. cuando caen rayos lo menos aconsejable es coger cosas metalicas

  3. Oscar 21 septiembre, 2012 en 19:26 #

    Me encantó ver a través de tus ojos mi realidad, mi país. Asi somos y la única certeza que podemos tener es que aqui hay algo que enamora, que dan ganas de volver… ¿verdad?

    • Mari Kazetari 24 septiembre, 2012 en 9:34 #

      Mira si dan ganas de volver, que vuelvo en tres meses, querido Oscar. Lo que más engancha de Nicaragua sois vosotras y vosotros. Oye, qué tuani está tu blog, que nunca te lo digo. 🙂

  4. Roberto 24 septiembre, 2012 en 6:04 #

    Bluefields en particular y Nicaragua en general, por lo visto, dan para mucho. Mi Bluefields fue este otro…
    http://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2011/06/30/la-muerte-de-pen-pen/
    Saludos desde este lado.
    Buen post.

Trackbacks and Pingbacks

  1. koldo castañeda - 21 septiembre, 2012

    Yo creo que me enamoré de Nicaragua cuando la vi desde el cielo http://t.co/vNlTlsjn by @marikazetari Totalmente de acuerdo!

  2. Zihara Enbeita - 21 septiembre, 2012

    Ze politte RT @koldocas : @marikazetari :Yo creo que me enamoré de Nicaragua cuando la vi desde el cielo http://t.co/2NOtrWcL

  3. June Fernández - 21 septiembre, 2012

    🙂 “@koldocas: Yo creo que me enamoré de Nicaragua cuando la vi desde el cielo http://t.co/gp2Xcczh by @marikazetari Totalmente de acuerdo!

  4. Gari Araolaza - 22 septiembre, 2012

    Egun ona dela dakizu Kindlera @anderiza eta @marikazetari-ren artikulu bana iristean http://t.co/sbtagRDi eta http://t.co/mW96eDE2