¡A veinte pesos pa’ Matanzas!

22 Ene

Así empieza la famosa canción de Los Confidenciales. El estribillo dice así: «Aceite, agua, yo soy una guagua, cuidao que te coge la jimagua». La hemos bailado mil veces en el Modesto, y dicen que cuando se puso de moda en Cuba, hace dos veranos, cada vez que sonaba, toda la guagua se ponía a cantar y bailar. No me molesté en buscar la forma más rápida, cómoda o barata de viajar de La Habana a Matanzas. Mi pregunta fue muy concreta: «¿Cómo se va por veinte pesos a Matanzas?». Se va en las guaguas que Transtur que pasan por la carretera de Guanabo, municipio habanero situado en las Playas del Este, a donde va a bañarse media Habana.

Yoendry, un amigo de mi anfitriona, me acompañó gentilmente hasta Guanabo. Él antes acostumbraba a ir de fiesta a esta tranquila ciudad situada a 90 kilómetros de la capital cubana. Caminamos un buen rato por La Habana Vieja y esperamos unos veinte minutos hasta que se dignó a pasar la guagua pequeña y cochambrosa que va a Guanabo. Disfruté del  trayecto, porque cruzamos la bahía por el túnel y fuimos bordeando el mar dejando atrás barrios míticos que he visitado o al menos leído sobre ellos: Regla, Guanabacoa, Cojimar, Alamar… Y ya. En Tarará (gran nombre; Yoendry afirma que es un campamento de pioneros reconvertido en residencia de personas afectadas por el desastre nuclear de Chernobil) la guagua empezó a oler a quemado más de lo habitual. «Ya se estropeó», murmuró la gente. Nos bajamos contrariados. «¿Y ahora qué?», pregunté. «Pues ahora a esperar que pase otra guagua», me contestó Yoendry.

Alguna gente se impacientó y se puso a parar máquinas (taxis colectivos). Otros se lo tomaron con filosofía y se acercaron a la tienda de la carretera a comprar botellas de Habana Club. «Siempre que ese chófer prieto [negro oscuro] conduce, estropea la guagua», le dijo un señor a otro con sorna.

Afortunadamente, en seguida nos recogió otra guagua, y además era más moderna, tipo autobús escolar español. La gente se agolpó ansiosa e intentó colarse en plan estampida, sin pagar. Alguien recuerda que hay bebés entre la multitud. El chófer pone orden: «¿Cuánto tiempo llevan aquí?». «Cinco minutos», contesta alguien que por lo visto ha perdido la noción del tiempo. «¡Pues saquen todos su cabrón peso!», vocifera arrancando una carcajada colectiva con esa extraña expresión. Y empezamos a apoquinar. Ya sentada en el mullidito asiento, me invadió cierta nostalgia al escuchar la melosa voz de Amaia Montero (que por lo general me horroriza), en el viejo CD de La Oreja de Van Gogh que tiene puesto el conductor. «Por eso esperaba con la carita empapada a que llegaras con rosas, mil rosas para mí». Yoendry la canta con falsete desafinado. Yo silbo.

Llegamos a Guanabo, pero la guagua no nos dejó en la misma parada, sino que tocó caminar, y ya se había hecho de noche. Me despedí de Yoendry, quien, por si fuera poco su gesto, había llamado a un amigo de Matanzas para pedirle que me recogiera en la parada. Me senté en el último asiento que quedaba libre en el Transtur, un moderno autobús tipo Alsa. Son buses dedicados a trasladar a turistas, pero cuando deshacen el camino para recoger a otro grupo, van recogiendo a cubanos. «Qué suerte que había asientos justos», me dice de la misma mi compañera de fila. Le pregunto si va para Matanzas y me dice que no, que se queda antes, en Santa Cruz. Ella vive en un pueblo cercano. «¿Cuánto has pagado?», me pregunta. «20 pesos». «Ay, no chica, hubieras pagado 10 pesos». «¿Cómo?». «Sí, es que a Santa Cruz vale 10 pesos. Si tú se los das al chofer sin decir nada, luego él no anda mirando quién sigue hasta Matanzas. Aprende, chica, aprende», me dice con desparpajo.

Es super graciosa. Habla a toda leche, con una mezcla de salero y de candidez. En la oscuridad su rostro negro parece joven; luego me dirá que tiene 41 años. «Bastante es que no me han cobrado de más por yuma», le replico. No dejamos de charlar hasta que llega a su destino. Me cuenta que no le gusta La Habana, que se le hace demasiado violenta, que de noche le da miedo. Me pregunta si en España la gente tiene pistolas. Le digo que no, que eso es en Estados Unidos y Canadá. «Y en Venezuela y México, ¿no?». «Bueno, sí, hay más armas de fuego que aquí». «Ah, es que yo como no  he salido de aquí… Pero tengo una amiga que fue de misión [internacionalista] a Venezuela y su novio venezolano se fajó a tiros con un compañero cubano». Le hablo de la violencia de género en España. Me hace muchas preguntas. «Aquí también pasa, pero menos. Hay un pueblo cerca en el que los hombres matan a sus mujeres cuando los dejan». Pongo cara de póker. «¿Y les meten en la cárcel?». «Sí, sí, por supuesto», me tranquiliza.

Como me pregunta qué hago en Cuba y no se conforma con mis respuestas vagas, termino contándole que soy periodista, que escribo sobre temas sociales como el racismo, la situación de las mujeres, y de los gays y lesbianas. «¿También escribes sobre lesbianas? Mira tú», dice divertida. Me pregunto qué se le pasará por la cabeza. «Qué periodismo más bonito haces. ¿Y luego publicas los reportajes en periódicos?». Le hablo del blog y la revista, y responde quejándose de la falta de acceso a internet y de que los medios cubanos «no cuentan nada, parece que todo está bien». «En cambio en vuestros medios lo cuentan todo, todo, todo». «Tampoco te creas», le digo. «Por ejemplo, muchos medios sólo Cuentan lo malo de Cuba, para demostrar que es una dictadura terrible». «Pero tú que has estado ves que es mentira, ¿no?». «Bueno, creo que no es para tanto, no. Pero hay cosas que están muy mal». «Sí, como los pesitos, que hay pocos; que un CUC vale 25 pesos, y que no podemos viajar», enumera. «A ti te dicen que Cuba es una dictadura, y puedes venir a comprobar si es verdad o no. Yo no puedo hacer eso con otros países, ni aunque reúna la plata. Me gustaría ir a México, a Italia y a Brasil. A Estados Unidos no». Me cuenta que es podóloga y que tiene una hija de 12 años, que por ella no intentó ir de misión. Llegamos a Santa Cruz y me quedo sola. El ambiente se ha vuelto tan europeo como el autobús. Nadie habla, no hay música, la gente se limita a siestear.

Llegué a Matanzas y en seguida me recogió Yusdel, el amigo de Yoendry, quien me dará una clase magistral de hospitalidad cubana. Pero ese es otro post.

 

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  1. June Fernández - 23 enero, 2012

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