La Habana real

18 Ene

El boulevard de Obispo es un circo. Una vieja con ropajes folclóricos blancos vende puros acompañada de su gata, a la que ha ataviado con un vestido de volantes y lunares. Una estatua humana plateada toca la flauta dulce. Frente a ella, un hombre de avanzada edad y estilizado porte se pasea vestido de señorito: traje de chaleco ocre, gafas redondas, sombrero pintoresco, zapatos lustrosos y bastón. A dos metros de él, otro pasea a dos perros basset disfrazados de mujer y hombre de época en una carreta en la que ondean sendas banderas cubanas.

Caminamos hacia el Parque Central por el boulevard y cada dos por tres una vieja nos venderá tabacos, un viejo el Granma, una chica banderitas de Cuba, y casi al final toparemos con la pancarta humana de apoyo a los 5 héroes (espías cubanos encarcelados en Estados Unidos). Imaginaos uno de esos anuncios humanos de «Compro oro». Multiplicad por tres el tamaño del anuncio y llenadlo de mensajes a Obama, fotos de los héroes y consignas patrióticas.

Por supuesto, en todo el paseo suenan dulzones ‘El cuarto de Tula’, ‘Lágrimas Negras’ y demás greatest hits de la vieja trova, ya sea desde las lujosas cafeterías para turistas o por cortesía de pequeños conjuntos que cantan en la calle.

Hay que respetar este circo porque es el que proporciona las ansiadas divisas a mucha gente, la mayoría además anciana y negra. Los yumas caminan dóciles por esa avenida sin salirse del rebaño, porque les han advertido que fuera del boulevard, siempre iluminado y vigilado con cámaras de seguridad, la Habana Vieja es peligrosa. Yo, que por algo vivo en el barrio bilbaíno de San Francisco, prefiero arriesgarme a la vida real. Y no deja de sorprenderme que la vida real de la Habana esté en las calles de al lado, en O’Reilly o en Lamparilla. Ahí el empedrado presenta grandes boquetes, no hay shoppings sino talleres mecánicos, el reguetón chabacano de Osmany García sustituye a la vieja trova, grupos de jóvenes se sientan en la acera a charlar, y no se ve un yuma en horas.

Yo me alojo al final de Lamparilla, llegando a la Plaza San Francisco de Asís (donde empieza el Malecón). La zona es estupenda, rodeada de grandes cafeterías y hoteles, una zapatería que luce espectaculares sandalias de tacón de aguja a entre 40 y 100 dólares, y centros clave de la cultura cubana como la Casa de África (que acoge de vez en cuando conciertos de entrada libre) o la Oficina del Historiador, donde trabaja Eusebio Leal, encargado de rehabilitar el histórico barrio, y de quien la gente habla como si fuera el cacique de la villa.»Es el dueño de todo esto».

Vivo en casa de la madre de un amigo (ahora ya mi amiga), en un duplex en muy buen estado bajo los parámetros cubanos. La mantiene pintada; de hecho le gusta ir cambiando los colores periódicamente. Ahora la planta baja, en la que se encuentran la cocina y el salón, se encuentra pintada de blanco y morado. La de arriba, un dormitorio amplio, de verde. La vivienda cuenta con un pequeño baño (que no tiene lavabo; sólo ducha y váter) y un balcón estupendo. El suelo de la planta de arriba (lo que aquí llaman barbacoa) está formado por tablas rudimentarias. Cuando caminas tiembla todo y se menea peligrosamente el ventilador del piso de abajo.

Dado que no es una casa de alquiler, puedo vivir en las condiciones habituales para la población habanera media, como vive la anfitriona. La casa no tiene agua caliente. Para lavarse hay que calentar agua en cazuelas, pasarla a un balde y usar un cacito o jarrita a modo de ducha. Más aún, salvo durante unas pocas horas, no hay agua corriente. En el balcón hay dos tanques grandes que se van rellenando (todavía no he preguntado cómo, pero todo el rato pasa un camión que proporciona agua a las viviendas), y de ahí vamos llenando baldes para echarlos por el váter, fregar los cacharros, hervir agua y filtrarla para beberla. Evidentemente, no hay ni vitrocerámica, ni microondas, ni tostadora. En cambio, todas las casas habaneras en las que he estado cuentan con un invento que sirve para cocinar cómodamente el arroz (base de la dieta cubana). En realidad no vivo en las condiciones habituales: conmigo no faltan nunca productos que la los cubanos son privativos, como el pan o el papel higiénico. Y la nevera siempre está llena.

Me gusta la rutina de recorrer los mercados a por comida, procesión que para los cubanos y cubanas debe ser exasperante. Primero se va a la bodega, que es el lugar en el que les dan la comida que les corresponde según la cartilla de racionamiento (arroz, frijoles, aceite y azúcar). Luego se pasa por las tiendas de moneda nacional para conseguir lo que ofrezcan ese día, que puede ser algo de carne, unas salchichas, ron y poco más. Suele haber mucha cola. Después se recorren los mercados agropecuarios y las carretas ambulantes, en los que se compra la verdura y fruta que haya. Sólo productos de temporada. El último paso es ir a la shopping (pequeño supermercado en divisas) a comprar el resto. Sólo estas tiendas en pesos convertibles venden a precios europeos (a cubanos que cobran míseros sueldos en moneda nacional) productos básicos como los de limpieza e higiene. El aceite de la cartilla no es suficiente, y una botella del de soja cuesta 2 CUC (el de oliva más de 8). Recordemos que el sueldo medio al cambio es de 15 CUC. Un día nos dimos el capricho de ir a la pescadería de divisas (por moneda nacional sólo se consigue pescado una vez al mes, de forma ilegal). Me gasté 21 pesos convertibles (o sea, más del salario de un mes) en unos filetes de panga, dos calamares y ocho yogures.

Otra buena parte del día se va en el transporte. Las guaguas pasan sin periodicidad fija. Un sábado tardé tres horas (no exagero) en ir de Habana Vieja a Miramar, un trayecto que en taxi hubiera durado veinte minutos. Me dijeron que cogiera en el Malecón el 8. Llegué a las 10.30. Ilusa de mí, pensé que media hora era suficiente para llegar a mi cita, a las 11. Después de veinte minutos esperando, me desesperé, y un señor me recomendó que cogiera en la acera del frente el P-5, que me llevaría a la terminal de tren para coger ahí el P-4, que también va a Miramar y además pasa más a menudo. El P-5 pasó justo mientras hablábamos. Lo tomé, y ya llega a la Terminal, me encontré con una cola multitudinaria. Pregunté a una señora dónde terminaba la cola y me dijo que me quedase ahí mismo (super bien posicionada).

Estuve una hora de reloj esperando, y la gente llevaba todavía más tiempo. En ese rato, la señora me preguntó si en España se ven muchachas con pantalones bajos enseñando las nalgas. También me contó que era peluquera, que hacía trenzas. El muchachito que iba delante de mí en la fila canturreaba un reguetón terrible tipo «Te voy a dar por todas partes». A las 12, después de haber intentado sin éxito parar varias máquinas (taxis colectivos) sin éxito desde la fila, me dispuse a caminar hacia el Capitolio para coger ahí un taxi. Iba caminando por la calle perpendicular cuando oí unos gritos detrás de mí. Era el joven, que venía corriendo para avisarme de que la guagua había llegado. Tuvieron además el gesto de guardarme el sitio privilegiado en la cola. Conseguí sentarme y todo. Aún así, a ratos pensaba que me iba a desmayar, en ese autobús sin oxígeno, tan lleno que la gente se agolpaba en las puertas: cuando cerraban de golpe, lo raro era que no se llevaran ningún brazo o pierna por el camino.

Cuando vi el ritmito del autobús, pregunté a un pasajero cuánto tarda en llegar a Miramar. Me dijo: «Huy, chica, si no llevamos ni una cuarta parte del camino; tardará una hora». Mi cara debió ser un poema. Me recomendó bajarme por Coppelia y parar una máquina. Seguí su consejo. Tardé como cuarto de hora en parar una, y además me dejó como a siete cuadras de la casa. Llegué hacia las 13.45.

Es que las máquinas, los almendrones, los taxis colectivos, tienen su aquél. Circulan por rutas fijas, en las que van recogiendo a los pasajeros que hacen la señal. Tú tienes que saber dónde ponerte y por qué ruta preguntar. Cobran 10 pesos cubanos (40 céntimos o algo así) por trayectos que en taxi normal costarían alrededor de 5 euros. Últimamente es prácticamente el único sistema que uso para desplazarme. Unas tres veces al día me planto en la esquina de Prado y Neptuno junto con un porrón de gente. Van pasando las máquinas y nos agolpamos todo el mundo alrededor de ellas gritando la zona a la que vamos: «¡23!» «¡Línea!» Si esa no es la ruta, el chófer hace un gesto seco de negación. Si es su ruta, asiente y nos montamos a toda leche antes de que alguien nos quite el sitio. Algunos hombres se dedican a gritar las rutas de los carros que llegan para agilizar que se llenen (no arrancan hasta llenar las cinco plazas; dos adelante y tres atrás). El chófer les da unos pesos por el apoyo. Estoy muy orgullosa de la soltura con la que me manejo ya con ese sistema.

Si algo me gusta de la vida real cubana es la sociabilidad. Por la casa de mi anfitriona se pasan casi cada día la hermana, la vecina, alguna amistad y alguna persona vinculada a la espiritualidad (hoy un babalao, mañana una astróloga). A cada persona que llega se le ofrece un café, el almuerzo o un juguito natural, según la hora. Y charlamos. La otra vez que estuve en Cuba, lo que más me deprimió al volver fue enclaustrarme en mi apartamento en un sexto piso de un frío edificio de hormigón en el que, aparte del saludo de ascensor, sólo hablo con los vecinos cuando hay un conflicto. El buen propósito que me marco siempre es que mi casa sea un espacio más abierto. Pero ya tú sabes.

Nuestro aislamiento me parece mucho más triste que los edificios semiderruidos de La Habana.

Actualización: ¿Sabéis cuál es el secreto para dejar de ser yuma? Lleva una bandeja de huevos. Por la misma calle, a la ida los hombres me decían «lady, where are you from?»; a la vuelta, me ignoraban. Las mujeres, a la ida me invitaban a pasar a la tienda de souvenirse; a la vuelta me decían: «¡¡¡¡¡Niiiiiiñaaaa!!!! ¿Dónde hay huevos?» Y yo intentaba contestar con soltura: «¡¡¡En terseeera!!!»

Be Sociable, Share!

6 Respuestas para “La Habana real”

  1. Roger 18 enero, 2012 en 19:04 #

    Me encanta este relato. Me recuerda a cuando estuve yo en Cuba, hará ya más de 10 años. Por la habana no usabamos colectivo, íbamos a pie a todas partes. La ducha eran cazos de agua calentada al fuego, las comidas cajitas compradas en casas chivadas por el cubano que nos acompañaba a todas partes. Fuimos porbun proyecto de cooperación en una zona rural, Guasasa, cerca de bahia de cochinos. La mitad del tiempo trabajando con el pueblo y la otra mitad de papeleo burocrático en la capital….. en jno de los viajes conseguí quedarme 10 dias mas e ir a oriente… guaguas, tren, camión e incluso sidecar. Pasé el fin de año con una familia cuyo hijo conocí esa tarde en la parte de atrás de un camión… Los cubanos son una gente muy especial… Tengo que volver algún dia …..

    • June Fernández 2 febrero, 2012 en 18:38 #

      Qué bien suena, Roger. Espero que tengas ocasión de volver pronto y que me cuentes cómo ves ahora el país. Besos

  2. Kil 3 mayo, 2012 en 13:40 #

    jejeje, muy bueno tu relato, nota al margen, el papel sanitario puede ser un bien escaso para muchos cubanos, pero el pan no, a todo nos toca como minimo una ración diaria a solo 5 centavos cubanos.

Trackbacks and Pingbacks

  1. June Fernández - 18 enero, 2012

    A solo una calle del circo turístico que es Boulevard de Obispo, está La Habana real. Tengo el placer de descubrirla. http://t.co/0M3KxalJ

  2. Lorién Jiménez - 18 enero, 2012

    A solo una calle del circo turístico que es Boulevard de Obispo, está La Habana real. Tengo el placer de descubrirla. http://t.co/0M3KxalJ

  3. gentedigital - 19 enero, 2012

    La Habana real, con @marikazetari http://t.co/ghHpDbG5