Seis meses de aceite y agua

13 Ene

(Escrito el 5 de enero durante el vuelo Madrid-La Habana)

Mucha gente me ha preguntado por qué Cuba. Por qué otra vez Cuba, por qué siempre Cuba. Entiendo la crítica, el recelo, el hastío. Estoy cien por cien de acuerdo con que Cuba siempre está en el punto de mira. Me atrevo a afirmar que en los medios de comunicación españoles es más noticia una Dama de Blanco detenida que cientos de heridos en cualquier otra manifestación de cualquier otro país americano. Sí, yo también he llamado a comparar a Cuba con los países de su entorno cuando se critica la falta de derechos y libertades en la Isla. Yo también he protestado por que no nos enteremos de lo que pasa en Honduras; por que Fidel Castro sea retratado como un dictador sanguinario mientras que Álvaro Uribe recibe galardones por su compromiso hacia la paz y los derechos humanos. Entonces, ¿por qué yo también quiero dedicarme a analizar lo que ocurre en Cuba?

En el anterior post hablé de un contexto político y social que me inspira; un sistema iniciándose en una serie de reformas que favorecen la organización autónoma de movimientos sociales que me ilusionan, con los que me identifico. Hablé también de algo que me ocurre con Cuba pero también con mi propio país: el afán por encontrar voces críticas y conciliadoras al mismo tiempo, que se salgan de confrontaciones estériles, que sean capaces de denunciar vulneraciones de derechos aunque los comentan los de su cuerda ideológica. Sí, todo eso me motiva mucho, pero no explica por qué Cuba.

Cuba me fascina desde que tengo uso de razón. De adolescente canturreaba ‘Veinte años’, quería aprender a tocar tumbados con el piano (una asignatura aún pendiente) y aprendí los pasos básicos de salsa con mi madre gracias a un vídeo de «¡A bailar!». En la universidad leí ‘Cien horas con Fidel’; ‘Diarios de Motocicleta’ y ‘Habana Blues’ se convirtieron en dos de mis películas preferidas, y a punto estuve de apuntarme a una brigada internacionalista. Bueno, en realidad la fascinación por Cuba era más abstracta e inexplicable. Planeé el ansiado viaje varias veces pero, por diversos motivos económicos y sentimentales no lo realicé hasta el pasado mayo. Estaba convencida de que me iba a decepcionar, de que llevaba expectativas demasiado altas. Cuba dejó a varias personas cercanas un regusto agridulce. Además, me alertaron mucho sobre el insoportable asedio machista. Pese a todo ello, no sólo no me decepcionó, sino que volví completamente enamorada. Era esa sensación de «sabía que te amaba antes de conocerte». ¿Me culpaís por enamorarme de la más guapa del baile? Sí, es típico y predecible, pero es lo que hay.

Otra de las preguntas habituales es qué pretendo contar nuevo que no se haya contado ya mil veces de un país que lleva décadas bajo la lupa de periodistas, escritores y académicos. Podría volver al argumentario inicial: que en los medios españoles no nos llegan más que los discursos blancos y negros; que poco o nada se habla de esa otra izquierda alternativa, etc. Pero esa no es la cuestión. No aspiro a contar grandes nuevas verdades. Aspiro a contar pequeñas historias de la gente. Y no hay dos historias iguales. Y Cuba es un paraíso para encontrar pequeñas historias que una se muere por contar. No es el único, pero es el que me apetece a mí ahora.

Me encuentro (escribo en el avión, un poco turrada ya después de seis horas de viaje) leyendo ‘Cuba, a cámara lenta’, un libro de crónicas de César G. Calero, periodista madrileño que trabajó como corresponsal en la isla. Recoge miles de curiosidades y datos sobre todos los ámbitos de la vida cubana: la economía, la música, la arquitectura… Pero lo que más enganchan son historias como la de la mujer que ha creado su hogar en la piscina abandonada de una azotea. Un viejito habla de cómo se enamoró de su mujer intercambiando décimas (canciones populares). Ella se emociona escuchándole. «Pero Rafael manda al traste el romanticismo con un comentario de macho cabrío: «¡Y el pitazo que le di, qué! Te lo voy a reventar, le dije».

Calero me conquista definitivamente cuando cuenta que en Santa Clara (donde está enterrado el Ché y que cuenta con cierto ambientito LGTB) hay una travesti llamada Lola Flores que preside un Comité de Defensa de la Revolución. «Si un travesti de Santa Clara es capaz de servir la caldosa a los delegados del Poder Popular vistiendo una camiseta de Abba o de Madonna y unos jeans ajustados, le habrá ganado una batalla, heroica, por supuesto, al machismo-leninismo». Me da envidia el periplo de este periodista por remotos pueblos de Oriente y Occidente, ajenos a la vorágine turística, atraído por cosas como la toponimia. España Republicana, se llama nada más y nada menos una localidad cercana a Varadero; y ahí se va él a descubrir de dónde viene el nombre. Yo no tengo tiempo para hacer eso (al menos esta vez), pero al menos tengo a mi favor algo que quienes me conocéis sabéis y que creo que está bien contar al resto de quienes habéis apoyado mi proyecto: es ahora cuando vuelvo a pisar La Habana, pero llevo medio año inmersa en su diáspora. En el cubaneo bilbaíno, vaya.

La cosa empezó cuando me enteré de que el popular grupo de cubatón Gente de Zona actuaba en mi ciudad, apenas un mes después de mi regreso de Cuba. Os conté que me fui sola, y que conocí a un matancero y a un habanero que me abrieron la primera puerta al cubaneo. La segunda fue descubrir un bar en el Casco Viejo, el Modesto, imprescindible para gente tan friki de Cuba como yo. Lo regenta Bárbara (Baby o Barbarita para la clientela fija), una joven feminista, lesbiana y revolucionaria empeñada en gestar una simbiosis entre el lesbofeminismo y el cubaneo más auténtico. Por ahora los machos cubanos ocupan más y hacen más ruido, pero no deja de ser un puntazo verlos apostados junto a dos militantes de la Asamblea de Mujeres que se dan el lote a ritmo de reguetón. Alguien me dijo que cómo llevaba esta doble vida de militar de día y perrear de noche. «Pues con cierta esquizofrenia», contesté. Ayudó descubrir que no soy la única que se dedica a conciliar esos mundos antagónicos.

En el Modesto lo mismo suena el último éxito de la Charanga Habanera, que el censurado Chupi-Chupi, el hip-hop de la Mala Rodríguez, Lau Teilatu o temazos reggae. Así que si lo tuyo no son los bailes de salón, tampoco te morirás de asco. Pero vaya, para mí ha sido un máster en cubanía. «Cómo se nota que has estado en Cuba», me dice la gente cuando me ve bailar (modestia aparte). Pues no, yo he aprendido a bailar casino con soltura, reguetón con cierta gracia (nada que ver con las cubanas) e incluso a atreverme un poco con el guaguancó, nada más y nada menos que en Barrenkale. Y de paso he escuchado historias que bien merecen ser contadas, pero me reprimo porque tengo a sus protagonistas en el Facebook y no quiero quedar de chismosa. Esta inmersión me da mucha tranquilidad a la hora de viajar un mes sola a Cuba. A las largas conversaciones con mis nuevas amistades se suman las horas de lectura diaria de blogs y periódicos digitales cubanos. Así que me inflo de orgullo cuando leo ‘Cuba a cámara lenta’ y me asombro del mogollón de información que ya tenía. Eso me anima a pensar que si desde la distancia he conocido tantas cosas, tiene que quedarme muchísimo por descubrir, y por contar.

Este post no pretende ser ni mucho menos una justificación de nada. Sólo me parecía de recibo contar de dónde parto. Me voy a Cuba y escribo sobre Cuba porque me da la gana, porque es lo que me enciende, porque en cuanto más me interno más me engancho, porque ya empiezo con la fantasía de que soy hija de Ochún y de Changó, porque, ¡buah!, escucho un «¡camina!» y me vengo arriba. Quienes me han visto berrear ‘Aceite y agua’ (Los Confidenciales; buscadla en Youtube) en el Modesto y se han dejado llevar por el clima tropical que se monta ahí dentro, saben a lo que me refiero.

Quedan cuatro horas de vuelo.

Be Sociable, Share!

8 Respuestas para “Seis meses de aceite y agua”

  1. Ander Izagirre 13 enero, 2012 en 17:13 #

    ¡Mola!

  2. Gema 13 enero, 2012 en 17:58 #

    ¡Hola, June! Realmente admiro todo lo que haces, respeto mucho tus opiniones y te deseo suerte en este tipo de empresas que te ilusionan y en las que se nota que pones todo tu esfuerzo y tu corazón, pero leyendo tu post no podía dejar de preguntarme cómo es posible que despierte tanta fascinación en alguien (ya no me refiero sólo a ti) un país como Cuba. De verdad, no lo entiendo, y no he podido resistirme a comentártelo precisamente porque esta incomprensión crece dentro de mi cabeza a medida que te voy leyendo y ya no puedo achacar tu entusiasmo inicial a unas expectativas idealizadas o cuasi-románticas, no, ¡es que has ido a Cuba, has visto y vivido todo lo que hay allí, y te sigue gustando, es más, vuelves aún más fascinada! Yo visité Cuba con amigos en 2004 y confieso que volví entre horrorizada y asqueada. Vale, admito que ni el clima ni los paisajes ni el temperamento ni la cultura ni la gastronomía ni la música de los países cálidos o tropicales son de mi gusto en absoluto, pero tampoco iba con ningún prejuicio negativo en especial sino más bien con curiosidad y ganas de presenciar in situ si la situación política, económica y social era tan negra como pintan siempre los medios. Y lo siento pero he de decir que sí me lo pareció. Al margen de que odie personalmente la playa y el calor, no me gustó nada de lo que vi ni encontré ningún encanto por ninguna parte: casas semiderruidas o directamente sin tejado en las que vivían niños descalzos que nos pedían bolígrafos o ropa; el tremendo acoso policial a cualquier cubano o cubana que se acercara a nosotros simplemente a saludarnos o a preguntarnos algo (la gente me pareció muy simpática y en ningún momento agobiante); el miedo y cohibición que les notábamos cada vez que esto ocurría, la exaltación de la figura del dictador en todas partes; las prohibiciones y limitaciones de todo tipo que sufren los cubanos y que les lleva a tener que hacer a escondidas acciones tan básicas como salir por determinados sitios a ciertas horas, entrar en los hoteles o llevar algún negocio pequeño; la carencia de un montón de cosas, pobreza, pobreza y más pobreza… Vamos, que me volví sin ninguna intención de repetir el viaje y con la convicción, que me dura hasta ahora, de que aquello no es en absoluto un paraíso… Me alegro (a la par que me asombra) de que tú sí sepas verle tantos alicientes 🙂
    Cuídate mucho.

    • Itxaso 13 enero, 2012 en 19:07 #

      Estupendo artículo, June!

      Gema, si en vez de mirar «las cosas» en Cuba, miraras a las personas, tal vez entenderías mejor la pasión que sentimos las que de Cuba nos enamoramos. Dices que no llevabas prejuicios pero reconoces que no te gustan, ni más ni menos que: el clima, los paisajes, el temperamento, la cultura, la gastronomía ni la música de los países tropicales. ¿no te parecen prejuicios suficientes? Esque entonces, ¿a qué ibas?
      En Cuba verás casas viejas y semiderruidas, pero ves casas. Y la gente sonrie, que es lo más importante. La gente da. Igual es que allí la gente no tiene la misma mentalidad que aquí; la gente no mide ni valora por lo que tiene sino por lo que se es. Valoran a las personas por encima de las cosas y no al revés. Aman a las personas y utilizan las cosas; no aman las cosas y utilizan a las personas, como sucede aquí. Viven en el mundo de las ideas y los valores.
      Posiblemente el viaje «turista» que has hecho tú no tiene nada que ver con el que pude hacer yo o los que hace June. El turista medio se queda con la fachada y mira según sus necesidades; poniendo la lupa dónde le interesa comparando continuamente con lo que tiene aquí. Hay que meterse en la vida cubana y ponerse en su verdadera piel (y no desde tu mentalidad) para entenderlo y amarlos.

      muxu bat, June

      • Gema 15 enero, 2012 en 23:03 #

        No son prejuicios en absoluto que no me gusten esas cosas, son, simplemente, mis gustos. Y sí, reconozco que fui en un viaje turístico, la razón del noventa por ciento de los viajes que hace el noventa por ciento de las personas, yo no tenía fines periodísticos ni humanitarios ni filantrópicos, simplemente turísticos, pero pienso que la razón de un viaje no influye en el resultado de si te gusta o no o si lo repetirías, también hay mucha gente que viaja por motivos turísticos a cualquier país y vuelven enamorados o espeluznados. Me parecen muy bien los motivos del viaje de June, que son completamente diferentes a los míos y los respeto muchísimo, pero los míos, Itxaso, ni atontan ni ciegan ni evitan ver la realidad más allá de superficialidades.
        Y en cuanto a fijarme en la gente, ya lo he dicho, me pareció muy simpática y no tengo ninguna queja ni nada que reprocharles a los cubanos en su trato, es más, lo que he dicho es que les compadezco por todo lo que tienen que soportar a diario, como por ejemplo vivir en condiciones de pobreza (que no es agradable para nadie, eso de que «valoran a las personas por encima de las cosas» y que «viven en el mundo de las ideas y de los valores» suena muy bien pero es bastante absurdo porque no dejaban de pedirnos ropa, revistas o medicinas, y tampoco creo que a ti te gustara vivir en una casa semiderrida aunque no dejara de ser una casa), y con miedo cada vez que se dirigen a un turista, que son cosas que he visto yo con mis ojos, no me lo ha contado nadie y por lo tanto no es ninguna exageración.

        • Itxaso 17 enero, 2012 en 1:42 #

          Yo sólo te digo Gema, que no hay más que mirar a las caras de la gente de Cuba y la gente de «Occidente» y ver quién es más feliz y quien menos. Quien tiene unos valores y quien otros. Quien unas necesidades y quien otras. Y si hablamos de valores, me quedo con los cubanos, sinceramente.
          En Cuba las nuevas generaciones son educadas para la participación y no para el egoísmo, para la creación y no para el consumo, para la solidaridad y no para la competencia.
          Para valorar un país, hay que entrar a valorar cosas que no se ven en una visita turística. Me parece muy injusto lo contario.
          Pero bueno, que allá cada cual.
          Mientras tanto, muy cerquita, en Haití, dos años después del terremoto casi un millón de personas siguen sobreviviendo al aire libre y las niñas se prostituyen a cambio de agua… http://www.youtube.com/watch?v=TLHqTejnIYk

          En fin, allá cada cual lo que valora… ahora, te digo que no creo que ningún Cubano se cambie por la situación de otros países de su alrededor. Muchos cubanos quieren emigrar, cierto es, como mucha gente en cualquier país de América Central o del Sur. Pero no creo que ninguna madre cubana cambie su tranquilidad por la de una madre ecuatoriana o mexicana. Que ninguna cambie su «casa» por una favela brasileña. Que nadie cambie su educación en la escuela por la «educación» en la calle en la que acaban en muchos países para acabar en bandas. No creo que ningún cubano cambie su ración diaria de comida por la incertidumbre en otros sitios. Que ninguna jinetera cubana cambie la seguridad que siente (la policía la defiende si cualquier turista se sobrepasa) por la que siente la colombiana. En Cuba, entre otras cosas, hay seguridad, y la vida vale algo. En otros países la vida de las mujeres por ejemplo, vale una mierda. Como en México y ni te cuento cuantos países más. Las madres cubanas viven tranquilas sabiendo que sus hijos no acabarán en una banda o sus hijas violadas o agredidas.
          Cuando yo visité Cuba, los niños jugaban por la calle a las 12 de la noche (no tenían escuela, era verano) mientras sus padres charlaban en un bar cercano con una tranquilidad que dificilmente encontrarás en muchísimos otros lugares.
          Hay muchas cosas que valorar. Y si visitas el entorno, verás que es mucho peor.
          Aquí no te piden camisetas o comida, entre otras cosas, porque está prohibido. Date una visita por América Central, a ver qué es lo que te piden…

          • Gema 18 enero, 2012 en 19:35 #

            Claro, y si también comparamos Cuba con Afganistán o con Ruanda pues es el paraíso, no te fastidia… Ya sé que hay mil países peores que Cuba y donde la vida vale mil veces menos, pero no por ello las condiciones de vida que hay en Cuba han de ser más disculpables.

  3. mendi 14 enero, 2012 en 16:25 #

    Zukutu egun bakoitza, miamol!
    eta zaindu asko
    muak

  4. Carles 14 enero, 2012 en 17:48 #

    Te entiendo June.

    Yo fuí a 15 dias a Cuba , mi primera vez, en 2009 bien cargado de humildad, intentando huir de los clixés políticos de uno u otro lado , prescindiendo de los grandes hoteles de Varadero, durmiendo en casas particulares, hablando con la gente de a pie , dejándome guiar un poquito por ellos , intentando ponerme en su piel cuanto a sus muchas carencias en lo economico de cada dia… Captando en todos los casos su maltrecha y orgullosa cubania , la puntillosa vivencia de la soberania de un pueblo ante el poderoso y embriagador vecino del norte. Se necesitan muchos viajes, muchos dias de convivencia y conversación ( …y de música, baile, etc) para empezar a hacerse una idea mas certera de lo que allí se sigue cociendo.

    Que tu actual viaje te sea propicio y enriquecedor.