Guarachando

13 Ene

El Cabildo, entrando a la calle Oficios por la Plaza San Francisco de Asis

 

En mi primer paseo mañanero por la Habana Vieja escucho el ritmo dulzón del merengue. Doy por hecho que será la típica orquesta tocando para yumas en una cafetería lujosa. Pero me encuentro con un Centro de Rehabilitación Geriátrica. Las puertas están abiertas de par en par. Los viejitos y las viejitas están sentados, pero mueven la cabeza y los hombros con sabrosura al ritmo de la música. Un negro grandote engalanado con un pañuelo brillante estrambótico canta sobre un background (base musical grabada; es una palabra muy habitual en el spanglish cubano): «Cómo se menea, la batea, mira como se menea, la batea». Le acompaña una mujer de más de 60 años que mueve la cadera con descaro reguetonero. Sin duda, ese es uno de los secretos que explican la longevidad cubana.  

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Terminamos de almorzar en casa y empezamos a sentir una gran algarabía en la calle. Salimos al balcón y nos encontramos con el Cabildo. «Se trata de un sincretismo entre el arte de inspiración circense y la religión yoruba», me explican. Es decir, el desfile combina arlequines zancudos con un cuerpo de baile que interpreta a los orishas. Todo ello al ritmo trepidante de la conga. Les sigue una multitud, en su mayoría cubana, de todas las edades, incluidos cuatro ancianos arrugados, que se han disfrazados para la ocasión y van bailando en fila en pleno meollo de la comitiva. Y recorren así todo el barrio.

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Es domingo por la tarde. Después del coloquio sobre transfeminismo, nos dirigimos a casa de nuestro amigo Kevin, un veinteañero negro, delgadito y saleroso, que fue bailarín y ahora hace sus pinitos como peluquero por cuenta propia. Él vive en un majestuoso piso de techos altos, en una casona situada en una zona traquila del Vedado. La casa es de su abuelo, el Nono, un señor de 71 años, blanco con pelo cano y ojos azules. Al Nono se le nota que es un hombre cultivado. Tiene el salón lleno de pinturas, y en su habitación guarda un ordenador con conexión a internet. Me cuentan que es químico jubilado, pero que se encuentra realizando una investigación académica sobre patrimonio histórico con otra compañera. Me hubiera gustado charlar con él, pero ese día no tocaba hablar, sino cantar.

Una de las grandes aficiones del Nono es el karaoke. En su ordenador portátil tiene grabados backgrounds de boleros, rancheras, algún son y canciones de cantautor. Nos agolpamos en torno al ordenador, algunos sentados en la cama y otros en sillas, el Nono en el centro, para cantar por Armando Manzanares, Silvio y hasta Andy y Lucas, a petición de Kevin. El Nono canta con una sensibilidad y pasión exquisitas. Kevin luce vozarrón y mucha gracia. Caridad agarra la clave o las maracas. Los demas acompañamos como podemos.

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Mientras cantamos boleros, se escucha en la calle un ritmo timbero que me tienta. Me cuentan que ahí abajo todos los domingos hay descarga (así le llaman a un tipo de fiesta cuyo matiz no se explicar) en un patio. Son casi las 11 cuando bajamos. Nos encontramos con jóvenes con pinta de universitarios, en su mayoría blancos, entregados al concierto que lidera un negro que canta y toca la guitarra. Viste con aires hippies: camisa de inspiración indígena, visera blanca de sonero, barba de tres días. Le acompañan percusionistas y coristas con estética europea: barbita, piercings, pañuelos al cuello… Entre el público abundan también los tintes de colores chillones, las uñas cortas pintadas de rojo o negro (nada que ver con las manicuras espectaculares de la mayoría de las cubanas), las deportivas tipo converse y las camisetas poperas.

Me explican que entre la juventud cubana hay dos grandes tribus urbanas: los repas y los mikis. Los repas (de reparteros) son los más callejeros, barriobajeros, ostentosos, reguetoneros. Este ambiente es claramente miki: más alternativo, de estéticas diversas, tranquilo, de buen rollo, y donde la ambiguedad y la disidencia de género son bienvenidas.

Pero ojo, seguimos en La Habana. Acompaña al cantante una chica vestida ajustadita pero discreta (camiseta blanca ceñida y jeans) que baila con coquetería. El cantante llama a subir al escenario a una joven de melenita corta teñida de rojo intenso,  bermudas rosa, camiseta azul cielo de manga corta y sin escote, y con pulseras y collares hippies. La pone a bailar. Baila rico pero riéndose con timidez. El cantautor la sonroja improvisando versos pícaros bajo la tradición repentista. Le pregunta si no le gusta algún chico. Ella dice que no. Le pregunta si no le gusta alguna chica. La chica dice «no, no, no, no». «Bueno, ya tu sabes que en estos tiempos uno tiene que preguntar así, porque aquí aceptamos todo». Insiste para que elija a alguien con quien bailar. Ella elige al corista, un muchacho rubio de ojos azules y barbita, que viste chaleco, foulard y gorra de aires bohemios. Se ponen a bailar un perreo discreto. El cantautor les pide cantando que se besen. Y se dan un morreo de película aplaudido por el público. Y así termina el espectáculo. El domingo que viene más y mejor. Por si alguien se impacienta, se reparten flyers para otras fiestas en las que se prometen performances.

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Todo eso (y más que no cuento para no alargarme) en tres días. Y aún me quedan 24.

El grupo cuyo nombre desconozco actua en un patio cuyo nombre no recuerdo.

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2 Respuestas para “Guarachando”

  1. Ander Izagirre 13 enero, 2012 en 17:24 #

    Y nosotros aquí tocando el barril vestidos de cocineros. A cubanos no llegaremos, pero hago esfuerzos para ser por lo menos paraguayo.

  2. Kil 3 mayo, 2012 en 13:52 #

    por la foto, me parece, que el grupo que desconoces es el trovador Fernando Becquer, un loco de la descarga que puede ponerte una fiesta buena, buena!