Archivo diario: 31 octubre, 2020

150 vergüenzas en el aquelarre de El Español

La corrección política los denominaría insensibles e inoportunos. Llamemos con fehaciente distinción a cada cual por su nombre. No estaban todos pero fue una nutrida representación de sinvergüenzas del demonio en tiempos oscuros.

150 vergüenzas en el aquelarre de El Español

Por Ignacio Fernández Candela Ayer en comitiva de aquelarre se reunieron en el Casino de Madrid ciento cincuenta muertos. Vestían de gala su putrefacción con la impecable vergüenza de la amoralidad. Lucían sus más indecorosas presunciones y apestaban lujo en un cementerio de vivos aromatizados. Estaban muertos, confinados en un ataúd compartido, irrigados de nauseabundas pestilencias personales que se esparcían por el salón de los demonios; sirvieron exquisita mierda como suculentas viandas en sus platos, en tanto el Pueblo devora la ruina. Aplaudieron en una dimensión de terror luciendo sonrisas de espectros. Las mascarillas que imponen a los asfixiados no los ocultaban, las caras asomaban con descarnada fealdad del espíritu deforme que los unificaba como una sola identidad de pulcra maldad: todos repugnantes hipócritas del Demonio. La flor y nata del escaparate de la falsedad presumía ufana, revolcándose como una piara de ciento cincuenta guarros frente a la indignación cada vez menos contenida que los contempla…

     La lápida de mi Padre en el cementerio de San Justo necesita flores y que deje mis lágrimas sobre la helada soledad del recuerdo imposible. No me creo que muriera el 29 de marzo por ingresarlo con infectados de coronavirus después de su periódica diálisis. En vez de llevarlo a casa desde el Hospital Gómez Ulla de Madrid fue condenado protocolariamente a muerte. Lo mataron. La memoria se me descompone en racimos de asco: no pudimos velarlo por órdenes de inhumanos mamarrachos, fulleros, vivos. Irreal fue el atronador eco de las herramientas de los sepultureros para después  sobrevenir el sepulcral silencio de mi propio cuerpo enterrado. Con el ser de mi ser que me dio la vida, a los pocos días murió, atrapado por la Covid 19 en una residencia desasistida,  el progenitor de mi esposa. Los dos solos vimos con las almas arrancadas las compuertas del dolor tragando el ataúd que contenía los restos de Enrique, otrora personalidad de renombre, para incinerarlos.

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