PP: La imprudencia impositiva y represora

Candela

Por Ignacio Fernández Candela / De la observación surge la advertencia, cuando no se cambia una mala costumbre que termina convirtiéndose en vicio. Hace tiempo que el pueblo advierte que no le gusta lo que ve, aunque para algunos no hay advertencia que valga. El PP obra con una necedad afín a la de los déspotas que terminan siendo arrasados por la ira popular. No miden el descontento, sólo esgrimen la soberbia de unas funciones gubernativas que prescinde de comprender el enfoque social; el que da idea del hartazgo generalizado contra el atropello permanente del pueblo, ahora enfrentado, silenciosamente todavía, ante los dirigentes sospechosos de corrupción múltiple, también ante una ley descaradamente abusiva y una justicia notablemente prevaricadora. Se advierte, incluso,  que peligra la libertad y por ella jamás se ha escatimado ninguna defensa.
El Partido Popular no sólo da perfectas justificaciones para que se revuelvan sus enemigos naturales, sino que también las brinda a los que simpatizaban.
Se percibe  que en España hemos traspasado la etapa de esa observación para encontrarnos con la del aviso de que la calma social es sólo una apariencia. Cada vez es más evidente el peligro de un estallido en las calles, cuanto más ignorante es el Gobierno sobre  las verdaderas condiciones de vida que soportan día a día los ciudadanos.
La presión gobernante sobre las precarias subsistencias de la ciudadanía está conformando un unísono clamor que bulle aún sin manifestación pública, semejándose al candente magma que va abriéndose paso subterráneo hasta irrumpir en erupción, arrasando después la superficie con volcánica violencia. Acaso el volcán humea, pero no es suficiente síntoma para la necedad de un Rajoy que pretende arreglar los destrozos de la corrupción y los intereses de los paniaguados durante décadas, diezmando las economías del ciudadano mediante imposiciones pecuniarias sin límites.
Tarifas eléctricas, Hacienda, DGT etc. son cabezas visibles de un abuso que puede acabar decapitando las intenciones coercitivas y de carácter explotador practicadas con voracidad ilimitada. El horizonte es más que sombrío si se suma el carácter prevaricador de una Justicia que disimula oscuros tejemanejes dejando en libertad criminales de toda índole.
El Partido Popular adolece de una desorientación que puede conducirlo hacia el abismo de un aborrecimiento generalizado convertido en rebelión.
Siempre diré que la Justicia y el Orden han de ser respetadas para que exista un equilibrio consensuado y se acepten las reglas y las leyes por las que nos regimos todos. Cuando esa Justicia y Orden dejan de ser veneradas, por no ser ejemplos para quienes son regidos por éstas, el respeto se torna en temor por la capacidad represora. Ese miedo es sólo la antesala a la irrupción de la rebeldía que suele ser visceral cuando no existe Justicia ni Orden que respetar ni tampoco que temer. Así la asonada  está, inevitablemente, por suceder.
No existe Fuerza de Orden Público, ni antidisturbios que puedan frenar la ira popular cuando se convierte la convicción del descontento en una violenta indignación que justifica toda confrontación ante lo injusto. Lo sucedido en Madrid con los antidisturbios sobrepasado,  es un leve ejemplo de lo que puede suceder en adelante.
No es bueno reventar las paciencias cuando el desgaste tan acusado durante años incita a pensamientos definitivamente radicales. No hablo de los que hasta ahora han protagonizado desórdenes callejeros. En el futuro habrá quien se manifieste por pura supervivencia y eso será peor.
Existe una barrera moral que si se traspasa da rienda suelta al pretexto violento para defenderse del enemigo que inspira ese odio cerril que llevó a reyes absolutistas hacia las guillotinas, zares al paredón, o dictadores a ser linchados bajo el tumulto indomable de una turba desesperanzada y entregada a la venganza después de la opresión.
En España no andamos lejos de esa percepción histórica que antecede a toda revuelta popular.
Las algaradas acostumbradas de la izquierda radical van mostrándose con una violencia más expeditiva y menos temerosa de las Fuerzas del Orden Público. Se acrecienta el grado de las ofensivas contra la presa del orden público, siendo las aguas más salvajes y rompedoras cuando chocan contra el muro de contención previsto para la paz social. Éste es un frente previsto pero hay otro más imprevisible y mayoritario.
Con una coyuntura de absoluto desequilibrio económico e institucional, no existe paradigma de orden por el que consentir ser dirigidos y las futuras hordas de ciudadanos sin destino pronto dejarán de temer las consecuencias de una acción que les lleve a la protesta visceral contra los que han perpetrado tanta ruina personal y familiar. Cuando no se tiene nada que perder sólo queda la huida hacia adelante, así acabe en un precipicio.
El Gobierno Popular tomó el relevo de una patata caliente que va a reventarle en la cara. Su gestión obligaba a la destreza y precisión de un cirujano en una delicada operación a vida o muerte pero, lejos de la cautela y el tino en esa situación heredada del zapaterismo, irrumpió como un elefante en una cacharrería.
No pueden sentirse seguros tras las paredes de la Justicia y el Orden al que se ha perdido el respeto. No pueden confiarse en que el temor arredre a la indignación popular. Basta que uno atraviese la barrera para que otros le sigan. Sólo hace falta odio y me temo que ya han cosechado suficiente en dos años.
Si no deducen los perjuicios de tan nefasta gestión y dan fin a esta deriva gubernamental, me temo que los años que restan van a convertir la advertencia silenciosa de la calle en un levantamiento consumado. La necedad puede ser así de temeraria hasta que lo evidente le para los pies; en seco.

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