La espantada

José Luis Rodríguez Zapatero, el peor presidente de nuestra reciente era democrática,  ha anunciado su retirada. Se va como vino: huyendo de las responsabilidades, del fracaso anunciado. La huida suele ser el rasgo ontológico de todo adolescente, porque no ha terminado aún su formación. Al modo de los adolescentes, ha acreditado pericia sobrada en el arte de mentir. Aunque lo peor no habrían de ser las muchas falsedades, sino su suprema verdad, acaso la única. «El poder no me cambiará», advirtió solemne apenas pisar La Moncloa, en velada amenaza a los adultos. ¡Y no le cambió!
Igual en Irak que con los etarras, sea con Merkel o con Rajoy, la mentira ha sido su bandera. De ahí que hoy hayamos errado cuantos pesábamos que con el tiempo iba a madurar.  Simplemente, pretendimos imposible que fuese a hacer lo que ha hecho. El impagable error fue despreciar los manuales de pediatría como fuente de análisis político.
El presidente que gozó de popularidad a raudales, el chico de simpáticos hoyuelos que las buenas señoras querían por hijo y por yerno, daba boqueadas en el suelo de los sondeos. Y el talludo adolescente que creía en su baraka -ya hay que creer- la da por perdida y se adelanta al sacrificio. Lo hace él, para que no lo hagan otros, votantes y compañeros de partido, que son, por definición, los peores. Se va antes de que le despedacen los suyos. Aunque, como póstuma demostración de quién manda, les deja dicho todo cuanto deben hacer.
Lo mejor para su partido hubiera sido que apurara hasta el final el cáliz, se presentara, asumiera su responsabilidad y diera paso, después, a una transición ordenada. Y lo mejor para España habría sido que nunca se hubiera presentado.
Con el anuncio de su marcha, Zapatero ha vuelto a demostrar que lo que más le importa no es España sino el PSOE y él mismo. Él acaba de dejar en la estacada al PSOE, asunto que no hubiese acarreado drama mayor porque ya hay quienes aspiran a sucederle, lo tremendo es que deja a España arruinada bajo la custodia de los mercados de deuda y esto no se arregla en cuatro días porque el Adolescente abdica del futuro pero, al tiempo, no se resiste a la tentación de controlarlo.
Por algo, la renuncia a la candidatura no se compadece con el consiguiente paso que aconsejaría la lógica, esto es, la dimisión irrevocable en la Secretaría General, condición necesaria y suficiente, a fin de que las primarias pudieran desarrollarse con una mínima, elemental profilaxis democrática, ajenas a la sombra del siempre omnipresente aparato. Y es que, como el Cid, quiere ganar su última batalla después de muerto. Anunciar una retirada del poder cuando el poder, de todas formas, se va a retirar de uno,  se asemeja demasiado a una espantada.  Sea como fuere, la Historia no lo absolverá.
Be Sociable, Share!

Comentarios cerrados.