Hoy se cumplen ya siete años de aquel horrible despertar, cuando 192 personas inocentes que iban a su trabajo perdieron su vida, gracias al mayor atentado terrorista ocurrido en España. No se pueden borrar por completo de la memoria la conmoción, el espanto, el dolor, las preguntas sin respuesta. Pero tampoco para recordar como es debido a las víctimas directas, a los inocentes (siempre es inocente la víctima del terrorismo) muertos en los trenes, a los heridos, a los que perdieron hijos, hermanos, padres, amigos y conocidos.
Cada vez se hacen más patentes los cambios producidos desde esta masacre con un antes y un después. No se puede culpar a quienes se beneficiaron en las elecciones de aquel momento, pero sí se puede hacer una comparación sobre cómo estaba España entonces y cómo estamos ahora. Hace solo siete años había trabajo para todos y esperanza en el futuro.
Y nadie duda que este atentado fue programado como un golpe de Estado para así desalojar al Partido Popular del gobierno, pero aún no se conoce quienes fueron los que idearon y prepararon esta cadena de atentados. Lo evidente es la contemplación de quienes se beneficiaron de ello.
Este país continúa sumido en la más triste sima de la confrontación y la desconfianza, no hay trabajo y la sociedad española ha caído en una especie de autismo y ánimo de derrota ante las dificultades de una crisis mundial que otros ya han superado, gracias a la semilla que se plantó con las terribles explosiones y a sus consecuencias. De esa indignidad que fue instigada por unos y compartida por tantos, este tenso olvido de muchos.
Estos últimos días una juez empeñada en conocer la verdad, está luchando más de un año contra las trabas puestas por el Ministerio del Interior, ha llamado hoy a declarar a los 48 Tedax que hicieron desaparecer en pocas horas los restos de los trenes explosionados, imprescindibles para su investigación. Espero que éste sea el principio para llegar a conocer la verdad. Mientras no se conozca, no podremos olvidar.
