ETA no quiere la paz

Ricardo Blázquez, vicepresidente de la Conferencia Episcopal, debería ser un poco más comedido a la hora de opinar sobre ETA. Escuchándole hablar sobre la banda terrorista y su final, cualquiera diría que el famoso síndrome de Estocolmo aún permanece en él. Una cosa es la realidad de la banda y otra bien diferente la intención o los sueños de algunos.

Su convencimiento respecto a que la sociedad española y la vasca estarían dispuestas a ser generosas con la banda asesina y, además, a ayudar a la integración social de los terroristas es una falacia con grado de estupidez supina. Y si no estoy en lo cierto, pregunten a las víctimas de la banda asesina, tanto de la sociedad civil como de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. No me cansaré de repetir que solo hay un camino: rendición incondicional, entrega de las armas y cumplimiento íntegro de las penas.

La casi decena y media de años que Blázquez pasó en Bilbao y los contactos que mantuvo con ETA, además de los funerales a los que asistió, no le otorgan la autoridad necesaria para decir alegremente lo contrario de lo que piensa la sociedad española. Una opinión no muy alejada de la sociedad vasca; por cierto, una sociedad que se mueve al son del miedo respecto a la banda y al mundo abertzale. Debería escuchar Monseñor Blázquez las opiniones de los presos y su continuo chantaje, así como su negativa al arrepentimiento. Hace días escuchábamos cómo ‘Etxerat’ se mostraba enfadado porque desde el propio Estado se pretendía chantajear  a los presos de ETA, con el fin de que mostraran su desobediencia a ETA y así mostrarlo ante la sociedad como un triunfo del Estado de Derecho. El entorno de ETA ni quiere la paz ni le interesa, porque sería su tumba definitiva.

No sé en qué términos Blázquez ha dicho a la agencia EFE eso de que tiene “la convicción de que la banda terrorista desaparecerá”, pero además entiende que “lo hará pronto”. Los signos de ello, Monseñor, no son otros que la ley de partidos y su permanente ahogo. No nos venga ahora con lo de los signos. Nadie discute su obra en el Obispado de Bilbao, pero sus intentos ya pasaron y observe los resultados. Otros afanes quedan fuera de lugar.

«La sociedad vasca es la primera víctima de ETA», dice Ricardo Blázquez. Naturalmente que lo es, pero también habría que preguntarse qué es lo que ha hecho gran parte de esa sociedad para evitarlo. Debería recordar los beneficios que el Partido Nacionalista Vasco ha concedido durante años a la banda; unos beneficios que se han negado permanentemente a la sociedad vasca. Echen un vistazo a las ayudas del PNV para que los familiares de ETA pudieran visitar a los presos y, en contraposición, indaguen y comprueben las ayudas que los nacionalistas concedían durante su gobierno a las Fundaciones como Gregorio Ordóñez o Gesto por la Paz en defensa de las víctimas del terrorismo vasco.

Al menos sí hay que reconocer que el Obispado de Bilbao fue una de las primeras instituciones que exigieron la desaparición de ETA y el desmarque de sus motivos históricos y políticos, auténtica tapadera y pretexto para continuar con la injusticia de sus pretensiones y la mediocre revolución nacional-socialista vasca como principal aspiración etarra.

La obligación de Monseñor Blázquez es defender el papel jugado por la Iglesia Católica, si bien es verdad que ahí  la sociedad civil tiene mucho que decir sobre cómo esa  Iglesia ha vuelto la espalda muchas veces a las familias de las víctimas, posicionándose claramente a favor del mundo abertzale. Tonterías las justas, Monseñor. Sí es cierto que grupos como Gesto por la Paz surgió del entorno eclesiástico, pero también es verdad que ETA nació en un Seminario.

En el entorno abertzale se da eso de la “fe ciega” y ya sabemos que si hay algo duro de aguantar es la fe ciega del estúpido. Y en el entorno de la banda hay mucho de ello y muy poco de arrepentimiento. ETA está recargando baterías, aprovisionando zulos y ‘faenando’ en Francia. Lo del comunicado y el pacto es más de lo mismo y una copia vulgar de las treguas-trampa, como fraude aprovechado es la deficiente gestión que Brian Currin pretende.

Jesús Salamanca Alonso

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