Hay verdades como puños en las declaraciones de la madre de Carlos Sáenz de Tejada, guardia civil asesinado hace unos días por la banda asesina etarra. Merece la pena leer con detenimiento la carta publicada en el Diario de Burgos. Esther María García, no solo ha tenido la entereza y honradez de agradecer el digno comportamiento de quienes han sentido el dolor por la muerte de su hijo, sino que ha dado un toque a los máximos responsables ministeriales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y por añadidura al propio Gobierno, de la necesidad de endurecer las penas a los terroristas y aportar medios para la seguridad de los acuartelamientos y de los propios miembros de la Guardia Civil y de la Policía.
«No tienen seguridad, sobre todo la Guardia Civil; no tienen párking, ni inhibidores, ni vigilancia externa, sobre todo en las comandancias que están dentro de las ciudades, y las casas cuartel son tercermundistas», en palabras de la madre de Carlos Sáenz. Más claro, agua. Hace tiempo que se denunció esta situación que, dicho sea de paso, es la tónica habitual. Y ello es una prueba del abandono gubernamental hacia los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Unos miembros que son postergados, mientras se suele dar irrecuperable “dinero para el exterior”; hasta tal punto llega ese abandono “que sus miembros tienen que comprar de su propio bolsillo cosas para realizar su trabajo…” Mientras tanto el Gobierno continúa con su habitual derroche y dejadez.
Tan solo se acuerdan de ellos los políticos cuando ya no hay remedio. Pero lo más triste es que acuden a las capillas ardientes para salir en la foto, dar el pego y poner la medalla de rigor. Y lo seguirán haciendo hasta que alguna persona con entereza y con la dignidad a rebosar les coja por la pechera y tenga la gallardía de ponerles de patitas en la puerta del velatorio. «Cómo se conoce que a ellos no les ocurre nada», ha dicho doña Esther.
En la carta que publica el Diario de Burgos se recoge el sentir de gran parte de españoles de bien: aumento de las penas para terroristas, cumplimiento íntegro de las penas, mayor seguridad para los miembros de las fuerzas armadas, pena de muerte, mejora considerable de los acuartelamientos y, además, la necesidad de erradicar el tercermundismo de las actuales casas cuartel. “Prueba es de mejoramiento, decía Séneca, conocer los defectos que antes no conocíamos”.
La entereza de doña Esther pone de manifiesto su convencimiento y seguridad de lo que dice y en lo que dice. Que no es, ni más ni menos, que lo que pensamos muchos ciudadanos que nos sentimos españoles, sin vericuetos ni oscuras esquinas. «Yo no soy de las que dicen que perdonan, no, yo os odio», han sido sus palabras, sin teñidos ni recovecos. Con claridad plena y absoluta. Lástima que el Gobierno y sus correveidiles ministeriales no sepan ser igual de claros y honrados; como quedó patente durante la negociación de la tregua-trampa, su permisividad y relajamiento ante la banda.
Sin duda, un digno sentimiento de madre a pecho descubierto. Un sentimiento que nunca podrán tener las madres de los falsos ‘gudaris’ de la mafia asesina, que son los miembros de la banda terrorista que asola el País Vasco, hace llorar a España entera desde hace cincuenta años y parece empeñada en destruir al conjunto de las provincias vascongadas, incitando a la emigración y a la ruina de buena parte de sus gentes.
Para hacer mal cualquiera es poderoso, decía Fray Luis de León. Y las madres de los asesinos de la banda han hecho un gran mal a la sociedad que las acoge, por el hecho de ‘lanzar’ al mundo excrementos capaces de matar a su prójimo, además de hacer sufrir y aterrorizar a millones de personas.
Mi pésame más sincero, doña Esther. Y mi más acendrado deseo para que se cumplan todas las aspiraciones, en forma de necesidad, que cita en su carta.